Revista Sociedad
Las manifestaciones que comenzaron en Sao Paulo como movilizaciones populares contra el alza del precio del transporte público se han extendido a todo el país, y devenido en pocos días en una protesta global que expresa el profundo malestar y la indignación que dominan a los brasileños. En la jornada de ayer, un millón de personas salieron a la calle en 80 ciudades brasileñas para gritar que están hartos. Lo novedoso del caso brasileño es que la revuelta ha tomado como objetivo central de las protestas los estadios de fútbol donde se está celebrando una competición de carácter mundial. Desde hace una semana, tropas de élite de la brutal Policía Militar protegen los campos de fútbol, y al parecer ya se ha producido algún intento de asaltar el estadio de Maracaná en pleno partido. De continuar las protestas, podría verse en cuestión la misma continuidad del campeonato, contestado por muchos manifestantes cansados de que los problemas reales del país, que son muchos y graves, queden obscurecidos con eventos futbolísticos. El malestar brasileño comenzó a concretarse cuando hace unos meses la Policía Militar empezó a atacar favelas y barrios periféricos de las principales ciudades brasileñas, en una operación de limpieza destinada a lavar la cara del país ante la inminencia del acontecimiento deportivo que ahora se está celebrando. La excusa oficial era liquidar las bandas de narcotraficantes que supuestamente usan las favelas como cuartel general; los vecinos denunciaron que en realidad, lo que las autoridades querían era evitar que los visitantes atraídos por la competición futbolística contemplaran el espectáculo de las villas-miseria brasileñas al lado mismo de los grandes y modernos estadios de fútbol, remodelados o contruidos a toda prisa para la ocasión. Dilma Rousseff, la actual presidenta brasileña, se ha equivocado de medio a medio con su pueblo. La presidenta Rousseff ha dilapidado en casi nada la sólida herencia de Lula, y Brasil se precipita ya por el despeñadero económico de la crisis global y nacional mientras la presidenta adopta el chavismo como religión de Estado e impulsa el fútbol como droga social y también como instrumento de enriquecimiento corrupto para las élites del país. Pero calcularon mal la jugada, y los brasileños se han lanzado a la calle en el preludio de estallidos sociales que a no tardar se van a extender a otros países de América del Sur. Ni el fútbol, ni el chavismo y ni siquiera la Policía Militar, van a poder pararlos. En la fotografía que ilustra el post, un manifestante brasileño resume el coste de los eventos deportivos programados y la corrupción que generan, y lo compara con el salario mínimo vigente en el país.