Por las selecciones juveniles argentinas pasaron jugadores insólitos y hubo muchos equipos que jugaban feo, pero ninguno llegó a igualar el papelón del elenco dirigido por Reinaldo Carlos Merlo, que en 1991 terminó 13º entre los 16 combinados participantes y protagonizó un escándalo que derivó en la suspensión para el mundial juvenil de Australia ’93.
La cosa no había comenzado del todo bien para los dirigidos por Mostaza. Cho In Chol puso el 1 a 0 con el que República de Corea vencía a Argentina 1 a 0 a los 88 minutos de juego de la fecha inicial.
Ese día formó con: Leonardo Díaz; Mauricio Pochettino, Mauricio Pellegrino, Diego Cocca, Juan Distéfano, Claudio Marini, Walter Paz, Roberto Molina, Gabriel Bellino; Marcelo Delgado y Juan Esnáider.
En tanto, Fernando Regules, José María Bazán, César Loza, Roberto Mogrovejo, Claudio Paris, Hugo Morales y Christian Bassedas esperaron su turno sentados en el banco de suplentes.
Y la derrota ante los asiáticos oscureció considerablemente el panorama albiceleste, puesto que en la segunda fecha debía enfrentar al campeón vigente Portugal, que iba por el bi de la mano de figuras de la talla de Figo, Rui Costa, Jorge Costa y João Pinto.
Mostaza metió mano en el equipo y dispuso los ingresos de César Loza, el Rulo Paris, Bassedas y Mogrovejo en lugar de Distéfano, Nuno Molina, Bellino y el Chelo Delgado. Pero nada se dio como imaginaba.
El papelón ante Portugal
Antes del comienzo del encuentro, Argentina ya sabía que Corea había igualado con Irlanda, por lo cual estaba obligada a ganar para aspirar con pasar a cuartos de final.
Los lusos hicieron gala de su buen juego y el elenco del hombre de los cuernitos se dedicó a pegar desde el minuto cero. La estrategia le sirvió a Argentina para mantener el cero en la propia valla al cabo del primer tiempo, pero no para conservar a sus once jugadores dentro del terreno de juego, puesto que Paris fue expulsado cuando la etapa inicial se moría –injustamente, porque vio la segunda amarilla por una falta que había sido cometida por el Pescadito Paz-.
Con Argentina en desventaja numérica, el gol del elenco de camiseta roja debía llegar por decantación. Y así fue, a los 11 del complemento, Gil abrió el marcador. Para colmo, cinco minutos después Pellegrino cometió una fuerte infracción sobre Toni y se convirtió –por doble amarilla- en el segundo placer argentino en irse a las duchas antes de tiempo.
Y la actitud hostil de los albicelestes contagió a todo el estadio. El clima se caldeó. El público local se enfureció con la selección albiceleste por el juego brusco y comenzó a arrojar objetos al campo de juego.
Cuando faltaban 10 para el final, Torres cambió por gol un penal que hizo Pochettino y sentenció la historia, mientras que Toni decoró el resultado cuando faltaban cinco. Pero había más: porque a Esnáider se le salió la cadena cuando se terminaba el match. Pegó una patada de atrás, vio la roja y amagó con agredir al árbitro del encuentro, el belga Guy Goethals. El final del partido incluyó discusiones, jugadores alterados y reproches múltiples.
Por ello, Esnáider fue suspendido por un año y Argentina dos años, que no le permitirían participar del mundial siguiente, que se jugó en Australia.
“Fue lo que más lamento en mi trayectoria, porque me privó de una carrera en la Selección. Luego de eso pasaron siete años sin que me llamaran. O sea: en mi mejor etapa no pude participar. Aunque me arrepiento de aquello, fueron demasiado severos conmigo”, diría años después un Juan Esnáider más maduro y pensante, ya con el buzo de DT.
De ese plantel, pocos fueron los que tuvieron otra chance con la albiceleste. Sólo Huguito Morales, Bassedas, Pochettino y Delgado lograron jugar competiciones internacionales, mientras que Nuno Molina y Pellegrino apenas fueron convocados en un puñado de partidos.
Argentina coronó su participación con un empate en 2 ante Irlanda. Los goles, los únicos convertidos por la albiceleste en el certamen, los hicieron el Chelo Delgado y Nuno Molina. El empate posicionó a los de Merlo en el puesto 13, entre los 16 equipos participantes. Un bochorno por donde se lo mire.