Revista Cultura y Ocio

Brujas – @Sor_furcia

Por De Krakens Y Sirenas @krakensysirenas

Si te hablan de una bruja lo primero que te viene a la mente es una señora de avanzada edad, poco agraciada, con antiestéticas verrugas (y estrías, fijo), vestida de negro (porque estiliza) y subida a una escoba con su gato (¡Ninguna solterona sin su gato!).

Pues no, amiga, nada más lejos de la realidad. La palabra bruja tiene un origen incierto, pero la palabra witch (en inglés) deriva del sajón, de wicce, que significa sabia.

Las brujas eran mujeres como tú y como yo. Mujeres que luchaban por su libertad, mujeres que exigían sus derechos, mujeres transgresoras, inconformistas y, en definitiva, molestas. ¿Y qué podían hacer los sectores más conservadores con esta lacra? Se acojonaban fuertecito. Normal, no podían controlarlas… (¡Debían estar con la regla ahí a tope!). Pero tras mucho darle vueltas llegó algún lumbreras y dijo: Oye, se me está ocurriendo una cosa… ¿Y si las quemamos vivas? ¡Ole! ¡Ideaza! ¡A la hoguera con ellas! Y así claro, las muchachas dejaban de dar guerra, como pa no… Y mientras tanto los demás a seguir predicando el catolicismo, que lo de “No matarás” ya si eso lo hablamos en otro momento, que el olor a carne asada me ha dao hambre.

Porque la caza de brujas es una de las muchas formas con las que la sociedad ha dejado patente a lo largo de la historia su paranoia misógina y su violencia hacia el sexo femenino. Se nos tachaba de ser propensas a la influencia del demonio y al pecado por ser más débiles, más crédulas y, como decía el Malleus maleficarum (la Biblia de la persecución brujeril), embusteras por naturaleza y las responsables de todos los males de la sociedad… Es que hay que ver, mira que es dañina una vagina ¡Ya nos vale!

Así, con estas preocupaciones y con la Inquisición española por ahí pululando, creció el pobre Lutero, que debía tener algún traumita chungo o algo, y se dedicó a decir que, además de fornicar con Satanás, las brujas eran rompedoras de matrimonios… y se quedaba tan pancho el tío. Porque claro, si un hombre falta a los votos de su unión marital, la única explicación posible es que la tercera en discordia sea una bruja y le haya hecho perder el raciocinio con algún maleficio…Que todas sabemos que el hombre casado que es infiel no lo hace de forma consciente, porque él es una persona íntegra y respetable ante todo ¡Dónde vamos a parar! ¡Criaturica! Démonos las manos y lloremos por él. Y a ella… ¡La quemamos!

Pero pillarlas a todas no era tarea fácil, no os vayáis a creer. ¡Para nada! Que era mu cansao, ¿eh? Ya veréis, os va a sonar. Lo primero que hacía falta para encontrar a una bruja era una acusación, pero no con pruebas ni ná ¿pa qué? Sólo era necesario cualquier rumor que algún buen vecino inventara sobre la de al lao, porque sus gallinas ponían más huevos que las suyas, o vete tú a saber. La autoridad procedía a detener a la susodicha y la sometía a un interrogatorio que incluía una serie muy variopinta de torturas (sumergirla en agua para ver si podía respirar, hacerle quemaduras, pincharla con agujas…). Cuando por fin la zagala confesaba (que algunas mira que eran cabezonas y les costaba, eh?) entonces había que intentar (con otro abanico de torturas de lo más chachi) que delatara a sus compinches (porque si las mujeres no van solas al baño, está claro que tampoco van a arruinar el mundo sin hacerlo en comandita)… y una vez conseguido esto, ya está ¡¡fiesta!! ¡¡a la parrilla!! ¿Qué? ¿Os suena? ¿No? Pues un enano bigotudo con voz de pito se dedicó a hacer más o menos lo mismo no hace muchos años en esta nuestra querida España.

Y así, al calorcito de la chasca, se cargaron a más de 60.000 brujas ¡ahí es ná!

Menos mal que pasó el tiempo y ya, avergonzados de semejante atrocidad, o puede que cansados de tanto cortar leña para tostar a paganas y herejes, decidieron prohibir esta práctica y entonces nos cascaron la verruga, la escoba y el gato, y nos convirtieron en personajes de cuentos. Y aquí no ha pasado nada.

Cuentos que nos han contado a todas desde pequeñas y que nos obligaban a sentirnos identificadas con la princesa, esa mujer frágil y soñadora que cree en el amor romántico por encima de todas las cosas y que añora encontrar a su príncipe azul para concluir que su vida por fin tiene sentido. Y toda princesa, como sabéis, tiene una enemiga acérrima que, casualidades de la vida, también es una moza (porque es de dominio público que la peor enemiga de una fémina es otra de su mismo sexo). La bruja. Una mujer poderosa e independiente que no tiene otra cosa que hacer que odiar a la princesa porque es más joven y más bella… aunque a lo mejor lo que le pasa es que la princesa es una pusilánime y le saca de quicio, que también puede ser.

Menuda estratagema para meternos al enemigo entre nuestras propias filas. Que, como decía Simone de Beauvoir: “El opresor no sería tan fuerte si no tuviese cómplices entre los propios oprimidos”… y así desde pequeñitas alimentan la rivalidad entre nosotras, porque con la suya no es suficiente. Que quemar es cansao, pero pelear con las mujeres más, ¿eh?

Así que, que no te engañen. Una bruja podía ser la de la parafarmacia de la esquina, que utiliza medicina natural para curarte un constipado… (Ya veo los anuncios de la época “Estas navidades ¡no pase frío! Apueste por las nuevas fuentes de energía alternativas, caliente su hogar quemando una homeópata”). Podía ser tu hermana, que está metida en un grupo de mujeres (también conocido como aquelarre entre los amigos) y se reúnen una vez al mes para comentar libros (o para comer niños crudos). Podías ser tú misma, una mujer soltera que disfruta abiertamente de su sexualidad (¡Que estás mu loca, ¿eh?!). O podían ser las que lucharon por el sufragio femenino, las que pelearon contra la ley del aborto, tu madre recriminándole a tu padre que está harta de hacer todas las cosas de casa ella sola, la profesora de tus hijos que le gusta vestirse de látex y que le fustiguen en su tiempo libre, mi tía que estuvo en la cárcel por roja, o yo, que vivo sola y no quiero tener hijos, ni marido, ni dios, ni partido, ni nada parecido. Madre mía, que estrés ¡que todas estas brujas no se van a quemar solas!

Por eso ya no nos calcinan, porque supondría mucho esfuerzo y porque no estaría bien visto un genocidio así en el sigo XXI (ja!)… Además, menudo curro pal Selur tener que limpiar to lo que mancharían unas fallas a gran escala como serían esas… Ná, que no compensa.

Dicho esto, yo me declaro a favor de las brujas. De todas las mujeres que no se han callado, que han alzado su voz, que han luchado. Para que cuando nos llamen “¡Bruja!” sonriamos con orgullo y digamos “Sí, y a mucha honra”. Y si tienen lo que hay que tener ¡Que nos quemen a todas!

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