Cuando niña, mis primos y yo trepabamos el monte que había frente a casa de Titi Iris en La Aldea en Bayamón en busca de guayabas. Un día nos encontramos con un toro enorme y negro de frente. Echamos a correr monte abajo y no me acuerdo de nada más. El monte ya no existe, porque el cemento le ganó la batalla... pero mi gusto por una guayabita madura y rosadita sigue intacto.
Me gusta dejar que se maduren en el árbol, pero no puedo darme ese lujo. Si no las cosecho cuando se ponen color verde limón, los pajaritos se las comen. No los culpo, porque son sabrosas. Este palito de guayabas que tengo en mi patio, lo conseguimos en la Estación Experimental de la Universidad de PR y tardó unos dos años en parir. Da pocas guayabas, pero grandes!
Así que trato de darle una miradita al palo a menudo para recoger las que están casi amarillas y las dejo madurar en mi cocina. De vez en cuando se me escapa alguna a la vista y los pajaritos, y no se que otro animal, hacen fiesta. Entonces se las dejo...ellos tambien tienen que comer.