Jueves 10 de marzo, 20:00 horas. Oviedo, "Conciertos del Auditorio". Orquesta Filarmónica de Montecarlo, Julia Fischer (violín), Daniel Müller-Schott (cello). Director: Neeme Järvi. Obras de Berlioz, Brahms, Gershwin y Ravel.
Cuando una formación orquestal tiene la historia de la monegasca, pone la carne de gallina todo lo que ello conlleva. Es la mejor embajadora musical del principado monegasco y la calidad que atesora está en otra galaxia, con unos músicos auténticos virtuosos en todas y cada una de sus secciones logrando un sonido impresionante, un empaste envidiable, unas dinámicas estratosféricas, y así hasta el infinito. Creo que el magisterio de Marec Janowski aún se nota. Si además ponemos al frente a una autoridad musical como el estonio (en vez del inicialmente previsto Yakov Kreizber) y en una gira española que finalizaba en Oviedo con paradas en Murcia, Madrid y Valladolid, presentando un programa heterogéneo pero brillante y conocido, el éxito está más que asegurado, siendo testigos de ello en la capital asturiana.
Para abrir boca El carnaval romano, Op. 9 de Berlioz con el poderío sonoro de este cuadro sinfónico compuesto por uno de los maestros de la orquestación, lleno de contrastes y sutilezas que acabarían siendo la seña de identidad de todo la velada desde una batuta contenida donde el gesto corporal era suficiente para matices, tempos y mínimas indicaciones que remarcaban el protagonismo del momento.
El Doble concierto de Brahms (Concierto para violín y orquesta en La m, Op. 102) trajo una pareja de solistas que se entendieron mejor que un matrimonio bien avenido, precisamente por esa polaridad masculino-femenina que presenta la obra como una música de amor (algo que refleja muy bien Joaquín Valdeón en las excelentes notas al programa): Müller-Schott que volvía a Oviedo con su Matteo Goffriller "Ex Saphiro" de 1.727, y Julia Fischer, perfectamente acoplados y magistralmente concertados por el maestro Järvi. Una auténtica lección de amor musical compartido, sonando tan acoplados que la fusión resultó única, desde el Allegro inicial pasando por ese Andante tan melódicamente brahmsiano lleno de sutilezas (las octavas me descubrieron sonoridades impensables) hasta el Vivace non troppo auténtica delicia sonora. Además la propina raveliana del Très vif realmente viva (segundo movimiento de la Sonata para violín y chelo de Ravel) vino a corroborar este idilio de cuerdas. Con esto parecíamos tener suficiente para una vez, pero con días así todo es mejorable.El Gershwin de Un Americano en París sonó como nadie puede imaginarse, con unos tempi calmados, meditados, cálidos, los cambios perfectamente contrastados, con solistas de lujo y unos rubati que recrearon la obra pareciéndome nueva, como si de Un Francés en New York se tratase, pues la impresión causada fue auténticamente debussyana, pudiendo escuchar todas y cada una de las notas que esta maravilla del jazz llevado al sinfonismo esconde interpretada con sonoridades cálidas y nada estridentes. Del perfecto entendimiento entre músicos y podio daría para escribir una nueva lección de conducción maestra, "dando gas" a la masa orquestal pero sin excesos, sutilezas y delicatessen.Y una orquesta como la monegasca que ha mamado la ópera y el ballet desde sus inicios, nos brindaría la Suite orquestal nº 2 de "Daphnis et Chloé" de Ravel, otro genio de la orquestación, con un ballet compuesto para los Ballets Russes de Diaghilev y estrenado nada menos que por Nijinsky y Karsavina, hoy reconvertidos para gozo de todos en "fragmentos sinfónicos" de auténtico lujo, con unos solistas increíbles, seguros, de una musicalidad que el estonio dejó fluir, destacando por el protagonismo la flautista Anne Maugue. Stravinski dijo de este ballet que era "una de las obras más bellas de la música francesa", y como se dice vulgarmente, resultó una gozada de bacanal carnavalesca cerrando el ciclo vital de grandes orquestadores programados para este jueves, donde las palabras de Valdeón que finalizan sus notas, me son válidas para todo lo escuchado y concertado: "siempre exquisito y sensible, de cálida sensualidad en lo musical, incuestionablemente grandioso... ".
La propina, con momentos donde el director marchó para dejar sola a una orquesta perfectamente "engrasada", el final de la Farandole de Bizet (pertenciente a la Suite de La Arlesiana) que nos dejó un insuperable sabor de boca. Conciertos así son difíciles de escuchar y éste quedará en mi "retina auditiva" durante mucho tiempo.