Una de las experiencias más fascinantes es perderse unas horas por los viejos mercadillos, las tiendas de antigüedades y los talleres que restauran objetos a los que solo el paso del tiempo otorga el valor de haber sobrevivido hasta nuestros días y a lo irrecuperable del método en que fueron concebidos. Es fascinante contemplar esos viejos artilugios y muebles de madera real e imaginar el momento en que habitaban un salón de techo prominente del que pendía una majestuosa lámpara de araña, aunque tal vez tuviera que conformarse con unas de queroseno. O aquella vieja oficina repleta de armarios y clasificadores, con su formidable mesa dominando la estancia, olor a encáustico incluido y chupatintas enterrado entre toneladas de papeles.
Mientras bancos y políticos contribuyen al alimón a endurecer nuestra realidad cotidiana, esas escapadas te devuelven a un pasado más humano, quizás romántico, sí, pero el ejercicio no deja de ser gratificante. El cineasta Joseph Madmoy consigue, en cierta forma, dejando de lado guiones demasiado alegóricos y dirigidos, habituales hoy en el cine israelí de puertas a afuera, apostar por un relato agridulce bastante cercano al humanismo secular. La sangre, más espesa que el barniz, y más cáustica, pone el toque shakesperiano a esta nudosa historia doméstica de ritmo pausado y tono malhumorado donde la trama tarda en aparecer tanto como el piano Steinway de 1882 que el aprendiz descubre bajo la herrumbre y la polvareda de la tienda de Fidelman. El viejo e irascible señor Fidelman (magistralmente interpretado por Sasson Gabai, actor nacido en Irán, para más señas), un hombre totalmente dedicado a su oficio cuya vida da un vuelco cuando su socio Max muere repentinamente.
Fotografía, iluminación, personajes, bien definidos y genuinos en sus emociones, se aúnan para ofrecer planos realmente inspiradores de sentimientos, emociones y ambiente vintage. La tienda-taller, en pleno centro histórico de Tel-Aviv, donde transcurren la mayor parte de las escenas, las angostas herramientas, el polvo acumulado, el bocadillo de la mañana, dos vasos de vino entre frascos de trementina… captan a la perfección la cotidianidad del protagonista, viejo y solo, cuyo único instrumento de supervivencia es cierta metódica capaz de desafiar a un mundo cada vez más ajeno e indiferente. Boker tov, adon Fidelman, comercializada en prácticamente toda Europa –en España solo se proyectó en el Festival de Valladolid- como Restoration, cuya traducción literal del título sería Buenos días, señor Fidelman, es un trabajo delicado y conmovedor que, con todos sus defectos, merecería no pasar desapercibido.