Estamos bebiéndonos ya los últimos sorbos de este año y podemos decir que en lo que se refiere al cine no se trata de una cosecha que pase a la historia. Con ello en mente echa uno la vista atrás dos décadas y toma como ejemplo de confluencia 1995, con estrenos que se quedarían de una u otra forma en nuestras vidas. Sin lugar a dudas, un año que merece la pena recordar.
Toy Story (incursión del Pixar aún independiente en la gran batalla del entretenimiento) supuso la primera gran piedra de toque en el cine íntegramente producido por ordenador. Y mientras Disney daba que hablar con Pocahontas y su protagonista femenina no caucásica (ya iba siendo hora), lejos del terreno de la animación Harrison Ford hizo de Humphrey Bogart en el remake de Sabrina protagonizado por Julia Ormond y dirigido por Sidney Pollack. Hablando de nombres ilustres, Anthony Hopkins dio vida a Richard Nixon, y el gran Clint Eastwood mostró al mundo que es un tipo duro exclusivamente porque el cine lo hizo así y se destapó además como el gran director que es, todo ello en compañía de Meryl Streep, historia viva de este arte, en (redoble de tambores) Los puentes de Madison, esa cinta que ya es un clásico.
Antonio Banderas hacía con fuerza las Américas, ratificando que navegaba en la cresta de la ola con su doble presencia en cartelera (Desperado, a las órdenes de Robert Rodriguez, y Asesinos, compartiendo protagonismo con Sylvester Stallone). Sin embargo el balance del cine patrio no se reduce a Banderas en Hollywood como héroe de acción, porque en casa estrenaba con Fernando Trueba Two Much mientras Pedro Almodóvar mostraba La flor de su secreto y Álex de la Iglesia irrumpía con El día de la Bestia, acompañados de otros notables títulos como Boca a Boca (Manuel Gómez Pereira), Historias del Kronen (Montxo Armendáriz), Hola, ¿estás sola? (Icíar Bollaín), Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto (Agustín Díaz Yanes) o Flamenco (Carlos Saura).
Pero volvamos a cambiar de continente para recordar cómo en Heat Michael Mann logró reunir en una misma película, aunque sin compartir planos, a Robert De Niro y Al Pacino, o cómo se embarcó Tom Hanks en el viaje espacial del Apolo 13 camino a un Oscar que le arrebató Nicholas Cage con su autodestructivo histriónico de Leaving Las Vegas en lo que supuso el comienzo y también el final de una prometedora carrera. Susan Sarandon ganó el premio a la interpretación femenina por Pena de muerte, otro ejemplo de competencia feroz en un año repleto de puntos del mayor interés en las distintas salas de cine.
También atesora 1995 títulos como Sentido y sensibilidad (sorprendente Ang Lee como pez en el agua en un escenario de época), El cartero y Pablo Neruda, Poderosa Afrodita (siempre Woody Allen), Rob Roy, Casino, o películas de reverencial culto como Sospechosos habituales, Dead Man, 12 monos o Seven, el truculento y opresivo thriller de David Fincher que rompió con los cánones narrativos y estéticos del género. Bruce Willis, hiperactivo él, además de protagonizar la citada 12 Monos se coló con los considerados títulos menores El último Boyscout y Jungla de cristal: la venganza. Y, no todo iba a ser acción, Richard Linklater comenzaba con Antes del amanecer lo que acabaría siendo una exitosa trilogía romántica a lo largo de la vida de los personajes interpretados por Ethan Hawke y Julie Delpy.
Pero por encima de todo, 1995 fue el año en el que el gran Sidney Poitier entregó a la enorme Braveheart el Oscar a Mejor Película. Se trataba de una apuesta personal de su protagonista y director, Mel Gibson, que bordó una cinta épica de las que ya no se hacían y que brilló meritoriamente más que toda esta constelación de cine del bueno. ¿Merecía o no esta gran cosecha un recuerdo nostálgico?