Recién ha muerto uno de los más grandes líderes políticos del mundo contemporáneo: Fidel Castro Ruz, muy controvertido por su ideología y prácticas de poder en Cuba.
A raíz de su muerte se han publicado infinidad de opiniones, unas en favor y otras en contra, pero coincidentes todas en que este hombre pasó por el mundo dejando una profunda huella, difícil de borrar.
Hay quienes cuestionan su brutal dictadura, que llevó al sacrificio a muchos de sus compatriotas a partir de la revolución que hace 60 años derrocó a otro dictador tan tirano como él. Para unos fue terrible injusticia que Fidel recurriera al asesinato para librarse de sus enemigos, así como a la supresión de libertades individuales. Sin embargo, otros lo justifican diciendo que esto era necesario para implantar una sociedad más justa. Cuestión de enfoques.
Hombre de extraordinario carácter
Lo que nadie puede negarle a Castro, al margen de cualquier ideología, es su extraordinario carácter, capaz de vencer las más grandes dificultades con tal de cumplir sus propósitos revolucionarios, cosa que muy pocos en el mundo han logrado (el “Che” Guevara, por ejemplo, se quedó en el camino, igual que muchos otros).
Prueba irrefutable de este carácter fue enfrentarse día tras día al país más poderoso de la Tierra, Estados Unidos, su vecino, cuyo gobierno no cedió un solo instante en su afán de eliminarlo por encabezar una doctrina política y económica contraria a sus intereses. Recientemente hicieron las paces, pero al parecer esto no durará mucho tiempo; la lucha sigue.
La democracia tampoco satisface
Respetables las opiniones de quienes se oponen a cualquier dictadura (yo entre ellos), porque la democracia, como dijera el ministro inglés Winston Churchill, es lo menos malo que tenemos. Sin embargo, vemos que tampoco este sistema político ha dado hasta hoy los resultados esperados. En nombre de la democracia se han cometido abominables crímenes que, como dijera don Quijote, “vale más no menealle”.
Lo esencial es reconocer que todos los seres humanos somos diferentes, ya que partimos de una gran diversidad de ambientes naturales, culturas, historias y costumbres. Y a partir de este concepto, no queda otra alternativa que ser tolerantes, respetuosos con las formas de vida que otros pueblos han escogido.
Desde la cuna misma de la civilización occidental, Heródoto, el Padre de la Historia, nos da una gran lección cuando dice que tras de haber recorrido el mundo de su tiempo, encontró que unos pueblos enterraban a sus muertos, otros los incineraban y algunos más se los comían. Sin embargo, dijo, hay que respetar a todos, porque el respeto a los demás es principio básico para mantener la paz y la concordia.
Y claro, hay formas muy diferentes de pensar: en Cuba tenemos un caso, pero hemos de ser respetuosos con la ideología, historia y manera de ser de este pueblo hermano tan querido, que a más de 60 años de revolución habrá de encontrar el camino para alcanzar el desarrollo en libertad, máxima aspiración humana.
javiermedinaloeracom
Artículo publicado por el semanario Concienia Pública en su edición del domingo 4 de diciembre de 2016.