Nada más salir del huevo, lo
primero que hizo fue un agujero a través del cual se adentró en lo que había de
ser la flor de un astrágalo. Creció protegida por los tejidos verdes de la
planta, devoró los estambres y algunos ovarios del pistilo. Pese a ello, la
flor llegó a formar algún fruto, que también fue consumido por el voraz inquilino. Sólo
dejó como señal unos cuantos hilos de seda dentro de la valva donde crecía la
semilla. Después se comió a otra oruga de su misma especie, y emprendió el
traslado a otra flor. Por el camino, en el tallo verde, una avispa del tamaño de
una cabeza de alfiler se le subió encima y le clavó su ovipositor, inoculándole
huevos. Junto con ellos, la avispa Cotesia
le inyectó un arma biológica en forma de virus ultramicroscópicos:
bracovirus, uno de los dos tipos de polidnavirus conocidos, el típico de las
avispas bracónidas. Los bracovirus bloquearon el sistema inmune de la oruga,
impidiendo así que sus defensas atacasen a los huevos que la avispa le había
inoculado. También se introdujeron en ciertas células de su víctima, desde las
cuales dirigieron algunos cambios en el cuerpo de la oruga, para convertirla en el criadero ideal de las
larvas de la avispa.
Ignorante de
todo esto, la oruga de mariposa cardenillo continuó su viaje, y al rato se
encontró con su escolta. Las hormigas la tocaron, reconociéndola como socia, y
ella respondió extendiendo sus tentáculos retráctiles y exudando algunas gotas
dulces, con lo cual se ganó definitivamente su protección. Desde entonces ninguna
avispa bracónida volvió a acercársele, pero ya era tarde. En su hemolinfa
habían eclosionado los huevos de la Cotesia,
y pronto comenzaron a devorarla desde dentro, con total impunidad gracias
al bracovirus. En pocos días sólo quedó la piel vacía de la oruga, rodeada de
pequeños capullos blancos de seda. De ellos emergieron las nuevas avispas Cotesia, dotadas ya de su arma genética.
Porque en sus ovarios, junto a los huevos que habrían de inocular a las orugas,
llevaban células nodriza encargadas de fabricar bracovirus. Esas células ensamblan
a los virus a partir de las instrucciones de su propio ADN de avispa, hoy como
hace unos 70 millones de años, cuando, a finales de la era de los dinosaurios,
comenzó la extraña simbiosis entre estos insectos parasitoides y los
polidnavirus.
Avispas y
virus forman un dúo difícil de evitar incluso para la oruga de la mariposa
cardenillo (Tomares ballus), a pesar
de que este endemismo del oeste del mediterráneo se desarrolla prácticamente oculto
dentro de las flores de ciertas leguminosas (Anthyllis, Astragalus, Lotus…) y de que cuenta con la protección de
las hormigas (en este caso, de las Plagiolepis pygmaea). Muchas otras mariposas de su familia, los Licénidos, establecen relaciones con las hormigas. Se sospecha incluso
que la mariposa cardenillo pasa la etapa de crisálida dentro de los
hormigueros, al estilo de la hormiguera de lunares. Lo cual parece cuadrar con
las citas de canibalismo entre las orugas de cardenillo, pues las de la hormiguera de
lunares también son carnívoras al final de su etapa larvaria, cuando se alimentan
de los huevos y larvas de las hormigas que las cuidan. En nuestro ecosistema, a principios de la primavera, es común ver a los cardenillos
revoloteando a nuestro paso, pero en cuanto se posan su librea verdosa los
camufla hasta hacerlos virtualmente invisibles entre la hierba.
Ciclo vital de la mariposa cardenillo basado en Jordano, D. et al. (1989) The life-history of Tomares ballus (Fabricius, 1787) (Lepidoptera: Lycaenidae): phenology and host plant use in southern Spain. Journal of Research on the Lepidoptera, 28: 112-122 y en la Guía de las mariposas de España y de Europa (Tolman y Lewington, 2002), de Lynx Edicions.