Revista Cultura y Ocio
Ya de vuelta en Londres, aún no me he desprendido de la nostalgia de España y decido combatirla (o más bien alimentarla) visitando la exposición The Witches and Old Women Album ("El álbum de las brujas y las viejas"), de Goya, en la Courtauld Gallery. Hace un día de perros, pero eso no me disuade de salir: si uno hubiera de quedarse en casa por el frío y la lluvia, se convertiría en un monje. Cojo, pues, el metro, bajo en Temple y llego a Somerset House, en el Strand, donde se encuentra la Galería. Hay mucha gente -la Courtauld es uno de los museos más visitados de Londres: tiene, entre otras cosas, una colección impresionante de impresionistas-, pero eso es algo a lo que aquí no hay más remedio que acostumbrarse: las multitudes lo acompañan a uno allí donde vaya. En la Galería, me esperan algunos desafíos: el precio de la entrada, como ya suponía, y la consigna. La ropa se deja aquí en unas taquillas que funcionan con monedas y clave de seguridad. Consigo cerrarla después de siete intentos, cada uno de los cuales me hace sentir más idiota que el anterior. Cuando lo dejo todo a buen recaudo en el interior de la caja, siento una alegría pueril, la misma que de niño experimentaba en las raras ocasiones en que era capaz de manejar con acierto los complejos aparatos del mundo contemporáneo, como los botones de la cabina del laboratorio de idiomas del colegio. Pero inmediatamente ensombrecen esa alegría algunas sospechas ominosas: ¿seré capaz de recordar el número que he introducido para cerrar la taquilla? y, sobre todo, aun recordándolo, ¿seré capaz de abrirla? Me despido con la inquietud con que uno dice adiós a las maletas que ha facturado en el aeropuerto y que se alejan por la cinta transportadora, en dirección a los inframundos aeroportuarios, o a los envíos por correos, pero ahora ya no hay vuelta atrás: me preocuparé por recuperar mis cosas cuando haya visto a Goya. "El álbum de las brujas y las viejas" reúne los dibujos que Goya hizo, con este tema y bajo este título, entre 1819 y 1823. Esta reunión tiene su mérito, porque las obras que lo integraban, como las de otros muchos álbumes suyos, se habían dispersado a la muerte del pintor. Hoy pueden apreciarse tal como Goya las había imaginado y dispuesto en los mismos años de sus pinturas negras. En "El álbum de las brujas y las viejas" se mezcla, muy hispanamente, lo satírico y lo diabólico. La expresión delirante y tenebrista recuerda al mejor -es decir, al peor- El Bosco, y pienso que la modernidad de un autor se mide, sobre todo, por su apartamiento de los cánones de su época. Goya, como El Greco, se adelanta al surrealismo -un onirismo plagado de pesadillas recorre esta obra- y al expresionismo. Los dibujos de Goya podrían haber sido hechos hoy mismo: sus trazos torturados, doloridos, claroscuros, se alejan de cualquier preciosismo y describen una realidad fiera. Su realismo es atroz, porque no es solo realismo: es también idealidad desgarrada y expresión crítica. Los paisajes humanos de Goya incorporan -materializan- sus propios paisajes interiores: su angustia por un país atormentado, su dolor, su sentimiento de asco y soledad. Las viejas desdentadas y calvas que pueblan sus láminas están llenas de vigor: su fealdad, como la de la nación, es robusta; sus mentones prominentes demuestran resolución, y sus cuerpos, envueltos en sayones harapientos, una coquetería repulsiva. Estas figuras lamentables, que revelan la pobreza y el atraso del país, cobran a menudo perfiles demoníacos: en "Mala muger", por ejemplo, una bruja horrible se dispone a comerse a un bebé. También menudean las locas y las celestinas, todas partícipes, como las hechiceras, de ese mundo espeluznante que denuncia el autor de Los fusilamientos del dos de mayo: unas hacen locuras; otras remedan hímenes, prescriben pócimas y dictan ensalmos. No obstante, los dibujos no solo se refieren a la chusma anónima: algunos leyendas aluden a personajes encumbrados de su época, como Manuel Godoy, el Príncipe de la Paz, valido de Carlos IV y muy válido también para atender los deseos insatisfechos de su augusta esposa, María Luisa de Parma. Muchos dibujos parecen inacabados: contienen manchas, sombras, cuerpos bosquejados, entrelazamientos difusos. Pero quizá fuese este inacabamiento, precisamente, lo que quería transmitir Goya, para reflejar la imperfección, la incomprensión, de lo representado. Muchos de los personajes esbozados parecen flotar en el aire. No hay suelo: brujas y viejas se retuercen en una nada que subraya sus perfiles siniestros. Ningún paisaje, ningún ornato, endulza esa visión pavorosa: los detalles de la ropa, las mueca de las sonrisas, los dedos como garfios, se destacan en una maraña de movimientos estáticos, cuyo propósito no está claro, pero no es, en ningún caso, tranquilizador. En muchos dibujos, una bruja o una vieja lleva a otra, o a otras personas, a la espalda: el mal acarrea nuevos males, parece sugerir Goya; el mal se transmite y reproduce; el mal arrebata a la gente y la conduce a la oscuridad. Me llama la atención la presencia de "El sueño de la razón produce monstruos", el célebre capricho del pintor, que data de 1799. No llego a averiguar si es el original o una copia añadida a la exposición para ilustrar la ilustrada cosmovisión goyesca. En cualquier caso, sufro una revelación. Yo siempre había interpretado el lema de este dibujo como una paradójica afirmación de los derechos de la fantasía: para mí, era el sueño de la razón, es decir, la propia actividad racional, su vuelo incontrolado por la mente, la que producía monstruos. Goya se adelantaba, así, a mis ojos, una vez más, a su tiempo, y reivindicaba el lado imaginativo de la existencia, frente al imperio de una inteligencia insuficiente y perversa. Hoy, sin embargo, entiendo paladinamente lo que el aragonés quería decir, y que es tan simple como que, cuando la razón duerme, es decir, cuando está ausente, se despiertan los monstruos de la irracionalidad, que son los que dañan al hombre. Me siento casi tan idiota como al cerrar la taquilla. Lo que, por cierto, me recuerda que la Galería ya cierra y que, por tanto, ha llegado el momento de volver a enfrentarme con ella. Para mi sorpresa, no he olvidado el código y la abro en un santiamén. Será que la lucidez de Goya, plasmada en tantas figuras oscuras, me ha impregnado. Hoy ha sido un día lleno de revelaciones. Y eso que no ha dejado de llover.