Hoy se ha levantado el día espeso, plomizo, el bochorno suspendido en el aire ha ganado la partida en la ciudad. No se mueve ni una hoja, ni tampoco los pájaros cantan en esta mañana gris azulada. Igual lo hacen, pero no hay viento que transporte su sonido. Tampoco han empezado a resonar los tambores de guerra del ataque definitivo a la fortaleza tras la tensión queda de la noche.
Apago la radio para seguir en esa noche: el sonido no me deja concentrarme en la nada. El cantarín presidente de Haití está de gira en España en busca de inversión para su país: vende su sol, una mano de obra pasto fácil para empresarios sin escrúpulos, vende una belleza que nadie ve bajo la desesperación de sus gentes ni de la mugre que han dejado décadas de corrupción. Promete, e intenta vender confianza, un valor a la baja, que ya nadie compra en España.
Esta mañana me he despertado soñando que despertaba, pero ciega. Abría y cerraba los ojos con fuerza, enfocando infructuosamente un vacío monocromo, sin información. Giraba la cabeza sin ver, observando desesperada ese velo pálido en que se había convertido la habitación. Con tanto esfuerzo me he despertado, aliviada al ver, aunque fuera la hora en el despertador. Ahora las letras aparecen en la pantalla en fila de a uno obedeciendo a un general loco como un ejército errante que llega a un fuerte sitiado. Hace demasiado bochorno y tampoco quiero oir a Esperanza Aguirre diciendo que no tiene un puto duro, o que no llega a final de mes. Me siento tuerta. Qué mal se organiza esta mujer…