¿Qué ha sido del vello púbico? Le pregunta el marido de la ex del hermano de Chalie Sheen en la serie Dos hombres y medio. La situación se las trae. Su esposa lo ha echado de casa y ambos están acodados en la barra de un bar tratando de arreglar el mundo. Y cómo la tarea se les antoja ardua, deciden comenzar ahogando sus penas en alcohol e impresionando a dos sílfides de 25. Ésa es la actitud.
Con todo, la pregunta encierra en sí misma todo un universo. La pereza y el vértigo que entrañan volver a la arena, pasados los cuarenta, desentrenado, con menos pelo. O al menos, el pelo alborotado donde no toca. El capítulo del que les habla es de la primera temporada y, por lo tanto, data de 2003 pero el comentario es como si el interlocutor de Sheen acabara de ver un capítulo de Adán y Eva. ¿Es preciso ese celo por exterminar todo vestigio piloso de cintura para abajo? Parece inversamente proporcional a la cantidad de silicona de ellas y de tatuajes de ellos. Pero no solo en realities, la escasez brilla por su ausencia, también el la vida real. En los vestuarios de su gym, sin ir más lejos.
Si hace unas semanas les hablaba de que volvía el pelo -el facial, dice-, ésta les ha de hablar de una tendencia aun, si cabe, más inquietante que las barbas Amish y los rasurados imposibles a lo Nenuco: teñirse las axilas del mismo color que la melena. Como lo oyen.
Si dan un paseo por Instagram podrán ver cómo las modernas de turno ostentan sus melenas sobaqueras en tonos fucsias o lilas, a juego con sus mechas. Ríanse todo lo que quieran pero recen que a la señora de Bustamante no le dé por copiar este look de las egobloggers porque en unos meses, se ve en camiseta de tirantes para que todo el mundo en el autobús pueda contemplar su perfect match.
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