Aunque a veces no lo parezca, hay vida más allá de la Grand' Place
No es
Bruselas una de esas ciudades que enamoran a primera vista. Aunque hablo a partir de una corta visita y quizás esté cometiendo una injusticia, ni siquiera da la impresión de ser una ciudad que merezca detenerse en ella muchos días. Si en París,
Londres o
Nueva York el visitante foráneo descubre de inmediato que, por más que se deslome visitando museos y pateándose las calles o los mercadillos, le queda aún todo un mundo por descubrir (y tal vez le quedará siempre, por más que redoble sus esfuerzos), los atractivos de Bruselas parecen ser claramente más restringidos.Sin embargo, hay algo que es preciso reconocerles a los belgas: han sabido sacar un gran partido de las peculiaridades locales. A partir del auge que conoció la "bande dessinée" (lo que nosotros conocemos como "tebeo" o como "cómic", en plan más cultureta) durante las décadas centrales del siglo pasado, con Hergé en primera fila, han sabido convertir lo que hubiese podido ser una simple anécdota en un interesante atractivo turístico. Para los que hemos crecido con Tintín como lectura de cabecera y nos hemos reído o emocionado con otros personajes, como los hermanos Dalton, el marsupilami o los arriesgados Blake y Mortimer, hay en Bruselas un par de visitas inexcusables. Por un lado, la ruta de los murales de cómic y por otro el Centre Belge de la Bande Dessinée, que además está ubicado en un notable edificio modernista -art nouveau, en la versión belga- diseñado por
Victor Horta (y esa es otra ruta apetecible, pero habrá que dejarla para otra ocasión).
A la vista de esta muestra de 1900,
la querencia belga por el cómic les venía de lejos
El circuito de los murales le lleva a uno además a recorrerse media ciudad, pisando barrios en los que de otro modo no se hubiese aventurado. Y resulta encantador toparse en cualquier esquina con paredes enteras decoradas con los más entrañables héroes del cómic.
Hay que prestar verdadera atención para no ser arrollado al cruzar una calle por una alegre banda de galos o por los cuatro hermanos forajidos. Y casi dan ganas de ponerse bajo la ventana para recoger al muchacho que cuelga de un canalón y que ¡ay! puede estrellarse en cualquier momento.Además de esos grafiti "oficiales", hay muros que lucen otros, improvisados, también muy atractivos:
Después de ver a los héroes del cómic en acción, se impone una visita al CBBD para saber más acerca de sus autores y de su manera de trabajar. Pues eso es lo que se muestra en allí, en un recorrido muy meno y bien documentado, aunque centrado sobre todo en los autores belgas (de vez en cuando, hay exposiciones temporales dedicadas a otras nacionalidades; en nuestro caso, una del americano
Will Eisner).
El vestíbulo nos recibe con una réplica del cohete en el que Tintín
conquistó la Luna
Por los pasillos, uno se encuentra con ciertos personajes
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Por supuesto, además de estas cuidadas recreaciones de ambiente, no podía faltar todo un apartado dedicado al protagonista incontestable del cómic belga, Tintín. Aunque el
Museo Hergé propiamente dicho se encuentra en las afueras, en Louvain-la-Neuve. Pero, también, habrá que dejarlo para otra ocasión (al final, habrá que volver a Bruselas, ¿no les parece?).
Al salir, tras haberse dado un baño entre curioso y nostálgico de tiras cómicas, es inevitable preguntarse porqué en Barcelona, donde durante muchos años se produjo el mejor cómic español, con revistas emblemáticas como
TBO o
Pulgarcito y dibujantes geniales (Escobar, Ibáñez y tantos otros), nadie ha sido capaz de montar algo similar. Edificios públicos vacíos no faltan en estos momentos, precisamente. Pero me temo que los organismos que podrían hacerse cargo de ello no están por la labor. Todo un patrimonio que se está dejando perder, una lástima. ¿Seremos capaces de aprender un poco de los belgas? [No quiero dejar la impresión de que en Bruselas sólo hay cómic, también encontré otros rincones librescos muy estimulantes. Quedarán para otra entrada. Continuará...]