60 años de misterio flamenco
Ser un genio tiene miga. Te adulan y te odian a partes iguales. Les encanta que les lleves al paroxismo cuando el duende se queda a dormir en tu garganta, pero no soportan tragar una ínfima parte de las hieles que te atoran cuando fuera de ti y lo que es peor, en lo más hondo de tu alma, todo es negro y pegajoso.
Camarón era así. Su madre, que también sabía de los caprichos de las musas, le parió genio. Él vivió como pudo con un harén de fantasmas que lo mismo le hacían levitar que le hundían en lo más profundo de una amargura insondable. Le quisieron y le odiaron como a pocos. Pagaron auténticas millonadas por seguirle alrededor del mundo. Se partieron la camisa en sus noches de gloria y maldijeron su estampa cuando su voz ya no era voz, sino un reguero de puñales oxidados.
Hoy Camarón habría cumplido 60 años. Hoy su tumba en San Fernando estará más cuajada de flores. Hoy algún que otro chaval ingenuo se postrará ante la mole de mármol por si acaso de la piedra emerge algún aroma de su alma que se pueda atrapar al vuelo.Hoy la Chispa le rezará como siempre y le querrá como nunca. Y hoy él, en algún rincón del alma de cada camaronero, sonreirá por bulerías, llorará por soleares y detendrá el tiempo al ritmo de esa Leyenda que revolucionó para siempre el flamenco.
Camaroneros o no, hoy os recomiendo el reportaje que publica Amelia Castilla en El País Semanal. Y, sobre todo, os recomiendo el libro La Chispa de Camarón (Ed. Espasa), una biografía en la que el periodista -y amigo- Alfonso Rodríguez pone tinta a los recuerdos de la viuda del genio, con documentos gráficos inéditos, pertenecientes al álbum familiar de los Monge Cruz.
Colaborar en la edición de ese libro fue una de las experiencias más intensas de mi vida. Me ayudó a conocer al mito, a acercarme a su misterio, a comprenderle, a sentirle.
Antes Camarón ya me había conquistado. Era para mí una válvula de escape. Una pasión. Un desahogo. Un secreto. Una manera de entender la vida. Un oasis. Un paraíso.
Cuando aún soñaba con ser como Cristina Hoyos, en mi escuela bailaba este tema. Ahora no bailo y apenas sueño, pero sigo queriendo ser Como el agua.