Fiesta en la Bastilla, anoche. No es para menos.
Hoy vuelvo a estar en forma. Después de una dieta austera que me ha mantenido débil en cama o dormitando en el sofá sobre fondo de Paramount Channel, he resucitado al fin, no como piojo, tampoco como incipiente capullo primaveral, sino como la que era antes de las restricciones. Se puede decir que he empezado una nueva etapa, la que nunca debió abandonarse. Para empezar, se acabó el ajuste: sólo me ha traído debilidad física y anímica: subiré los impuestos el 75% a los virus con rentas superiores al millón de euros al año; las células, una vez hecho su trabajo de sobras, podrán jubilarse a los 60 años, me rebajaré el sueldo el 30% como responsable última de esta república que presido, y a mis ministros lo mismo. También a los directivos de las empresas públicas que harían las veces de extremidades. Por contra, subiré los sueldos a los médicos de la sanidad pública y contrataré 60.000 nuevos profesores. Se acabaron las stock-options, beneficio rápido que llena este cuerpo de azúcares y grasas saturadas que, una vez cumplida su función de saciar el apetito compulsivo, se instalan para siempre en las cartucheras.
En fin, que hoy puede ser el primer día de una nueva etapa que, aunque no se plasme de un día para otro, sí es al menos una alternativa alentadora frente a estos dos últimos años místicos en que nos hemos estado moviendo hasta ahora, a tientas, entre sombras: creer sin ver, a base de actos de fe que prometían que, aún con todos los indicadores en contra, el camino más recto, el más angosto, sería el que nos llevaría a los altares tras el duro calvario. No nos habían dicho que, efectivamente, era el camino correcto, aunque hacia el precipicio. Ahora un elegido, pero por las urnas, le dice a Merkel que existe otra posibilidad, la de que vaya desnuda, de tanta austeridad como predica. Merkosy será ahora Merkollande, después de que los franceses hayan dicho alto y claro MerkoNO. Y no es por quitarles mérito a los vecinos franceses, pero sólo con echar un vistazo al otro lado de los Pirineos y ver todo el daño que ha sido capaz de hacer la derecha en España en tan sólo cuatro meses, no es de extrañar la reacción.