Revista Comunicación

Caballo desbocado.

Por Hluisgarcia

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Iba caminando por el bosque meditando sus cosas, sus pasos quedaban amortiguados por la hierba y las hojas que habían caído de los árboles, se sentía bien aquella tarde y había decidido de repente salir a andar un rato, coger aire, entre la maraña de pensamientos no se daba cuenta de cuanto se estaba alejando ni que camino había tomado. La luz de la tarde dibujaba bellos haces de luz entre los troncos de encinas, pinos y matorrales, la ya inminente puesta de sol estaba tiñendo de dorados rosados lo que abarcaba la vista, le gustaba aquel olor a tierra mojada, fresca, el aire limpio, y aunque se oían pocos ya a aquella hora, el trino de algún pájaro.

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Aquel color rojizo, rosado, del cielo en el lado que se ocultaba el sol y aquel azul que se iba diluyendo en tonos oscuros en la parte contraria, pero ella no se daba mucha cuenta hoy de aquellos paisajes y autenticas obras de arte que producía cada día la naturaleza que tanto admiraba.

Aquellos colores anunciaban algún cambio en el tiempo seguro que soplaría viento o llovería al día siguiente, eso hubiera pensado si hubiera estado atenta pero iba demasiado perdida en su propio mundo interior, mucho que ordenar demasiado que decidir.

No se dio cuenta como la figura negruzca se alzaba de su escondite detrás del tronco de un árbol, la sombra se había levantado erguida haciéndose corpórea con túnica y capucha sin rostro, el embozado completamente de negro se iba acercando a su espalda y un frío paralizador, amenazante, proveniente de un punzón de hielo empezaba a rozarle la nuca.

Alzó la vista maravillándose de como se le había pasado el rato y lo rápido que las sombras de la noche avanzaban a través del bosque y entonces se dio cuenta que lo tenía a la espalda, la había vuelto a encontrar, en segundos se le erizo la piel y los cabellos, se amplifico su sentido del oído y los pequeños e inapreciables ruidos se intensificaron hasta hacerse ensordecedores, él estiraba las manos crueles intentando aprisionarla, miles de hormigas corrieron por su piel y no podía ni tragar su propia saliva, se acelero su respiración y su pulso tensando todos sus músculos a punto de saltar hacía adelante, con las pupilas dilatadas girando en sus órbitas a toda velocidad buscando un escondite, un sitio seguro hacía donde correr, no sabía ni donde estaba, en todo su campo de visión sólo árboles. Acelero el paso casi se puede decir que empezó a correr para alejarse pero aquella maldita maldición, aquella sombra negra ya estaba encima de ella. Aunque todo su cuerpo y su mente iban deprisa, acelerados por los nervios, realmente parecía que todo fuera a cámara lenta, eterno, tan pronto veía los árboles enormes como pequeños, y tan cerca como muy lejos, empezaron a flaquearle las fuerzas y se paralizo de nuevo y aquella sombra la atrapo.

Sintió los helados dedos arañandole la columna y aquello la saco de su parálisis, pero ya era tarde, la envolvía aquel remolino de bruma negra, densa y oscura, y ya no pudo esquivarlo, aquella bruma la levanto hacía arriba, obligandola a aguantar el equilibrio y convirtiéndola en una marioneta al antojo de sus empujones.

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Se vio de nuevo a lomos de aquella bestia que la asaltaba siempre por sorpresa, aquella monstruosa criatura que la reducía a la nada en cuanto se descuidaba, aquel abominable ser que empezó a cabalgar desbocado hacía aquella garganta rocosa que ella ya conocía tan bien y que era la caída infinita al averno, a la nada, rompiéndose en cada choque con las rocas y sin que su mente hallará ningún asidero donde sujetarse y frenar aquel desplome hacía la desaparición, sin cuerdas, ni arneses ni paracaídas que pudieran frenarla. Los cascos del caballo resonaban ahora sobre la hierba haciendo eco en todo el bosque, los oía en sus tímpanos y los sentía en sus sienes como si estuviera demasiado cerca de un altavoz infinito con el volumen al máximo. Al mismo ritmo y con la misma fuerza sentía los latidos de su corazón y aquella punzada dolorosa que le atravesaba el pecho, de los belfos de la bestia salían chorros de aire que la iban cubriendo de un sudor helado, mientras luchaba por no caer y poder coger aire en aquella loca carrera hacía el precipicio.

Hacía demasiado que mujer y bestia se conocían, y le costo demasiado salir de aquel profundo abismo donde la arrojaba para no intentar frenarlo. Busco las riendas que debían ir colgando a un lado del cuello del animal, aunque nunca aquella bestia había llevado ningún tipo de freno, difícil mantener el equilibrio sin silla, ni estribos, empezó a recordar todos los conjuros y sortilegios que leyó en libros y oyó en conversaciones, a su mente acudieron las charlas con la lechuza blanca del pino y el búho sabio de la encina, años ya de aprendizaje y charlas que tenían que servirle para frenar aquella bestia. Les costó mucho enseñarla como salir de aquella boca del infierno, ellos pusieron de su parte y ella se lleno de cicatrices, heridas y moratones escalando aquellas rocas desde el fondo de aquella garganta del infierno, a ratos se paraba y procesaba todo lo que debía aprender y otros se detenía por agotamiento, largo ascenso hasta el borde y poder volver a pasear por su bosque mágico, y ahora, ahora tenía que volver a poner a prueba lo que se suponía había aprendido, para que aquel monstruo no la tirara de nuevo a sus dominios.

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Se le agotaba el tiempo pronto llegarían al borde de aquel barranco y temía la aparición de su segundo enemigo, un toro bravo enorme y salvaje como aquel caballo, que tampoco a veces había esquivado llevándose más de una cornada, si, se le agotaba el tiempo. Aunque cada bocanada de aire frenaba un poco al caballo, tenía que recordar su nombre, como le dijeron se llamaba, su cabeza zumbaba y estaba oyendo ya a la segunda bestia mugiendo, y acariciando la cola del caballo, que caracoleaba y saltaba amenazando tirarla y no sabía que era peor si caer a la garganta del infierno o lidiar con la otra bestia y sus cornadas. Gritó mentalmente un no rotundo, claro, está vez no iban a vencerla, el toro jugaba con el caballo y el caballo la paralizaba en su lomo a ella, no habían riendas y se agarro fuerte a las crines tirando hacía arriba para frenarlo y que en su cabeceo no la derribara, el caballo no quería detenerse y el toro negro le lanzaba envites poniéndoselo a ella mas difícil. Y entonces se acordó, en medio de aquel caos en el claro del bosque a poco ya del barranco, el nombre del caballo restalló en su cabeza como un látigo, y respiro hondo conjurando a los otros espíritus de su bosque mágico como le enseñaron los que atesoraban los conocimientos de muchos ancestros y viejos libros. El toro ansiedad fue alejándose y quedándose atrás a cada respiración tranquila de ella, con cada afirmación y conjuro que lanzaba a su caballo demonio, pánico perdía fuerza en su galope. Conjuro a su manada, las yeguas blancas que ya venían detrás e iban atrapando al caballo negro, calma y serenidad galopaban ya a la par, flanqueándola, tranquila, paz y las otras yeguas se adelantaban haciendo barrera en el borde del precipicio, el caballo negro ya no podría pasar, se resistía a dejarla desmontar y ella notaba el cansancio, un par de veces se alzo de patas intentando derribarla, una buena coz de calma le freno en seco.

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Consiguió desmontar de aquella bestia que resonando sus cascos y levantando sus patas delanteras, mostró sus intenciones de no rendirse y atacar a toda la manada y a ella al mínimo descuido, por fin marcho hacía la parte trasera de la manada de yeguas blancas, delante de ella tenía otro caballo, un pinto precioso a veces y temible otras, era silencio, y concentrándose en el magnifico ejemplar consiguió que se acercara la yegua victoria, tan bonita, esquiva y difícil de ver aquellos años, despacito retrocedió y se alejo del precipicio, detrás de ella marchaba su manada, victoria, calma y algunas más en las primeras posiciones, en medio fueron situándose silencio, tranquilidad, un caballo manchado llamado equilibrio, mitad de un color, mitad de otro, y así hasta que en los puestos finales cerrando la marcha se situaban pánico, miedo, dudas, y algunos caballos y yeguas mas, hasta que cerraba la comitiva aquel toro que parecía querer empujarles a todos pero agotado iba siguiendo el paso de la manada. Otro día quizás volvieran a querer tomar el mando, pero hoy ya no podrían. También tenía que aprender a alejarse de las mordidas de aquellas brillantes y engañosas serpientes que todo el día buscaban comida y se aprovechaban del trabajo de los pájaros o perseguían ardillas, astutas engañaban a las ranas y usaban todas las tretas y artimañas para su provecho, si también había serpientes de esas en su bosque, y con las artes mágicas debía aprender a ser águila y poder derrotarlas o a inmunizarse al efecto hipnótico de sus ojos, a su veneno y que no la engañaran para chuparle su energía vital, como ocurrió en un pasado. Hoy había sido una pequeña victoria con la ayuda de los espíritus de su manada de yeguas blancas y caballos de otras razas, despacio se fueron desdibujando entre las sombras del bosque.

Pero notó su presencia y la acompañaron hasta el límite del bosque mágico, su bosque, cuando vio el gran pino con aquel hueco donde vivía una pequeña tortuga supo que ya enfilaba el camino a casa, con paso cansado pero seguro se dirigió a su refugio donde volvería a meter la nariz en sus viejos libros y a estudiar sus conjuros, como le decían la lechuza blanca y el sabio búho, todo conocimiento y aprendizaje ayudan a espantar a los demonios, y ella tenía mucho aún que aprender a pesar de aquella victoria. Se le cerraron los ojos ya en casa sin poder acabar aquella página del libro, y entre la despedida del día y la bienvenida al descanso vio cabalgar hacía ella aquel precioso pegaso dorado llamado sueño, que en su lomo la trasladaría a otro mundo quizás mas seguro, mas bonito o quien sabe si mas oscuro, los demonios nunca duermen pero tampoco los sueños, y ella ya había aprendido algunos conjuros y se entrego feliz al vuelo de su pegaso sueño.

Caballo desbocado. Umbra Julio 2013.


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