Al avance acelerado del comunismo en la Iberosfera sólo le quedan unos pocos diques de contención. El fracaso de ciertas oligarquías y políticas pusilánimes, junto con la acción decidida y bien financiada de organizaciones liberticidas de la izquierda como el Foro de Sao Paulo y el Grupo de Puebla, ha apuntalado de manera asombrosa gobiernos tiránicos como los de Venezuela, Nicaragua y Cuba, hoy gigantescos presidios de disidentes y opositores, y ha forzado cambios de Gobierno que auguran malos tiempos para nuestros hermanos en Bolivia y Perú, parecidos a los que hoy entierran a la Argentina en una enorme crisis económica y social. El pronóstico es incierto, si no malo, en otros países que creíamos que habían superado cualquier pulsión socialista, como Chile, El Salvador o México donde al deterioro profundo de las instituciones se e une la demagogia populista y el desprecio a la gesta de la Hispanidad.
Entre esos pocos diques de contención, y por ello la pieza a cobrar por parte de la izquierda internacionalista, indigenista, globalista y otras decenas de -istas, está el Gobierno irreductible del presidente brasileño Jair Bolsonaro que ayer demostró, sacando a cientos de miles de partidarios a la calles de Brasilia, de Sao Paulo y de todo Brasil, que se niega a seguir el sendero marcado por tantos otros presidentes de tantas otras naciones americanas (y europeas) que se dejaron vencer por la izquierda sin presentar batalla allá donde hace falta darla: en la calle, en las instituciones y en la opinión publicada.
Desde que a finales del año pasado una parte de la Justicia brasileña anulara por ciertos 'defectos formales' las condenas al expresidente Lula da Silva por sus gravísimos delitos de corrupción y así permitirle (qué error) presentarse a la elección presidencial el año que viene, los voceros de la izquierda y de la derecha meliflua corearon en las encuestas de intención de voto el nombre de Lula da Silva y dieron por acabado a Bolsonaro.
Bolsonaro, por supuesto, lo tendrá difícil. Enfrente tiene a una maquinaria internacional izquierdista bien engrasada de la que forman parte engranajes necesarios como la penosa Administración Biden y el servicio de Política Exterior de la Unión Europea, dirigido por esa decepción absoluta que es Josep Borrell. Como ha dejado escrito su hijo, el diputado Eduardo Bolsonaro -el congresista más votado de la historia de Brasil-, "sin dinero, sin partido, sin gran prensa, sin universidad, sin sindicato", el presidente Bolsonaro sólo tiene al pueblo que ayer salió en masa a la calle para decirle a las instituciones brasileñas compradas por la izquierda que él no se rinde. Y con el pueblo brasileño reunido en torno a Bolsonaro, todos los que hemos firmado la Carta de Madrid de la Fundación Disenso en defensa de la libertad, del Estado de Derecho y en contra del avance del comunismo.
Y esa idea, la de no rendirse frente al Socialismo del Siglo XXI, es la mejor manera de demostrar de qué madera está hecho un líder.