En mi familia éramos muy tradicionales en lo que a recetas de Pascua se refiere; y digo así porque vamos quedando muy poquitos. Sin embargo, aún hoy en día, mi madre me sigue consultando si cocinar Rosca/Roscón de Pascua tradicional (con crema pastelera) o si preferimos preparar alguna con almendras y chocolate. Además, continuamos la tradición de que madrinas y padrinos obsequiamos a nuestros ahijados la rosca/roscón de Pascua (al igual que ocurre en Reyes). Sin embargo, a mí me gusta realizar preparaciones tradicionales de esta época que no están tan difundidas. Es que creo que recetas de Rosca/Roscón típicas (con o sin huevos, con o sin rellenos, con cobertura o sin ella) hay muy buenas en donde se las busque, principalmente, en los recetarios de familia...
Entretanto, si lo que les interesa es algo distinto, para probar nuevos sabores, aquí mismo pueden encontrar esta receta de Rosca de almendras, esta otra Rosca de Pascua trenzada doble o estos Chorek que son, ni más ni menos, unos pancitos típicos de esta época en Armenia.
Por esta razón, este año me invade la morriña y preparo una receta típica gallega que nos permite disfrutar de otros sabores y formatos, sin dejar de lado la festividad y, claro, haciendo espacio para alguna porción de rosca de la de siempre, de la de toda la vida 😉
Digo que me invade la morriña (palabra gallega que significa sentimiento de pena o tristeza por sentirse lejos de la tierra natal o de las personas y lugares amados) porque este pan que les propongo hoy está repleto de recuerdos de infancia. Verán: Mi abuelo paterno era un lucense de pura cepa y muchos de mis gustos y recuerdos gastronómicos están ligados con la cocina gallega y la española en general (ya que mi abuela paterna era una salamantina hecha y derecha). Además, a ello súmenle los hermanos, medio-hermanos y primos de ambos. Es decir que, por ese lado de mi familia, se reía, se conversaba y se cocinaba en dialecto gallego, en castizo del bueno y en portugués, porque una de las primas más cercanas de mi abuelo (pontevedresa ella) estaba casada con un portugués que recitaba fados que enamoraban... A mí, una de las cosas que más me gustaba hacer por aquellos días (cuando no era época escolar y pasaba más tiempo en casa) era sentarme junto a ellos para escucharlos conversar y bromear en sus lenguas madres, metiendo algunas palabras y frases, aprendiendo con avidez de niña. De mis otras influencias culturales (una alemana entreverada entre los españoles y portugueses; italianos de Calabria y Sicilia, más albaneses y hasta rusos - ucranianos y bielorrusos, para ser exacta - por el lado de mi madre, más mi educación en colegio escocés, con irlandeses incluidos) les hablaré en otra oportunidad. Pero, lo que sí les puedo asegurar es que, con tanta diversidad cultural, los idiomas se me dan de maravillas y la cabeza la tengo bastante abierta a lo distinto 😊😊
Antes de meterme de lleno en la preparación de este sencillo, pero muy sabroso pan, quiero contarles que esta receta tradicional, como todas las de su procedencia, termina teniendo cositas propias de cada familia. Hacía tiempo que la buscaba porque recordaba vagamente que estaba presente entre las torrijas, las roscas/roscones y trenzas que se comían en casa para época de Pascua, pero no lograba dar con ella. El otro día me lamentaba de esto con mi mamá, cuando me confesó que recordaba bastante bien el modo en que se preparaba, de haberla visto y ayudado a realizarla varias veces. ¡Grande, mamá! 😍😍
Preparé este versátil pan en batidora con gancho amasador; pero, puede hacerse en la mesa de trabajo, a mano, como se hizo toda la vida (y como se preparaba en casa y en las de todos los pueblos y caseríos).
En el bol de la batidora, disponemos 500 gramos de harina 000/de fuerza junto con una pizca de sal, 100 gramos de almendras molidas, 1 cucharada de miel (utilicé orgánica de limón), la ralladura de una naranja y 5 gramos de levadura en polvo/seca.
Añadimos 325 cc. de agua potable apenas tibia o a temperatura ambiente y mezclamos con el gancho amasador/sobador.
Entonces, incorporamos 50 gramos de manteca/mantequilla derretida (que ya esté a temperatura ambiente).
Continuamos amasando a velocidad media hasta lograr que se separe por completo de las paredes del bol. En este momento, sobre mesa ligeramente enharinada, ubicamos la masa y la trabajamos un poco para darle forma de bollo.
Ponemos a descansar la masa en un bol sutilmente aceitado y cubrimos con papel film. Lo ubicamos en lugar cálido y al resguardo de corrientes de aire, esperando que duplique su tamaño.
Una vez que la masa haya fermentado lo suficiente, la volcamos, ayudándonos de un cornet/espátula de panadería, sobre la superficie de trabajo, previamente espolvoreada con un poquito de harina.
Allí, desgasificamos suavemente el bollo y quitamos una porción de masa del tamaño de una pelota de golf, más o menos. Con el resto, formamos un bollo bien liso (sólo quedará un ligero texturado por la presencia de las almendras molidas) con forma de hogaza de pan de campo.
Ubicamos la hogaza de pan sobre una placa para horno, previamente espolvoreada con un poquito de harina, y con el trozo de masa que habíamos separado formamos un cordón o tira que pegamos a la hogaza con un poquito de agua, formando con él una corona.
En el interior de esa corona disponemos 4 huevos crudos y limpios que hundimos, haciendo algo de ligera presión, en la masa. Luego, lo cubrimos con papel film o un paño de cocina y lo dejamos que leve nuevamente, al resguardo de corrientes de aire directas. Como la masa es muy tierna y algo blanda, puede que crezca en ancho y no tanto en alto.
En ese momento, precalentamos el horno a 200º C y una vez que la hogaza alcanza a duplicar su tamaño, pintamos la superficie con huevo batido más 1 cucharada de agua, y le espolvoreamos un poco de azúcar.
Horneamos a unos 170º C por 50-55 minutos o hasta que la cubierta se dore ligeramente. Dejamos enfriar antes de comer.
Este pan es muy sabroso, de miga ligera, esponjosa, bien levada y húmeda; con corteza suave, pero corteza de pan al fin y al cabo. Además, con un muy sutil sabor dulce; de modo que es perfecto para comer acompañado tanto de quesos como de dulces porque su sabor se sumará a los demás, aportando su simpleza franca y amable.
Algunas observaciones y recomendaciones finales: Antes que algún purista me quiera linchar en una plaza pública, les aclaro que esta receta puede que no sea la más fiel copia de la tradicional; aunque, como ya les dije antes, cuando de recetas tradicionales se trata cada familia tiene su versión propia. En este caso, hay ingredientes que sé que fueron sustituidos o incorporados por cuestiones prácticas. A saber: La receta original se preparaba a partir de una mezcla de harina de trigo con otra de maíz blanco, que eran propias de Galicia (variedad que por aquí no encontraban, como podrán imaginarse). Llevaba también manteca de vaca cocida o manteiga clarificada (que tampoco se conseguía como la de Galicia que, por cierto, era casera y que, entonces, se reemplazaba con una fórmula más sencilla, derritiendo manteca/mantequilla de vaca de la pampa argentina). Las almendras de la receta terminaron allí porque había un almendro que regalaba sus frutos y se sabían aprovechar con gusto y celeridad, al igual que la ralladura de naranja. En tanto que el huevo batido para pintar la pieza obedecía a que en su versión original este bolo era cocido en horno de leña que solía hacer reventar los huevos crudos, bañando la cubierta del pan y dándole un sabor extra, francamente delicioso. En hornos convencionales esto no ocurre y la mejor manera de recrearlo, podríamos decir que es pintando el pan con huevo. Por último, el azúcar que se une a la costra sólo aporta un ligero colorcito dorado y apenas un sabor que le queda muy bien, mientras que la miel ayuda a perfumar y mantener la masa húmeda por más tiempo.
Según tengo entendido, es costumbre - aunque cada vez menos difundida, lamentablemente - que para Pascua los padrinos de algunas comarcas gallegas de las Rias Baixas de Pontevedra obsequien a sus ahijados este Bolo de ovos, mientras que las madrinas hagan lo propio con unas versiones de rosca/roscón con el clásico anís, tan popular en la panadería gallega. Incluso, se preparan grandes bolos con unos 24 huevos como decoración para compartir y, en la parroquia de Paradela en Meis (Pontevedra) llegó a realizarse, hace unos años atrás, uno con 6 mil huevos para la romería de San Gregorio, quedando registrado en el libro de récord Guinness por su envergadura.
Uno de los trucos que debe cuidarse al preparar esta receta es que la cubierta no debe quedar muy cocida, con un ligero dorado estará de maravillas.
Si desean reemplazar la levadura seca por levadura fresca, deberán utilizar unos 15 gramos de levadura fresca. En ese caso, recuerden no mezclarla o ponerla en contacto directo con la sal, preparando el fermento inicial con un poco de harina, la levadura, la miel y el agua.
Espero que el aspecto rústico y poco pretencioso de este Bolo de ovos conquiste sus corazones tanto como el mío y que decidan incorporarlo entre los panes tradicionales de sus festejos de Pascua. Como les dije, es perfecto para desayunos y meriendas o para acompañar picadas/tapeos antes de la comida principal.Les deseo unas bonitas celebraciones de Pascua junto a sus seres queridos. Nos reencontramos la semana que viene. ¡Disfruten y sean felices! 😘😘😘
Textos y fotografías: ©Bouquet Garni Recetas - Silvina L. Fernández Di LisioDigiscrap: ©Design House Digital/Kimeric Kreations/Studio Flergs/Southern Creek Designs/Tracy Martin Scrapbook Designs/Bouquet Garni Recetas