Revista Opinión

Cabo Trafalgar

Publicado el 03 diciembre 2012 por Vigilis @vigilis
Novelita por encargo que tiene más de narración de la batalla de Trafalgar que de novelita. No merece la pena hablar del argumento, ya que el argumento es la batalla tal como fue. Sí merece la pena hablar para la gente que no comprendió la novela, ni su motivación, ni su código.
Cabo Trafalgar
Don Arturo escribe en un código actual, para que el lector contemporáneo comprenda lo que se narra. Es cierto que Rocío Jurado no existía en 1805, pero eso nos da igual. Es cierto que el Antilla es un setenta y cuatro cañones inventado, pero tan solo se inserta como licencia para describir la vida y oficios de un buque de la época. Es cierto que los protagonistas también son inventados, pero son solamente una excusa para que el autor aplique pensamientos e inquietudes probables de la época y para que de vez en cuando sepamos trazos de la personalidad de personajes históricos presentes en la obra (Gravina, Churruca, Alcalá Galiano, Villeneuve, Magon...).
Hacen aparición, cómo no, los héroes revertianos: tipos que están peleando una batalla que saben que van a perder, pero que aún así venden cara su piel. Ya que esta noche ceno en el infierno, me llevo compañía, que al de los cuernos y rabo le parecerá fetén, y yo me quedaré a gustísimo. Estos héroes se ubican a todo lo largo del escalafón militar: desde los comandantes hasta la chusma inmunda pasando por jóvenes oficiales y guardiamarinas (niños cuya escuela es un barco en guerra).
Destaco dos referencias del contexto: una, el lenguaje empleado para describir las partes de la arboladura y del buque y meterlos en la historia y la otra, la crítica histórica. La primera tiene mucho de «soy tu profesor de lengua, te meto estos párrafos en un comentario de texto y te hago el culo pepsicola» y la segunda es una crítica histórica que suena muy actual: gente muy capaz tiene que cumplir órdenes de animales de bellota que se mueven por sus intereses cuando no por intereses del enemigo. De fondo, la chusma, los marinos veteranos y demás personas con un valor superior a quienes mueven los hilos, interpretan la función sin esperanza. Cuando Carlos IV se alía con Napoleón, la primera consecuencia es la pérdida del poder naval. En una época en que el poder naval lo era todo, esto fue la puntilla para España.

Cabo Trafalgar

Combate del Santa Ana y el Royal Sovering en Trafalgar. Ángel Cortellini (Museo Naval, Madrid). Vía.

Así, sobre la batalla orbita la idea de que España estaba entrampada con los franceses, con una flota sin el adecuado mantenimiento ni marinos capaces para moverla, salvo por los oficiales. Una armada que debía muchos meses de pagas, azotada por la corrupción y la desidia de la secretaría de marina. Por su parte, los franceses tampoco tenían la mejor armada. Poco tiempo antes, los revolucionarios pasaron por la picota a buena parte de su oficialidad y pese a que Napoleón era el mejor estratega en tierra, de la mar sabía más bien poco (ambicioso plan de invasión de Inglaterra por medio). Por último, la armada inglesa tenía el respaldo de una nación que defendía como primera política de estado la superioridad naval. Así, la promoción interna exigía experiencia de combate y pagas y pensiones se pagaban religiosamente. Por no mencionar que contaban con Nelson, gran innovador de la estrategia naval en mar abierto, porque lo que eran las operaciones anfibias no se le daban nada bien (sobre todo cuando peleaba contra los españoles).
En fin, novela muy revertiana, bien documentada y que se lee en una tarde.
Los franceses (pese a que ellos mismos tenían graves deficiencias en sus barcos y tripulaciones, diezmadas por la reciente revolución y por el desastre de Abukir) empezaron la charla muy sobrados, o- la-lá, confundiendo la prudencia realista de los españoles con pura y simple caguetilla. Gravina, el almirante español, estuvo callado al principio, dejando al mayor general Escaño poner las cosas en su sitio: barcos escasos de tripulación, dijo, insuficiente armamento, el Santa Ana, el San Justo y el Rayo (el abuelo de la escuadra, construido en La Habana, con cincuenta y seis tacos de servicio en las cuadernas) recién salidos del arsenal y faltos de todo, la marinería inexperta en la maniobra y el manejo de los cañones, y algunas dotaciones que hace ocho años que no navegan. Hasta ustedes, les dijo a los gabachos, han tenido que completar tripulaciones con soldados de infantería que apenas tienen ropa, están enfermos y no han pisado un barco en su vida. Mientras que los ingleses, fogueadísimos, llevan ininterrumpidamente en el mar desde el año 93, que se dice pronto. Además el barómetro baja, añadió Escaño, y se avecina mal tiempo. En ese punto, el almirante franchute Magon (un chulo de aquí te espero) dijo:
-Aquí lo que baja es el valor.
Y puso cara de fumarse un puro. Entonces Dionisio Alcalá Galiano, comandante del Bahama, hombre por lo general finísimo y mesurado (con una biografía impresionante: cartógrafo, científico, explorador y excelente marino), dio un puñetazo en la mesa y lo invitó a salir afuera para repetir eso mismo con una espada en la mano, a ver si lo que bajaba era el valor de los españoles o el nivel de ingresos en el barrio chino de Marsella de la madre del señor almirante Magon.
-¿Ha usted comprí o no ha usted comprí?
-¡Nomdedieu!... ¿Quesquildit cetespagnol?
-Digo que a su señora madre se la tiran pagando.
-¡Mais vuayons!... ¡C’est inaudit ni jamáis escrit!
-Perdona, chaval, pero no hablo catalán. ¿Du yu spikin spanish?
Al fin se puso paz a duras penas, pero luego fue Villeneuve quien volvió a la carga, el cielo abierto, diciendo que bueno, que si los españoles no querían salir, no se salía. Pas de probleme, mes amis. O sea. Dacord. Y ahí fue el educadísimo y diplomatiquísimo almirante Gravina, que también empezaba a mosquearse, quien se vio obligado a precisar que los españoles estaban dispuestos a salir si se les mandaba que salieran. ¿Comprí, mesanfants? Ñus sortons silfo y si no fó también sortons (como era tan finolis, Gravina sí que hablaba un francés de puta madre). Y recordó al señor almirante Villeneuve que, en vez de marear tanto la perdiz (mareer la perdrix), más le valía tener en cuenta que siempre que se operó con escuadras combinadas (combines), los navios españoles fueron los primeros en entrar en fuego y bailar con la más fea (danser avec la plus espantóse); como en Finisterre, y no es por señalar (pur signaler), donde los navios franceses de ustedes, tan intrépidos, desampararon al Firme y al San Rafael y se quedaron rascándose los huevos (se touchant les oeufs) mientras, después de batirse los nuestros como leones (su propio emperador lo dijo), se los llevaban apresados los ingleses por el morro. ¿Nespá?... Dicho lo cual, como los franchutes aún se miraran unos a otros con ojitos de guasa, como diciendo a nosotros nos la van a dar con fromage estos pringadillos, Gravina se olvidó de la diplomacia, de las recomendaciones de Godoy y de sus bailes con la reina, se puso en pie y dijo: pues vale, colegas. Hasta aquí hemos llegado. Jusqua icí exacteman ojurduí. Para cojones los míos.
-A la mar ahora mismo, todos. Y maricón el último.
Y los otros españoles se levantaron con él, diciendo eso, qué hostias, a la mar todo cristo y que salga el sol por Antequera. 

Cabo Trafalgar
Páginas:272
ISBN:9788420467177
Editorial Alfaguara

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