Carne Viva (Prime Cut),Michael Ritchie,1972,USA, 83 min.
Justo antes del tremebundo clímax final de Carne Viva un rayo descarga un fogonazo partiendo el cielo de tormenta. Antes de que el rayo toque el suelo Ritchie introduce un corte rapidísimo, engastado sobre la música de Lalo Shifrin que sube y sube. El corte va directo al interior del coche, al asiento trasero en el cual Lee Marvin aparece erguido como un tótem. Preparando ya lar armas, preparando su propia descarga.
Asombra como una imagen tan fugaz puede ser la mejor de toda una película. Pero así es. Una fracción de violencia pura que corta el metraje en dos. Antes la calma tensa, el sol, el calor, el cielo azul de Kansas. “Hospitalidad campestre… y una mierda”, dice uno de los matones irlandeses que acompaña a Devlin, Lee Marvin claro, un profesional que el crimen organizado de Chicago alquila para un cobro problemático.
Después aparece la lluvia, se desata por fin la tormenta y nadie se guarda nada. El público lleva una hora deseándolo y Michal Ritchie se lo da. Es una lástima lo de Ritchie, todo el prestigio que logró en televisión se le evaporó rápido en el cine, pero aunque el grueso de su producción se pero que malo merece al pena remontarse al principio de los 70 y al final de los 60 para encontrar cosas tan raras como ese antidrama deportivo rodado como si fuese un documental que es El descenso de la muerte o este country-noir estilizado a martillazos. Una especie de apócrifo de las violentas aventuras de Parker, ese personaje creado por Donald Westlake bajo el pseudónimo de Richard Stark que John Boorman convirtiese en material de vaciado formal/conceptual en A Quemarropa con la colaboración imprescindible del rostro-estilo de Lee Marvin.Cuando al principio del metraje vemos que es a Marvin a quien se encarga el trabajo sucede algo singular: ya sabemos que va pasar. Hasta cierto punto hasta nos compadecemos de los pobres bastardos que van a tener que vérselas con él. No decimos que han tenido que joderla bien jodida para que les caiga encima Lee Marvin. Su autocontrol cool lleva impresa la infalibilidad, anula el suspense. Por ejemplo, el gran acierto de Don Siegel en La gran estafa fue darle a Charley Varrick la cara y el físico de Walter Matthau, pese a que el personaje pudiese ser perfecto para un Marvin. Matthau aportaba la falibilidad, imprescindible para mantener el interés y el crescendo de aquella joya.
En cambio es perfecto para Carne Viva, no solo porque la película tenga la voluntad de remitir a ese universo de Parker, sino porque no hay necesidad de intriga, solo de una pura descarga eléctrica. La película de Ritchie es lacónica al extremo, primaria, ruda y directa. Se quita de en medio todo lo accesorio, desde los personajes, aquí lo que hay son caricaturas grotescas, hasta prácticamente la trama, poco más que un hilo conductor. En un momento el repulsivo personaje de Gene Hackman, un gangster rural al que se conoce por el extravagante nombre de Mary-Ann, dedicado al ganado y la carne, de animal o de mujer dice que para él son lo mismo, explica que da al público americano lo que quiere: carne, droga y alguien con quien pasar la noche. Su filosofía es tan bruta y a su modo honesta como la película en su conjunto.Esta no es otra cosa, ni lo pretende, que un bolsilibro sin contemplaciones; de portada chillona pero magnética –la dirección de Ritchie siempre trabaja en este sentido icónico, aunque lo haga desde una superficie naturalista donde el teleobjetivo se da la mano con la profundidad de campo y la deficinción de la imagen que permitían los nuevos sistemas fotográficos- archisórdido, depravado hasta lo grosero -esa feria de ganado donde las reses son sustituidas por chicas desnudas que son escogidas por tipos que actúan como los tratantes que son mientras comen y sueltan risotadas o comentarios admirativos- lleno de violencia creativa –se abre con la conversión en salchichas del último tipo
que Chicago envió para cobrar e incluye una persecución con una empacadora en medio de un campo de color trigueño- y espíritu descaradamente pulp con un núcleo radicado en, otra vez, la presencia esencial, en todos los sentidos, de Lee Marvin.Solo él puede ser a la vez el más cabrón de los duros y el último caballero andante capaz de salvar, y de respetar (su relación es por completo asexual y del mismo modo Devlin permanecerá impertérrito ante el ofrecimiento de su antigua amante, ahora esposa de Mary-Ann), a una naif señorita sureña en apuros como al que interpreta con cándido erotismo Sissy Spacek. Solo él puede hacer creíble esa mixtura de violencia a brochazos y abstracción de libro de kiosco que convierte carne Viva en una de las piezas más extravagantes del gran thriller USA de los 70. La gracia está en la descontextualización del arquetipo de Marvin: el gangster de ciudad contra los gánsteres de campo, la elegancia contra el cutrerío, el criminal al viejo estilo, con un código de hierro, contra los nuevos villanos sin escrúpulos ni gusto.
Resulta curioso comprobar las similitudes de esta Carne Viva con la memorable Día de Perros, un film que Marvin protagonizó en Francia en 1984 para el reivindicable Yves Boisset y que llevaba al extremo los planteamientos, e incluso algunas de las imágenes exactas, de la presente al colocar la idea misma de la imagen de Marvin en el contexto de un thriller grotesco ambientado entre una familia de granjeros franceses más allá de lo demencial y lo roñoso.