Revista Cultura y Ocio

Cachito de cielo

Publicado el 14 marzo 2010 por Laurytyta

Don Mateo vivía en el barrio de Chueca desde que nació en 1902.
En una vieja caja de puros guardaba varios billetes que se habría gastado en habanos si no fuera porque tuvo que dejar de fumar cuando enfermó de neumonía, hacía ya más de cincuenta años.
Mientras metía el dinero en un sobre recordaba aquel día en que le dieron la noticia de su enfermedad, quedó totalmente desolado, era demasiado joven.
Estando en el hospital solo encontraba consuelo pensando en su ángel de la guarda, su madre. Siempre la recordaba zurziendo calcetines o preparando cocido, pero de repente un día le vino a la memoria la imagen de ella con un velo de encaje rezando en la capilla del convento cercano a casa.
Fue como una señal, debía ir allí para pedir salud y fuerza al Cristo del cachito de cielo.
Estaba enfadado con Dios desde que se llevara a su adorada madre cuando todavía era un niño, pero sabía que ella quería hablarle en aquel lugar.

Nada más atravesar el portalón de lo que parece un humilde bloque de viviendas sintió una inmensa paz en su interior y unas ganas muy fuertes de luchar por su vida.
La pequeña capilla neogótica, con su bóveda de crucería y sus motivos vegetales le daban así la bienvenida.

Lo tenía que lograr, su ángel y su Cristo le ayudarían a seguir adelante y les hizo una promesa.


Ahora con ochenta y ocho años suponía haber acabado todo lo que tenía que hacer en este mundo, ya estaba preparado para marchar, pero antes debía cumplir la promesa de antaño. Se vistió con su mejor traje, se perfumó y guardó el sobre en el bolsillo.
Desde hacía unos años las hermanas misioneras y el capellán jesuita Javier Repullés, ofrecían café caliente todas las mañanas a aquellos que lo necesitasen en la puerta de la capilla y allí se dirigió.

-Un café hermana por favor.

La hermana lo miró estrañada, aquel anciano no parecía necesitar su caridad.
-¿Usted necesita un café?
- Si hermana, si.
Al darle el café, Mateo metió en la bocamanga del hábito de la monja un sobre sin que nadie más que ella se diera cuenta.
Cual fue la sorpresa de la misionera cuando al abrirlo encontró trescientasmil pesetas.
Darían para muchos cafés y sobretodo les animaría para continuar con su labor por muchos años.

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