En el día que se cumplen 425 años del nacimiento de este genio de la pintura universal, con tirón de orejas para el Ayuntamiento de Sevilla (me da igual quién lo gobierne, es de vergüenza lo de la casa natal del pintor), pongo este cuadro poco conocido, que se expone hoy en la Galería de las Colecciones Reales. Óleo sobre lienzo, está datado entre 1634 y 1638, perteneciendo a la Escuela madrileña de pintura dentro del Barroco español y el llamado «Siglo de Oro«.
Este corpulento caballo blanco, sin jinete y con las manos alzadas en posición de corveta, viene identificándose con el que aparece con dichas características en el inventario de bienes que Velázquez dejó a su muerte en agosto de 1660 en su estudio de la Casa del Tesoro, junto a otras dos representaciones de caballos, uno «castaño» y otro «rucio». El grado de acabado de la obra permite confirmar que la composición estaba realmente terminada, y la razón de que se encontrara en el taller del artista era porque estaba a la espera de que se le incluyera un jinete sobre la silla de montar, o quizás era un modelo perfecto para otros retratos ecuestres.
La figura del alazán es prácticamente idéntica a la del «Retrato ecuestre del conde-duque de Olivares» que Velázquez realizó para el Salón de Reinos del Palacio Real del Buen Retiro, hoy en el Museo Nacional del Prado, con la única diferencia de ser castaño. Como precedente para este modelo de caballo, en corveta y en diagonal, se encuentra la estampa de «Julio César a caballo», de la serie de los Césares de Antonio Tempesta, aunque existen otros ejemplos en Rubens o en Van Dyck, todos conexionados para componer un retrato ecuestre lleno de autoridad y firmeza, como corresponde a estos caballos poderosos y atrevidos.
Desde que el marqués de Lozoya lo dio a conocer en 1960 como obra de Velázquez, identificándola con la inventariada entre los bienes del pintor en 1660, la crítica historiográfica es unánime en la originalidad velazqueña, dada su alta calidad técnica. El caballo está ejecutado con la destreza y estilo propios del pintor, quien, una vez más, demuestra su capacidad por conseguir una representación muy naturalista con una gran economía de medios técnicos.
(…) No vuelve a tenerse noticia cierta de la obra hasta su adquisición en 1848 por Isabel II al marqués de Salamanca, y en el asiento de la tasación figura el caballo con la figura añadida de un «Santiago», blandiendo la espada sobre un enemigo abatido bajo las patas del animal. En una reproducción fotográfica de hacia 1950 se puede ver la torpe calidad del apóstol, lo que determinó su eliminación durante una restauración en 1957. El consiguiente desgaste generalizado del fondo ha sido resuelto en una reciente intervención, integrándose a la perfección la fuerza magistral del animal sobre ese fondo impreciso de paisaje terrenal y cielo de luces nocturnas. Detalles tan interesantes, como la espuma de la boca o el ojo del caballo, también han recobrado su brillantez y realismo.
Escribí sobre Velázquez aquí.
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