Menú de Las Chicas, Tánger, 2015. expatriadaxcojones.blogspot.com
La conozco desde hace muy poco y, sin embargo, voy a echarla muchísimo de menos. Con ella siempre nos hemos entendido. Desde el primer momento en que se cruzaron nuestros caminos, un caluroso día de verano. Esa mañana, estando en la playa, pasó delante mío con su gran barriga puntiaguda y yo me quedé con la boca abierta.
Chaang es vietnamita aunque ha pasado los últimos diez años de su vida en París.
—Fui a Francia para estudiar arquitectura. Cuando llegué sólo quería relacionarme con gente de Vietnam porque tenía miedo de enamorarme de un francés. Mi intención era regresar a casa en cuanto acabara la carrera.
Quería volver pero nunca lo hizo. Igual que sucede en las películas, Chaang encontró al hombre de su vida y se acabó casando con él.
Cuando tuvieron a su primera hija empezaron a plantearse un cambio de vida. Ni el estrés de la gran ciudad, ni la competitividad de la sociedad les gustaba. Incluso el tiempo de la capital francesa, tan gris y lluvioso, les desagradaba. En aquella época, él regentaba un bistró y ella trabajaba para un estudio de diseño. Decidieron tomarse un año sabático para pensar qué iban a hacer.
Estuvieron unos meses en Vietnam visitando a la familia de ella y, al final, optaron por probar suerte en Marruecos. Su marido conocía el país desde hacía mucho tiempo, veraneaba aquí con su familia cuando era pequeño. Después, siendo ya pareja, se habían comprado una pequeña casa en la kasbah en la que pasaban muchos fines de semana. Y aquí llegaron, con su hija y la que venía de camino, con la idea de montar un restaurante. Buscaron locales, hablaron con inmobiliarias, abogados, propietarios… cada día tenían una cita. Pero siempre había algún obstáculo que les impedía avanzar.
Así han pasado doce meses. Intentado, sin lograrlo, montar algún negocio. Traspasos millonarios, licencias imposibles, familias en discordia. Cada día que pasaba estaban más desilusionados y menos motivados. Y es que como mucha gente dice: Vivir en Tánger es estupendo, trabajar aquí puede ser un castigo.
De un día para otro, Chaang me comunica que se van. De hecho, él ya está en París. Ella y las niñas volarán la próxima semana. La noticia me entristece, pocas amigas que tengo y una me deja. A ella no le digo nada, no quiero ponérselo más difícil, así que me desquito con otra gente.
—Es normal —me dice Paco —La vida del expatriado es así.
Este madrileño al que adoro lo sabe muy bien. Es profesor de Literatura en el Instituto Español. Antes de trabajar en Tánger, dio clases en Bruselas, Alhucemas y Algeciras. Él y su mujer han vivido con las maletas siempre a cuestas.
—Haces amigos y los pierdes con la misma facilidad —concluye. —Pues vaya mierda.
Cuando Channg me dice que se va no me da tiempo a hacerme la idea. Tiene billete para dentro de siete días. Hemos de quedar para vernos antes. Quiero despedirme de ella, no sé cuándo nos volveremos a ver, si es que lo haremos algún día.
Quedamos en Las Chicas. Una tienda modernita, que han abierto hace relativamente poco, donde además de vender todo tipo de artículos relacionados con la moda y el arte, también ofrecen comida. No es muy de mi estilo. Sopas de verduras, quiches y demás, pero la finalidad no es gozar de su gastronomía, sino pasar un rato juntas.
Llego antes de tiempo. Me entretengo mirando las cosas del local. Lámparas hechas con material reciclado, joyas artesanas, cuadros de beduinos y chilabas de las telas más exquisitas. Chaang llega resoplando y disculpándose por el retraso.
—Tengo que contarte lo que me pasó ayer —suelta a bocajarro —estuve pensando en ti. Tienes que ir allí y contarlo en tu blog. —Explícamelo tú y yo lo escribo.
Channg entró en Marruecos con un visado de turista. Podía estar en el país tres meses pero ella llevaba un año. Ayer fue a la comisaría de policía. Necesitaba arreglar su situación antes de coger el avión, pues de no hacerlo, podría encontrarse con que no la dejaran salir del país. Había cometido una infracción. Estaba aquí de forma irregular. Para solucionarlo tenía que presentarse ante el Tribunal.
—Me citaron a las nueve y media de la mañana en la comisaría y me dijeron que la vista se haría a la una. —¿Y por qué tenías que ir tan pronto? —Ni idea. Pero ya sabes como son… cualquiera les dice algo.
A las nueve y media en punto ya estaba dónde le habían dicho. Estuvo una hora sentada en un banco hasta que se dignaron a decirle algo. Entonces, uno de los policías la llevó al Tribunal, un edifico que está justo enfrente.
—Me dejaron en una sala súper pequeña con un montón de gente que estaba detenida. No paraban de entrar hombres. Iban esposados y atados los unos a los otros. En el rato que estuve allí pasaron como treinta. —¡Qué dices! —Lo que oyes. Además, allí mismo había un calabozo con barrotes. Yo no quería mirar pero era imposible, lo tenía justo enfrente. —¿Cuánto rato estuviste? —Dos horas. —¡Qué! —Me estaba poniendo muy nerviosa. Nadie me explicaba nada. Estaba rodeada de delincuentes. Todo, hombres. Bueno, había tres chicas también, creo que eran prostitutas. —¿Y qué pasó? —Pues que salió un tipo, me dio un papel escrito en árabe y me dijo que lofirmara. Hice lo que me pedía y me explicó que ya estaba todo solucionado y que podía irme. —¿Pero sabes qué firmaste? —No. —¿Y te dieron una copia? —No. —¡Joder! —No me asustes… —Tranquila. A mí me pasó lo mismo cuando lo de mi vecina y todavía no me han detenido.
Nos reímos de la situación porque es de lo más surrealista.
—En París los objetivos de la gente son tan distintos… —dice Channg —conseguir un buen trabajo, una casa bonita y no muy cara, irte de vacaciones a algún lugar que haga buen tiempo… En Marruecos, en cambio, en un año hemos conseguido dos victorias: los papeles de Fabián y los papeles del coche. La vida de los expatriados en Marruecos es fácil. Es un país seguro, precioso, con gente amable y dónde todo es muy barato. Esta es la parte bonita. La burocracia es la otra cara de la moneda. Yo misma, empecé a tramitar mi residencia en setiembre, han tardado cinco meses en hacérmela y lo peor es que no me durará ni un año. Antes de siete meses debo empezar de nuevo con todo el proceso. Es desesperante.
A pesar de todos los problemas e inconvenientes que han encontrado, a Channg le da pena irse, a la vez que mucha pereza, regresar a París.
—Estoy mirando pisos. Un apartamento de sesenta metros cuesta dos mil euros. La niña no podrá ir a la escuela. Me quedaré con las dos peques en casa y sin ayuda. Fabián se pasa el día en el restaurante. No sé cómo lo voy a hacer. —Sobrevivirás, siempre lo hacemos. No hay más remedio.
La animo porque es lo que toca pero la entiendo perfectamente. A veces, cuando me entra la depre y me quejo por haber tenido que abandonar mi trabajo o mis amigos, el Kalvo me propone regresar. En cuanto lo hace se me eriza el vello de todo el cuerpo. Me imagino volviendo a Barcelona. Pagando cantidades desorbitados por un piso pequeño. Trabajando a destajo y sin horario. Levantándome pronto para dejar hecha la comida. Dedicando los sábados a la limpieza de casa, renunciando a las salidas al restaurante o los gastos superfluos. Los humanos nos acostumbramos a lo bueno muy rápidamente y yo no soy una excepción.
Se nos ha pasado el tiempo rapidísimo. Tenemos que ir a por los niños, que en veinte minutos salen del cole. Compartimos un taxi. De camino, nos despedimos. Chaang me pide que vayamos a París a visitarlos. Yo le contesto que prefiero esperar y vernos en Vietnam. Tengo muchas ganas de viajar. Asia me vuelve loca. Elpaisaje, la comida, la cultura, no hay nada que no me guste. Ahora tengo la excusa perfecta para ir. No hay mal que por bien no venga.