Revista Arte
Buscaremos el misterio para ocultar la absoluta y banal claridad que tiene nuestro mundo.
Por ArtepoesiaEs algo claro. Si a lo lejos divisamos a una mujer vestida de blanco, rodeada de un halo brillante o dorado, elevada ligeramente ya del suelo, no lo dudemos, es la Virgen María... La cita, popular y chistosa, conllevará una reflexión, sin embargo, muy sosegada de la realidad aplastante de las cosas de este mundo. Nada encerrará ningún misterio tanto tiempo como para no llegar a comprenderlo. Y el más clarificador, el más desvelado, el más terrible o el más inevitable, será ya el de nosotros mismos, el de nuestra propia y cierta vida. Es por esto por lo que adoraremos el misterio, cualquier forma de artificio que oculte ahora la caja de Pandora, ese lugar cerrado que permita dejar así, oculto, tan solo lo improbable, lo imposible, lo que tal vez pueda, lo sublime, lo porvenir, lo arcano, o lo nunca desvelado... Aún. Porque los misterios de nuestro mundo serán de dos clases, básicamente. Los que atañen a la Naturaleza y los que atañen al ser humano. Ambos, para un científico, serán lo mismo. Y seguramente lo sea..., pero el ser humano es el misterio más desgarrador de la Naturaleza, el más incontrolable, porque él puede además pensar sobre ello... y modificar así, a su antojo, todo posible resultado o toda probabilidad.
Sin embargo, las cosas que suceden en la vida de los seres humanos, sus comportamientos, sus deseos, sus necesidades, sus limitaciones, sus maldiciones, sus condicionantes, sus defectos o virtudes, serán cosas conocidas y para nada sorprenderán..., por muchas generaciones que hayan o sigan pasando. La psicología de los hombres que vivieron en el imperio romano se distinguirá muy poco de la que vivieron en el Renacimiento, y éstos mismos de nosotros ahora. Los mismos problemas existenciales tuvo el gran pintor Rembrandt que muchos de los que vivimos ahora en este siglo. Las mismas angustias, las mismas deficiencias o las mismas frustraciones. Es cierto, a cambio, que los misterios -los de la Naturaleza- eran mayores por entonces, en tiempos del genial creador holandés, pero no así la existencia de los retos..., algo que, hoy al igual que ayer, siguen existiendo. La vida personal de este pintor extraordinario fue muy desdichada, por lo cual su Arte fue un maravilloso revulsivo para ella. La creación tiene eso, que consigue transformar la visión de la realidad -no la realidad- para hacer de ésta algo más llevadero.
Cuando Rembrandt quiso -¿qué quiso realmente?- plasmar un misterio con su Arte, compuso su obra El Jinete polaco. Pero, es que ni él siquiera le puso este título a su obra... Y decimos quiso plasmar un misterio, por lo mismo que decimos que el ser humano, a veces, se separará de las materiales y formales cosas por analizar -o analizadas- de la Naturaleza: por sus sutilezas y por sus arbitrariedades. Las mismas que los pintores, como cualquier creador, conseguirán ya sostener con algunas de sus creaciones artísticas. Pero, nada más. No habrá aquí misterios encantados, no habrá confusiones de certeza, no habrá castillos en el aire de la vida, ni tampoco sentido a su miseria. Porque así es como es nuestra prosaica y menesterosa vida..., esa que, a veces, se vertirá sin excusas ni explicaciones ostentosas en la realidad más clarificada, aun sórdida y sin sorpresas. Y es por esto que buscaremos el misterio para ocultarlo, para hacer de la vida -o sin ella- una cosa que no es. Para darle el perfil diferente que los pintores, por ejemplo, llevarán a sus lienzos para, con los mismos materiales de lo que estará hecha la Naturaleza, hacer con todo ello ahora otra cosa distinta.
El título de la obra, El Jinete polaco, lo empezaría a utilizar un historiador de Arte holandés, Abraham Bresius (1855-1946), que acabaría convirtiéndose en un experto en Rembrandt. Descubrió este lienzo una vez que fue al castillo de un noble polaco, el conde Tarnowski. Un antepasado de éste adquiriría la obra en Amsterdam a finales del siglo XVIII, y se la llevaría a su castillo del sur de Polonia. Bresius analizó la obra y vio en ella el estilo de Rembrandt... y a un caballero polaco montado en su cabalgadura. Lo tituló así, El Jinete polaco. Pero, nada más, no hay certezas exactas de que sea del pintor holandés ni, tampoco, de que sea un caballero polaco. Por otro lado, ¿qué sentido tiene la obra?, ¿qué representará? Y aquí llegaremos a la arbitrariedad del ser humano y de su Arte, el único misterio sin desvelar. No así como los restantes misterios, los de la Naturaleza, que terminarán más tarde o más temprano alguna vez por ser desvelados. Pero, este no. Aun así, las interpretaciones serán ya el instrumento crítico y libre de todo Arte. Nos sirven para justificarlo y para justificarnos... Sólo así, también, seguiremos manteniendo el misterio.
Y en la obra veremos ahora a un caballero -da igual que sea polaco o portugués-, a un caballo, un itinerario, un paisaje y un gesto. Lleva armas en su grupa, las dejarán ver claramente aquí el caballero y el pintor. No mira, sin embargo, hacia adelante el caballero; hacia, se supone, será su destino inamovible. El fondo del paisaje, lo poco y mal que esta reproducción permitirá ver, nos enseña ahora un lugar tenebroso y, elevado al fondo del todo, un gran baluarte redondeado en la cima más alta. El cielo es igual aquí de tenebroso, todo esto muy propio de la iconografía tan oscura y barroca de Rembrandt. Pero, ¿qué más hay ya aquí para dilucidar algo? Porque, al parecer, pudo el autor inspirarse en un grabado del Renacimiento temprano -1513- del genial y precursor de misterios Alberto Durero, El caballero, la muerte y el diablo. Un caballero montado se dirige perseguido o acompañado por esas representaciones abstractas tan desoladoras. La imagen, propia del medievo, la fijó el creador Durero en una plancha metálica para mostrar la figura hidalga del ser que luchará a pesar de los lastres que lleve -¿con él mismo?- acosado por el mundo.
Y en El Jinete polaco siempre se vio ya al caballero seguro, que se dirigirá ahora confiado a salvar sus ideales patrióticos, personales o religiosos, paradigmáticos ya de una vida ilustre y virtuosa. En la alta edad media, al principio de ésta, se acuñaría el concepto del caballero cristiano -Millas Christi-, el soldado de la fe que representaría por entonces la lucha ferviente por mantener Europa cristianizada, sobre todo en el este europeo tan cercano a otras manifestaciones religiosas belicosas. Es la figura de un caballero que lucha por los buenos ideales, por la mejor de las causas frente al poder de las tinieblas y de lo aterrador. Es ésta una posible interpretación. Pero, ¿es la única? No. Y ahí estará el misterio... Porque todos estuvieron de acuerdo -el historiador, un poeta polaco, el conde- en que el caballero era un jinete polaco. Pero, ¿era esto ya lo que, misteriosamente, representaba? Rembrandt se dejó llevar casi siempre por la mitología bíblica. La conocía muy bien, fue educado por su madre en ella. El pintaría casi todos los mitos bíblicos conocidos. Y, aquí, ¿por qué no utilizó también un sentido bíblico para expresar algo, otra cosa, ahora ya tan misteriosamente...?
Fue el Génesis el libro bíblico que más representaría Rembrandt en sus obras. Como comprensible y afecto amigo del mundo judío, tan perseguido en todas partes de Europa, conocía además las interpretaciones que su exégesis hebraica tendría para sustentar misterios revelados. En la leyenda del Génesis primordial se hablará de los primeros descendientes de Noé. Un nieto de Cam -hijo de Noé- lo fue Nemrod, uno de los primeros hombres en conseguir ya un poder inmenso y cruel sobre los otros hombres. Se contaría que Nemrod construiría la torre de Babel, ese baluarte tan poderoso que se elevaría sobre todo lo conocido y sobre todo lo existente, como un gran resorte para mitigar el misterio, como un talismán erigido así para sojuzgarlo. Y era esta la forma en que simbolizaría Nemrod su poder sobre todos los demás, sobre la propia Naturaleza -erigir un enorme edificio que retase a ésta- e incluso sobre lo divino. Y es aquí, en el poderoso baluarte redondeado que se elevará ya sobre el fondo del paisaje tenebroso del cuadro, donde ahora la imagen de Rembrandt llevará tintes de parecer una metáfora bíblica, la del desalmado Nemrod.
Y de esa forma el misterio sobrevivirá en el intento de elegir, lo que es el misterio al fin y al cabo, elegir ahora o lo conocido, lo vulgar, lo posible, lo inevitable..., o todo lo contrario. Y aquí el afamado representante de lo más virtuoso, el caballero que perseguirá el bien más decidido, no será ahora ya sino lo contrario, el más atroz personaje poderoso, el ser ahora sin escrúpulos que someterá ya con sus deseos la vida confiada de los otros. Como en el grabado de Durero, las figuras abstractas de lo más abyecto -el demonio y la muerte-, que aquí acompañarán al caballero en su camino, son ahora parte ya de sí mismo, de su más fiera y oculta personalidad. En el grabado del creador renacentista alemán se apreciarán claramente, pero, ¿y aquí, en el lienzo de Rembrandt, dónde estarán ya esas matizaciones tenebrosas? Veamos bien el cuadro de este genial pintor, a parte de un paisaje robusto, agresivo y desalentador, ¿qué otra cosa inquietante ya veremos? El caballo que monta el caballero, ¿no es un poco su reflejo algo aterrador? Ahí estará el simbolismo más abyecto ahora, en una montura poco agraciada en los trazos, con los aterradores tonos sombreados de su cabeza o con unas extremidades tan sobrecogedoras. Parecerá aquí el caballo del más fiero y desalmado de los seres, ese tan mal cuidado como reflejo ya de su amo poderoso. Pero que será aquí el misterio que el creador transmutará, genialmente, en el lienzo para matizar así la imagen confusa de un jinete ahora diferente.
Otro lienzo misterioso también utilizará la mitología bíblica para confundirnos. En este caso del pintor renacentista Pontormo (1494-1557), un creador italiano de personalidad compleja, como su obra. En su creación José en Egipto, de 1518, nos presenta un cuadro forzadamente misterioso. La leyenda bíblica de José contará como este personaje hebreo es presentado al faraón en su adolescencia y medrará hábilmente en la corte egipcia para beneficiar luego a su pueblo. Pero, aquí, en esta obra con muchas influencias miguelangelianas, el pintor nos aturdirá aún más que Rembrandt. No sólo nos aturdirá, nos llevará a no entender nada. Cuando los misterios se aderezan en exceso de cosas, de multitud de elementos diferentes y sin sentido de ningún tipo, el objeto será casi exclusivamente estético. A diferencia de Rembrandt, que además de lo estético llevará un alarde de composición misteriosa, sea una u otra, pero ahora definida. En la obra de Pontormo se mezclarán en demasía las cosas sin sentido. Tal vez lo tenga, como todos los misterios sin desvelar. O, tal vez, sea ya este mismo el misterio, que no lo tenga, que sea tan solo el alarde de querer diferenciarse, de querer mostrar ahora parte de la confusa realidad -no de toda- que de la vida de todos tendrá ya este mundo, tan vulgar, simple y despejada, como la luz más esclarecedora tuviera ya de una mera sombra poderosa.
(Óleo de Rembrandt, El Jinete polaco, 1655, Colección Frick, Nueva York; Cuadro José en Egipto, del pintor renacentista Pontormo, 1517, National Gallery, Londres; Grabado del pintor renacentista alemán Alberto Durero, El caballero, la muerte y el diablo,1513, Series de Grabados de Durero.)
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