No quiero parecer frívola con esto que os voy a contar.
Pero es que si pienso en África, pienso necesariamente en leones. Bueno, no voy a generalizar, pienso en un león. En ese león en concreto.
Sí, ya. Podríamos hablar de cosas más serias. África es un continente empobrecido y como me líe a hablar de las barbaridades que han hecho nuestras multinacionales, del fenómeno de los refugiados africanos, del secuestro económico a países como Mali, Senegal, Costa de Marfil, Burkina Faso y República Centroafricana, que viven oprimidos por pactos económicos claramente abusivos, pues no acabamos.
Así que como no quiero daros el día, voy a hablaros de lo que simbólicamente aparece en mi cabecita cuando escucho África. Y es un león.
Es una tarde de infancia, lejana infancia ya, en que la seño y un grupo de escolares nos adentramos en el primer zoo de nuestra corta vida. Uno que hace muchos años ya que no existe.
Ese zoo, no era como los de ahora, con grandes carteles coloridos, enormes jaulas para proteger a los animales del público, zonas en desnivel, senderos acordonados ni toda esa gaita moderna de poner señales por todas partes. Era una cosa mucho más modesta.
Era un tosco sendero de tierra, con jaulas grandes en los lados, y algunas jaulas sueltas dispersas por ahí, en plan estas llegaron tarde y había que ponerlas en algún sitio. Sí, una cosa muy loca, el zoo se construyó en los años 60 y ahí estaba, a mediados de los 80, cumpliendo sus últimos días de vida.
La cosa es que entre jaula y jaula [y animales viviendo en condiciones deplorables, visto con distancia], dentro del área destinada a África, había una especie de rotonda central coronada por una jaula no muy grande donde vivía un león.
Uno como los de la tele, con melena y esas cosas. Que con 7 años, oye, el bicho impactaba que no veas. La jaula, lo recuerdo como si fuera ayer, estaba rodeada de una precarísima estructura de madera [varios postes de pie y otro puesto encima en horizontal] y se cerraba con un pestillo.
Sí. He puesto pestillo. Como los del baño. Un poco más grande, pero igualmente un mecanismo que se levanta con los deditos, se desliza y ya abre. Total, estaba por fuera, el león no llegaba para poder abrirse la jaula... Pero, espera. ¿He hablado ya del concepto grupo de niños de 7 años con una sola seño? Bien. Porque a veces, pensamos que el peligro está dentro. Y ese es claramente un enfoque equivocado.
Uno de los niños se apostó con otro a que no abría la jaula del león. Claro, el niño [qué otra cosa podía pasar] fue y la abrió. El león, gracias a... que el niño tuvo mucha suerte, ni se inmutó. Estaba ahí echándose una siestecita reparadora, muy a gusto con la vida.
El otro niño, ofendido por la proeza del primero, quiso ser más grande y más fuerte y todas esas cosas, y sin pensarlo ni un segundo, se metió en la jaula.
Sí.
Nadie sabe como, pero el león ni lo miró. Claro, que esto fue un measomounpoco muy rápido, un pestañeo apenas. Aunque yo creo que si pillan al león con ganas de aperitivo, lo mismo habríamos tenido un problemita del tipo... esto... un niño menos.
Yo desde ese día, pienso en África y veo al león soñoliento y el niño kamikaze.
Y a partir de hoy, también pensaré en este maravilloso bobotie, que viene en esta edición del #asaltablogs de la mano de Cuadernos de cocina.
Carne picada de pollo, 800 g [el tradicional se hace con ternera]
Manzana, 1 grande [200-250 g]
Leche de soja, ¼ de vaso [75 ml]
Mostaza de dijon, 1 cucharada
*Si no eres intolerante a la lactosa, no hay ninguna razón para no usar leche de vaca MODUS OPERANDICurry en polvo, 1 cucharadita
Antes de empezar, ponemos la leche y el pan en un cuenco para que se hidrate bien. Nos olvidamos de él por el momento, y nos ponemos con la receta.
Picamos la cebolla muy menuda, y la pochamos a fuego bajo con una pizca de sal hasta que se dore. Mientras esto ocurre, trituramos en un robot de cocina la zanahoria y la manzana. Si no tienes robot, lo puedes picar muy menudo, servirá.
Con la cebolla pochada, añadimos el puré de manzana y zanahoria y lo rehogamos todo junto hasta que evaporen los líquidos que suelten. En este momento incorporamos la carne picada, salamos, y seguimos rehogando el conjunto unos 10 minutos más. Añadimos el pan, escurrido del exceso de leche, las pasas, la mostaza, el curry y el zumo de limón. Lo rehogamos todo bien, otros 5 minutos, y lo retiramos del fuego.
Sobre esta mezcla, ponemos uno o dos huevos batidos, y los integramos como si fuera carne para albóndigas. Ayudará a que el pastel quede más cuajado [no me toméis como ejemplo, sólo usé uno y muy pequeño, así que se desparramó un poco].
Ponemos la mezcla en una fuente apta para horno. Batimos los dos huevos restantes con una pizca de sal, y los vertemos sobre los moldes para que sellen la carne. Esto va a evitar que se reseque, y que tras pasar por el horno el pastel de carne sea jugosísimo .
Y lo metemos todo al horno, a 200 ºC entre 20 y 30 minutos, o hasta que la superficie haga una bonita costra dorada.