Junto a James Bond contra Goldfinger (Goldfinger, Guy Hamilton, 1964), Desde Rusia con amor (From Russia with love, Terence Young, 1963) supone lo mejor de la serie del agente 007, al menos en cuanto a estructura y acabado de guión. Escrita por Richard Malbaum, la película constituye un perfecto mecanismo de entretenimiento centrado en el cine de espías que, a diferencia de los títulos contemporáneos de la saga, no necesita rebuscar en los traumas psicológicos del protagonista, inventar complejas tramas de política interna de los servicios secretos, exhibir tecnología impúdica ni gratuitamente ni pactar con marcas comerciales para publicitar sus productos para construir una historia eficaz y solvente, alejada de espectacularidades accesorias, en la que los conflictos que siembra el guión entre los personajes y las organizaciones enfrentadas y el carisma y el peso de los intérpretes (en especial, por supuesto, de Sean Connery como Bond) sostienen suficientemente todo el esqueleto de la película.
Una vez más, la organización ESPECTRA es el enemigo a batir. En esta ocasión, con el fin de hacerse con una de las máquinas que encriptan los mensajes internos soviéticos, los criminales diseñan un doble juego de engaños en que rusos y británicos son las víctimas: Tatiana Romanova, una empleada del consulado soviético en Estambul (Daniela Bianchi, belleza rubia de cortísimo recorrido) ha de fingir que pretende desertar llevándose consigo una de esas máquinas, pero bajo la condición de que su enlace para la entrega ha de ser Bond (de quien ESPECTRA quiere vengarse por haber acabado, en el título anterior e inaugural de la saga, con el Dr. No). Para ello cuentan con la inestimable labor de Rosa Klebb (Lotte Lenya), oficial de inteligencia soviética que se ha pasado a ESPECTRA y que puede hacerle creer a Tatiana que las órdenes vienen del Kremlin. De este modo, pensando servir a la Unión Soviética en la captura o eliminación del famoso agente británico, Tatiana sacará la máquina del consulado y en su encuentro con Bond ESPECTRA podrá hacerse con ella y eliminarlos a ambos; por su parte, los británicos, como la CIA americana, llevan años intentando hacerse con uno de esos artefactos, por lo que, aun con la convicción de que puede tratarse de una trampa, Bond es enviado a Estambul para encontrarse con su enlace, Kerim Bey (Pedro Armendáriz), y estudiar la forma de sacar adelante el plan. Testigo de todo es un oscuro individuo, Grant (Robert Shaw), un convicto de asesinato, un homicida paranoico reclutado por ESPECTRA cuya misión es velar por que no les suceda nada ni a Tatiana ni a Bond en tanto urden la fuga de la chica con el aparato, así como deshacerse de ellos después. Mientras tanto, Grant se dedica a aumentar el clima de tensión entre soviéticos y británicos en Estambul cometiendo unos cuantos asesinatos de los que se inculpan los unos a los otros.
La presentación y disposición de la historia es admirable, así como el hecho de centrar la acción en tres personajes, dos que no saben realmente a quién están sirviendo en el cumplimiento de sus misiones, y un tercero que maneja todos los hilos de la vida y de la muerte sin que ambos, ni tampoco las organizaciones a las que representan, tengan la menor idea de lo que está ocurriendo. Al puro cine de espías se suma así una importante dosis de suspense, de intriga, que, en contra de lo que será común en el desarrollo posterior de la serie de películas de 007, desplaza casi por completo al cine de aventuras y de acción. En ello es fundamental también el escenario: aparte del prólogo y el epílogo venecianos, y del habitual inicio londinense, la película se aleja del típico carrusel de localizaciones exóticas de las cintas de Bond para concentarse en la ciudad de Estambul y en la huida de los protagonistas en un tren que cruza los Balcanes. Debido a ello, los instantes de acción (el asalto al campamento gitano, la eliminación de los agentes búlgaros que trabajan para los rusos) quedan en todo momento en un segundo plano, por detrás de las relaciones entre los personajes (en especial la química entre Connery y un soberbio Armendáriz), y son las conversaciones, los seguimientos, las secuencias entre Tatiana y Bond los que dominan la trama, la mayor parte de ellos en localizaciones típicas de la ciudad turca (impresionante, por ejemplo, la toma en la que Connery y Armendáriz cruzan en bote por una bóveda subterránea inundada por las aguas del Bósforo). El último tercio de la cinta transcurre ya en el tren de huida, donde tiene lugar la estupenda secuencia de pelea entre Bond y Grant en el interior del compartimento, en la que, como no puede ser de otra manera, cobra protagonismo el diseño de objetos y gadgets del inefable Q.
La película, segunda entrega de la saga, va perfeccionando poco a poco las que serán señas de identidad cinematográfica del personaje: el tema musical de John Barry (secundado por la famosa canción de Matt Monro que contiene el título de la película), el disparo a cámara inicial y la sangre derramada, los coqueteos de Bond con Monnypenny (Lois Maxwell), el humor soterrado de estas situaciones respecto a M (Bernard Lee; en especial, resulta excelente la secuencia en la que los jefes del servicio secreto escuchan la cintas grabadas de Bond y Tatiana, en las que los detalles técnicos de la máquina Lektor se mezclan con sus efusiones románticas), los inspirados diseños de Q (en este caso un maletín de ejecutivo que contiene dinero, municiones, un puñal y hasta una bomba de humo), y también cierta contemporización con el adversario soviético, que es presentado como rival, no tanto como enemigo. De ahí la necesidad de inventar una instancia intermedia, ESPECTRA, y de justificar la deserción de la oficial Klebb. En cuanto a interpretaciones, destacan Armendáriz, estupendo, y Lotte Lenya, esposa y musa del compositor austríaco Kurt Weill, impresionante en su creación de agente fría, dura, expeditiva y con tendencias sáficas.
Por supuesto, Bond salva la situación, logra a la chica, vence a los malos y vive su interludio romántico con una desertora más fiel al sexo que a Lenin. Al fin y al cabo, se trata de una película de James Bond. Pero su virtud máxima estriba en que desarrolla una pauta distinta, y tal vez mejor, a la que fue santo y seña de la saga durante años, y a la que parece querer retornar en los últimos tiempos.