Insultante analfabeta. Arrogante analfabeta. Consorte analfabeta. Desde la más absoluta nada ha llegado a las más altas cotas de estulticia. Analfabeta.
Puede descansar en un spa con un mortuorio lleno de adolescentes. Puede confundir a Aristóteles con Arquímedes. A un “museus” con un museo. A un burro con una escalera. Es una burra. Analfabeta.
La nada. El vacío. El cero. Subida en un cargo pegado a una deuda. Es un laberinto que vive dentro de la incultura. Nadie sabe, exactamente, que inglés habla. Ni siquiera sabe si habla. Es una máquina de decir sonidos alrededor de su nada. Es la vida cotidiana en forma de sonido monocorde. Le pega patadas al diccionario y a la mente. Y sobrevive. En el cero. En la nada. Analfabeta.
Asesina, cada vez que abre la boca, a la razón, a la política y a la gramática, pero sigue montada en su trama, en su burra sin discernimiento. Es una burra. Analfabeta.
No la comerá el fuego eterno de la vacuidad, subida en un cargo por su consortidad. Es la inmoralidad mental sin garantía alguna. Es una madriguera de errores. Un peluquín confeccionado al vacío. Un cerebro con pelo, sólo. Analfabeta.
Es un cráneo hervido, un pámpano en la ruta fascista, una innombrable con bastón de mando. Una captura sin urnas. Una urna sin votos. Analfabeta.
Ha perdido una olimpiada, cincuenta hospitales públicos y una ciudad de piedra. Un fulgor de la política, un eslabón en una deidad caída. La esposa de un bigote fascista. Analfabeta.
Tiene una flor en salve sea la parte. Analfabeta.
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