Publicado el 25 abr, 2014 | 1 comentario

Créditos de la foto: nacquatella
Os cuento más cosas que estoy aprendiendo con el libro Esto no es una dieta, del que os he hablado anteriormente en este post. Hoy os cuento tres buenos hábitos que deberíamos cumplir todos en nuestra alimentación diaria.
Comer alimentos crudos
Los alimentos crudos revierten mejor sobre nosotros sus beneficios. De nada sirve comprar las mejores materias primas si luego las echamos a perder a la hora de prepararlas. Un mal proceso de cocinado puede eliminar buena parte de los nutrientes que tienen los alimentos.
Hay muchos alimentos que pueden consumirse sin cocinar. De hecho, una alimentación “energética” consiste en comer alimentos ricos en nutrientes, sin refinar o transformar. Una cocción a baja temperatura evitaría una gran pérdida de vitaminas, minerales, ácidos grasos insaturados, muy presentes todos ellos en los alimentos crudos.
Masticar lentamente
Comer despacio y masticando muy bien la comida es muy beneficioso, pues de esta manera se estimulan mejor y durante más tiempo las papilas gustativas. Estas sólo se localizan en la boca, así que una vez tragado el bocado que estemos comiendo ya no habrá más oportunidades. Cuanta más “satisfacción gustativa” produzca una comida, menos sensación de hambre tendremos luego: el placer sacia.
Masticar mucho los alimentos también redunda en una mejor digestión: los alimentos llegan más procesados al estómago y su descomposición por los jugos digestivos es más fácil.
Hay estudios que demuestran que elcerebro registra las sensaciones de plenitud después de unos 20 minutos. Si comemos rápido, pasado ese tiempo habremos comido bastante más de lo que necesitamos en realidad para estar verdaderamente satisfechos. Por eso es recomendable comer relajados, sentados y sin prisas, poniendo toda la atención en los alimentos y despertando nuestros sentidos para estimular el sistema digestivo.
Repartir las raciones con sentido común a lo largo del día
Hay que moderar una de las comidas del día, preferiblemente la cena porque después nos acostamos y no se queman las calorías consumidas. El refrán “desayuna como un rey, come como un príncipe y cena como un mendigo” es totalmente acertado en este caso. Al cuerpo no le gustan las alteraciones porque no proporcionan energía de manera regular, por eso es mejor hacer muchas comidas más pequeñas que concentrar todas en tan solo tres.
Es muy recomendable hacer todas las comidas del día: desayuno, media mañana, comida, merienda y cena. Comer de esta manera mantiene la glucemia estable a lo largo de la jornada. La merienda, por ejemplo, evita que la hipoglucemia cause una bajada de energía y no nos entren ganas de cenar copiosamente.
Las raciones tienen que ser de un tamaño justo: cuanto más hay, más se come. Un truco efectivo es servir las raciones en plato pequeño, pues ver el plato lleno no causa tanta frustración como ver el plato grande medio vacío… Aunque la alimentación sea muy sana, si se consume demasiada cantidad de alimentos se está agotando innecesariamente el sistema digestivo. Esto provoca una digestión pesada, derrochando mucha energía y debilitamiento general.
Créditos de la foto: nacquatella cc