The New York Times habla de Cádiz: "Persistent Unemployment, Without Lingering Pain" (en cristiano, "El paro persistente no duele").
Dicen que de los pobres solo se acuerdan los ricos en el tiempo de las vacas flacas. Así parece con el dichoso artículo, de un periódico, que en la vida se ha acordado de la ciudad trimilenaria, ni si quiera del próximo bicentenario de la primera Constitución Española que constató que la soberanía recaía en el pueblo y no en el Rey. Hoy Cádiz, es verdad como dicen estos guiris, que tiene un índice de paro en torno a casi el treinta por ciento, el más alto del espacio europeo. Hoy Cádiz, es una ciudad sin futuro, que pierde población en cada censo que publica el Instituto Nacional de Estadística, y donde la juventud solo tiene (o tenía) la opción de irse a Castellón o a las grandes ciudades donde sobrevivir con un sueldo de seiscientos euros. Hoy Cádiz, es una ciudad donde la economía sumergida llama a la puerta de los parados de larga duración, como única opción para sobrevivir. Pero parece que de todo esto la culpa la tienen los de siempre, los trabajadores que intentan eludir sus obligaciones con el Estado y con los buenos europeos que nos financiaron durante tiempo con los fondos de desarrollo. Es curioso que se piense que los gaditanos nos guste ese modo de vida porque una semana en el año salimos a la calle a cantar chirigotas y vestirnos de payasos. Quizás sea el punto de vista luterano, capitalista o simplemente "soso" de la periodista (Rachel Donadio) que ha firmado el reportaje. Los pobres tenemos la obligación de aceptar lo que el desarrollismo liberal hizo en esta ciudad, desmantelando la industria de la construcción naval, o impulsando una burbuja inmobiliaria que daba sueldos millonarios a los albañiles que se iban de Cádiz a la Expo de Sevilla. Es curioso, muy curioso, o quizás sea mejor llamar a las cosas por su nombre: malintencionado. Creo que nadie nos puede quitar el orgullo de ser de esta tierra, independientemente de nuestro carácter cantonal, porque es una alegría defender la alegría, y nadie nos lo podrá arrebatar, ni los carnavales, ni nuestra forma de ser. Ya nadie se acuerda de cuándo hicieron pasar por "sordos" a media plantilla de Astilleros para domesticar una reconversión industrial salvaje como la que vivió esta ciudad, o como la que vivieron los mineros asturianos o los siderúrgicos del Norte de España. Como siempre al perro flaco todo se le vuelven pulgas. Yo pienso que Cádiz es una ciudad como tantas donde un clima agradable (a veces no tanto), pero sobre todo un carácter afable hace de los que vivimos aquí gente que le gusta vivir, ¿tendremos que pedir perdón por ello? Quizás, como dice hoy la periodista local Nuria Agrafojo en La Voz de Cádiz: la presencia en la ciudad de actores como Tom Cruise, Cameron Diaz, Viggo Mortensen, Pierce Brosman o Halle Berry haya tenido algo que ver para ser protagonistas del New York Times. Esa parece ser ahora nuestra referencia cultural, la de unos toros perdidos por la calle para que salgan en las películas de Hollywood. Mientras tanto, nos dejaremos en el tintero la importancia de Cádiz en el siglo XVIII, cuando su bahía era un bosque de palos de navíos y bergantines que llevaban la libertad más allá de nuestras fronteras. Y nos olvidaremos de Celestino Mutis, de Emilio Castelar, de Rafael Alberti, de Manuel Falla, o de Fermín Salvochea. La vida parece así.