El verano pasado, la almeriense Yeray Ediciones impulsó una iniciativa que, a los que vivimos aquellos remotos tiempos en los que la humanidad aún no había sido secuestrada por las pantallitas, nos despertó una fibra nostálgica. Dirigida por Carlos Díaz Maroto, la colección “Bolsilibros Yeray” pretendía recuperar el tono de las “novelas de a duro” que, por poco dinero (un duro eran 5 pesetas y un euro son 33 duros, así que con lo que te cuesta hoy un café llenabas una estantería), entretuvieron el ocio de tantos españolitos de a pie. Las publicaciones se ofrecen en formato doble, incluyendo la primera entrega una historia de hombres-lobo y “Las bestias del valle prohibido”, un relato del propio Díaz Maroto en el que un trío de detectives de lo sobrenatural es requerido por un rico ranchero y acaba viéndoselas con un dinosaurio.
Aparecidas a mediados del siglo pasado y a imagen de los pulp norteamericanos, estas novelitas llenaban los anaqueles de los quioscos,
librerías de lance y otros establecimientos dedicados a la difusión de la cultura popular. Las novelitas se compraban, alquilaban o cambiaban, en un mercado que multiplicaba los lectores de cada ejemplar hasta que el desgaste las hacía impresentables. El formato estándar era de 15,5 x 10,5 cms. y 124 páginas, reducidas a 96 en los setenta y, aunque siempre se consideraron un medio de poco prestigio, muchos autores más que competentes recalaron en ellas por meras razones de subsistencia, y con el tiempo algunas han sido valoradas como auténticas joyas literarias.
Las editoras de novelitas de a duro eran veteranas del mundo del tebeo, en busca de nuevas cuotas de mercado, que explotaron con colecciones especializadas en distintos géneros: Marcial Lafuente Estefanía, Silver Kane o Keith Luger fueron los nombres que dominaron el western, Corín Tellado las románticas y Joseph Berna o Lou Carrigan las policíacas. En realidad, todos estos escritores eran más españoles que el botijo, pero se extendió el uso de pseudónimos anglosajones para hacerlos más interesantes.
Uno de los principales logros de los bolsilibros es que sirvieron como crisol para que germinase la ciencia ficción moderna española gracias a grandes profesionales que hoy son reverenciados por los aficionados. El género atrajo inmediatamente a los lectores y cada editora acabó creando su propia colección especializada: Editorial Valenciana lanzó Luchadores del espacio (234 títulos, 1953-1963), Toray Espacio Mundo Futuro (533 títulos, 1954-1973) y Bruguera La conquista del espacio (725 títulos, 1970-1985).
Pascual Enguídanos
El primer gran éxito de la ciencia ficción española y, en buena medida, responsable de cuanto vino después, fue la serie La saga de los Aznar, que no tiene nada que ver con quien estás pensando y supuso el debut de la colección de Valenciana Luchadores del espacio. El padre de la criatura era un tal George H. White. Pero, como te hemos avisado, tras ese pseudónimo se escondía un autor español de pura cepa. Su verdadero nombre era Pascual Enguídanos Usach.
Flash Gordon (1934)
Nacido en 1923 en Líria (Valencia), donde permaneció hasta su muerte en 2006, de chaval Pascual era un auténtico entusiasta de la lectura. Entre sus personajes favoritos estaba Flash Gordon (Alex Raymond, 1934), cuyos encuentros con los engrendros de aspecto dinosauroide endémicos del planeta Mongo leía con avidez en la revista de Hispano Americana Aventurero (1935). Cuando la escuela a la que acudía fue reconvertida en hospital militar durante la Guerra, se puso a trabajar en las labores más duras para ayudar a la economía familiar. Pero lo que de verdad le gustaba era escribir.
En los años 40 comenzó a colaborar en la revista local Estímulo, así como en la emisora Radio Juventud. Su labor profesional comienza en 1951 con algunos títulos románticos y bélicos para Editorial Valenciana, y también publicó varios trabajos en Bruguera. Considerado hoy como el decano de los escritores de ciencia ficción españoles, en 1953 publica bajo el pseudónimo de “George G. White” la novelita “Los hombres de Venus”, la primera de las 54 que compondrán La saga de los Aznar.
La saga comienza cuando Miguel Ángel Aznar busca platillos volantes en el Himalaya y acaba transportado a un Venus tropical con dinosaurios cuyos habitantes vuelan sobre pterosaurios, como podemos comprobar ya en el segundo volumen, “El planeta misterioso”. Nada que nos sorprenda, pues como ya vimos por estos lares, es bien sabido que el lucero del alba alberga fauna mesozoica de todo tipo. Tras una primera época (1953-1958), con 32 novelitas agrupadas en 12 volúmenes, se publicó una segunda (1973-1978) con otras 22 novelitas agrupadas en 10 volúmenes. El propio Enguídanos la adaptó al cómic en 1959 con dibujos de Matías Alonso en la colección de Valenciana Hazañas de la juventud audaz.
Miguel Ángel Aznar de caza "muy" mayor
El éxito de la serie catapultó la ciencia ficción en España. Y también tuvo bastante repercusión fuera de nuestras fronteras. En 1969, se publicó en Francia la versión en viñetas, que se reeditará en varias ocasiones, en 1972-1973 se editó en portugués. Y en 1978 fue premiada como mejor serie europea de ciencia ficción –por delante del clásico alemán Perry Rhodan– en la EuroCon de Bruselas. Aprovechando el tirón, ese mismo año Antonio Guerrero dibujó otra versión en cómic, lo que debió llenarle de satisfacción ya que veinte años antes había ilustrado para Editorial Rollán el cuadernillo de aventuras Rock Vanguard (guión de Miguel González Casquel, 1958), inspirado tanto en Flash
Gordon como en La saga de los Aznar, pues también comienza en las montañas tibetanas, donde el protagonista encuentra una nave espacial que le transportará al planeta Radoma, que alberga tribus de hombres primitivos y dinosaurios.