Revista Arte
La opulencia del destino, a
veces, nos aborda en la vida para dejarnos sin sentido, como el mejor y más
potente de los narcóticos. La única pega que cabría ponerle a este elixir, es
cuando viene etiquetado bajo la receta del dinero, pues se comporta cual
vestido decorativo que todo lo puede. Ese tipo de regalos envenenados son los
que utiliza Woody Allen en su última película, Blue Jasmine, para
mostrarnos una historia personal que, para todos, excepto para él, representa
en clave de tragicomedia los últimos años de este mundo inmerso en un profundo
cubo de basura. Menos mal, que la diferencia en este caso, se encuentra en la
luminosidad del cineasta y su protagonista, Cate Blanchett, a la que
sin duda daríamos el Óscar y nombraríamos Dama del celuloide, pues decir que
está espléndida es decir poco, muy poco. Decir Blue Jasmine es decir Cate
Blanchett y también Woody Allen, pues el genio enfermizo,
se ha tomado muy en serio su último ensayo cinematográfico y nos ha regalado
otra gran película, que expresa como pocas, la metáfora de los regalos
envenenados que a veces nos envía el destino, porque bajo la cortina de la canción
Blue moon, se esconden las artimañas
que todo enamorado vierte sobre su amante, y que en la película, se traducen en
un sinfín de lujos y caprichos tan superfluos que sólo con imaginarlos nos
resultan dañinos. Esas grandes dosis de poder que el ser humano necesita para
proyectar su ego sobre los demás es una de las claves a la hora de analizar la
situación en la que actualmente nos encontramos, y a la que Woody
Allen saca un perfecto partido, pues como nos diría un psicoanalista,
no hace falta ver sangre para adivinar que hay un muerto; y es en ese juego de
matices donde el genio Allen se maneja a las mil maravillas
para mostrarnos al unísono el antes y el después en un perfecto juego de
reflejos, estilo espejo veneciano de doble cara, que nos resulta tan magistral
como inteligente, pues nos damos cuenta que esta vez sí, el genio juega a ganar.
La doble vertiente de éxito y fracaso de la que se compone nuestra vida, está perfectamente visualizada a través de Jasmine; una Jeannette pobre a la que el destino hace rica, y a la que la Sra. Blanchett dota de unas cualidades humanas que expresan con gran verosimilitud el desasosiego producido por su propio egoísmo, y donde sus altas dosis narcisistas, han hipotecado toda su vida a una única carta: el dinero. En este sentido, y aunque el Sr. Allen no lo reconozca, pues su universo creativo es tan demoledor que no le permite ciertas licencias, ha esgrimido con la precisión de un relojero el ritmo vital de un mundo encadenado a la avaricia, la codicia, el rencor y esa última necesidad de poder a cualquier precio. Esa dualidad de risa-llanto está muy bien plasmada a través de los flashbacks a los que una vez más recurre el cineasta judío, y también, a esa luz del gran Javier Aguirresarobe, con una fotografía de tonos apagados con la que nos muestra la ciudad de San Francisco menos turística pero no por ello menos bella, que contrasta muy bien con la luminosidad y el oropel de los buenos tiempos neoyorquinos de Jasmine. Este matiz, junto a la perfección del montaje y los diálogos es tan sutil, que apenas nos damos cuenta de él, pues estamos embelesados por una especie de pócima mágica que nos hace disfrutar de una placentera experiencia.
Sin embargo, la plenitud expositiva y visual de Blue Jasmine, se encuentra sin duda en el acierto de Woody Allen al presentarnos a la protagonista en clave de tragicomedia, pues en ocasiones, uno no puede dejar de esbozar una amplia sonrisa ante determinadas situaciones del film, que si por algo se caracteriza es por la brillantez en el enfoque de la cámara de un cineasta, que esta vez sí, se ha tomado en serio su trabajo, pues no ha devuelto el entusiasmo perdido por sus últimos trabajos, si exceptuamos Match point o Medianoche en París. Así, si en las anteriores películas tanto Londres como París son los inmejorables escenarios de las tramas, en esta ocasión, San Francisco aparece como en un cuento de hadas, teñida de todos anaranjados y cobrizos, que de alguna manera, atenúan el permanente estado visceral de la protagonista, sólo aletargado por las pastillas contra la ansiedad. Una ansiedad encapsulada que tiene sus orígenes en los regalos envenenados del destino.
Reseña de Ángel Silvelo Gabriel.
La doble vertiente de éxito y fracaso de la que se compone nuestra vida, está perfectamente visualizada a través de Jasmine; una Jeannette pobre a la que el destino hace rica, y a la que la Sra. Blanchett dota de unas cualidades humanas que expresan con gran verosimilitud el desasosiego producido por su propio egoísmo, y donde sus altas dosis narcisistas, han hipotecado toda su vida a una única carta: el dinero. En este sentido, y aunque el Sr. Allen no lo reconozca, pues su universo creativo es tan demoledor que no le permite ciertas licencias, ha esgrimido con la precisión de un relojero el ritmo vital de un mundo encadenado a la avaricia, la codicia, el rencor y esa última necesidad de poder a cualquier precio. Esa dualidad de risa-llanto está muy bien plasmada a través de los flashbacks a los que una vez más recurre el cineasta judío, y también, a esa luz del gran Javier Aguirresarobe, con una fotografía de tonos apagados con la que nos muestra la ciudad de San Francisco menos turística pero no por ello menos bella, que contrasta muy bien con la luminosidad y el oropel de los buenos tiempos neoyorquinos de Jasmine. Este matiz, junto a la perfección del montaje y los diálogos es tan sutil, que apenas nos damos cuenta de él, pues estamos embelesados por una especie de pócima mágica que nos hace disfrutar de una placentera experiencia.
Sin embargo, la plenitud expositiva y visual de Blue Jasmine, se encuentra sin duda en el acierto de Woody Allen al presentarnos a la protagonista en clave de tragicomedia, pues en ocasiones, uno no puede dejar de esbozar una amplia sonrisa ante determinadas situaciones del film, que si por algo se caracteriza es por la brillantez en el enfoque de la cámara de un cineasta, que esta vez sí, se ha tomado en serio su trabajo, pues no ha devuelto el entusiasmo perdido por sus últimos trabajos, si exceptuamos Match point o Medianoche en París. Así, si en las anteriores películas tanto Londres como París son los inmejorables escenarios de las tramas, en esta ocasión, San Francisco aparece como en un cuento de hadas, teñida de todos anaranjados y cobrizos, que de alguna manera, atenúan el permanente estado visceral de la protagonista, sólo aletargado por las pastillas contra la ansiedad. Una ansiedad encapsulada que tiene sus orígenes en los regalos envenenados del destino.
Reseña de Ángel Silvelo Gabriel.
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