Revista Comunicación

Bukowski lo manda.

Por Lurhall
Ha llegado la lluvia en este, todavía, septiembre sofocante. Y con ella irrumpe esa ola de sensaciones que el verano con sus todas sus tardes y todas sus noches nunca deja aflorar. La lluvia del temprano otoño en esta tierra no te impide salir de casa y mojarte. Te asfixia y no te cala. Te brinda el placer de caminar con chanclas entre los charcos. Te abraza y se mete en tu pecho como si inhalases éter. Trae atardeceres lilas y azules, nubes bajas y esconde la luna. Escuchas a Madeleine Peyroux y empieza poco a poco y tan devastadoramente a invadirte esa inquietud que te trae el otoño. Que te obliga por ejemplo a escribir ese tiovivo de imágenes y palabras que en cada vuelta se hacen más y más presentes sin cesar de subir y bajar. Tienes que escribirlo y quieres escribirlo. Como cuando en un examen ves esa pregunta de desarrollo que tan bien te sabes; como cuando terminan los créditos de esa película que te absorbe. No puedes guardártelo. No lo hagas, es otoño.
Bukowski lo manda.Puedes ver Las normas de la casa de la sidra y darte cuenta de lo realmente feliz que eres. Porque tú también estás recolectando manzanas, criando langostas y viendo el mar por primera vez. Porque en esta pequeña e insignificante vida que sabes que llevas, de alguna manera estás encontrando eso que tanto amas y estás dejando que empiece a matarte. Como cuando te preparan la merienda o te traducen una película en catalán, ahí te empieza a matar. Cuando agarras el cuaderno porque has leído a Holden Caulfield y te ha recordado, de esa desgarradora y contradictoria manera, lo bella que puede llegar a ser esta mísera existencia. Y entonces garabateas y decides publicarlo. Al fin y al cabo solo cumples órdenes: deja que te mate.   
Bukowski lo manda.


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