Despedir una serie es algo que en el alma de todo seriéfilo aporta marcas intransferibles. Dramáticamente hablando, que es más de mi jerga, como cuando te despides de alguien a quien sabes que no volverás a tocar o ves marchar unos vaqueros que ya nunca te pondrás -seriéfila y poeta en asonante, si es que… En fin, que es así de sencillo; es vacío, inquietud por saber lo que no volverás a ver más y concentración por disfrutar de cada momento. Es, ni más menos, lo que viene siendo una despedida.
Acabo de apagar las luces de esta historia y aún recuerdo la incertidumbre de cuando la empecé, allá por el verano. Paisajes que un día pisé y personajes que me resultaron simpáticos fueron sus principales bazas. Esa y mi enganche total a su serie matriz, claro.
Y siempre me preparo para los punto y final. Me reservo mi mejor hora y mis mejores elucubraciones e intento vislumbrar con qué cuerpo me dejará, pero con esta… me ha cogido de imprevisto. Tenía un capítulo por ver y, casualmente, era el último. Sin anestesia, sin cita previa.
Le doy un notable alto a este spin-off que nos regaló Anatomía de Grey y con el que he podido adentrar más en la vida y obra de la protagonista.
Adiós, Addison, le preguntaré a Derek cómo te va en mi chequeo rutinario…
Colorín, colorado… otra serie he acabado.
Dulces sueños, dulces cuentos.