Revista Psicología

Breves observaciones sobre la paranoia extendida

Por Yanquiel Barrios @her_barrios
Breves observaciones sobre la paranoia extendida

Victor Tausk, uno de los más brillantes discípulos de Freud, publicó en 1919 un artículo titulado "De la génesis del aparato de influencia en la esquizofrenia". Allí describía una forma de delirio psicótico en el que el paciente testimonia ser objeto del pernicioso influjo de una supuesta máquina que ejerce su acción a distancia. Como siempre, es necesario cierta dosis de locura (a veces una sobredosis) para adelantarse al tiempo. Los esquizofrénicos de Tausk fueron auténticos visionarios, que predijeron un mundo donde la realidad y el delirio se confunden y se tornan cada vez más indiscernibles. Matrix, The Truman Show, Minority Report, fueron en su día algunas de las ficciones que ya han dejado de serlo. "Sonría, lo estamos filmando", reza un cartel a la entrada de muchos comercios para que no se nos ocurra llevarnos alguna cosita sin pagar: habremos de ser rápidamente identificados mediante un programa informático de reconocimiento facial.

Todavía recuerdo cuando en los grandes almacenes Macy's de Chicago entré con alguien del sexo femenino al probador de hombres, yo para probarme unos vaqueros, y ella para darme su opinión. Un minuto después, una voz masculina salida de un imperceptible altavoz disimulado en el techo nos advirtió que la presencia de mujeres no se admitía en el probador de hombres. Solo entonces prestamos atención al cartel que informaba sobre la prohibición, con el misterioso añadido: "La empresa garantiza que los monitores conectados a las cámaras instaladas en el probador son vistos exclusivamente por personal masculino", aclaración útil incluso para despertar toda clase de fantasías lúbricas. Lo cierto es que esta curiosa anécdota encierra en el fondo la estructura del delirio y la alucinación. La voz del probador bien podría haber sido una alucinación verbal, y el sentimiento de ser observado por una cámara es un tópico clásico del delirio paranoico. Evidentemente, existe una diferencia fundamental: la certeza paranoica le atribuye al perseguidor una intención perversa y destructiva. "El Otro busca mi mal" es el lema del paranoico, la intuición mayor que rige la lógica de su pensamiento y pone al conjunto de sus acciones en estado de máxima alerta. ¿Pero hasta qué punto estas ideas son específicas de la paranoiay no comienzan a extenderse - legítimamente- como una sensación que a todos nos invade de forma paulatina?

Hasta ahora, las teorías conspirativas podían clasificarse como una variante colectiva de los delirios paranoicos. Hoy en día, a la luz de lo que sabemos sobre la banca internacional, las escuchas secretas, los centros de detención clandestinos en Europa, las cuentas en Suiza, la manipulación perversa de la información falsa, la detención de capitanas de barcos que rescatan náufragos y otras curiosas revelaciones, la certidumbre de ser víctimas de una conspiración que busca nuestro perjuicio deja de ser una ficción delirante para convertirse en prueba de inequívoca lucidez. Gracias al constante empeño de políticos, banqueros, tecnócratas, fabricantes de armas y demás instrumentos del terrorismo socio-político-financiero, la paranoia es ahora un estado normal del espíritu, un signo de cordura, una prueba de sano juicio, aunque ese sano juicio no sirva de nada mientras uno está haciendo la compra en un supermercado Wallmart en Texas o tomando una cerveza en un bar de Ohio.

La convivencia humana y el funcionamiento de los principios democráticos solo pueden prosperar en un espacio regido por la confianza, y la confianza consiste en admitir la buena fe de aquello que no puede demostrarse de antemano porque es invisible. Quizás deberíamos reflexionar sobre cómo la realización técnica y biopolítica de un mundo sustentado en el delirio de la transparencia y la visibilidad absolutas acaba por reducir a cenizas los lazos simbólicos de la confianza, que solo consiguen sobrevivir si admitimos un límite a lo que se puede saber, si respetamos en los seres humanos el derecho a conservar aunque más no sea una mínima porción de intimidad.

La paranoia es el síntoma contemporáneo de una sociedad que ha perdido el valor de la confianza, un valor que se sostiene en un orden de la verdad que no es enteramente demostrable, ni evidente, ni asimilable a ninguna realidad empírica. El envés de esta ideología de la visibilidad (exacerbada por el paradigma tecnocientífico de que todo puede ser traído al plano de la representación, incluido el color que adopta el cerebro cuando un objeto sexual nos hace cosquillas o nos peleamos con la compañía telefónica) es el progresivo oscurecimiento del poder. A la microfísica del poder postulada por Foucault y a la era líquida diagnosticada por Bauman, deberíamos añadirles la macrofísica de la globalización, que permite a los agentes causales de la desdicha actual desaparecer por los intersticios de la web. ¿Quiénes son? ¿Dónde están? Las estrategias de ocultación y borramiento de la responsabilidad nos dejan a merced de la paranoia generalizada, que al fin de cuentas es el intento de dar contenido a nuestro sentimiento de ser objeto de una maquinación que vulnera nuestras vidas, que ofende nuestra dignidad, y que amenaza incluso la supervivencia. Y como en las malas películas, los buenos que prometían defendernos resultan ser los malos. Cada vez más malos.

En la década de los setenta, las dictaduras latinoamericanas secuestraron y eliminaron a miles de personas. Ahora, en la Europa que siempre vuelve a rezumar su vieja podredumbre, nos secuestran poco a poco los derechos, la educación, la salud, y la protección de nuestros miembros más frágiles. ¿Es necesario estar loco para deducir que alguna conspiración se ha puesto en marcha?


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