¿Alguno de ustedes conoció y recorrió el Camino de Santiago en los años 90? ¿Cómo era aquello? y sobre todo: ¿qué ha cambiado? ¿En qué lo notamos? De la mano de mi compañero José Pérez Rojo vamos a hacer Camino tan solo fijándonos en pequeños detalles, minucias y menudencias.
Pasabas por un pueblo y tenías que escuchar algo así como: ¡outro jipi maís...! Se andaba mayormente por los arcenes de las carreteras y se dormía en un pajar o en la puerta de una iglesia. Entonces sí que venía bien llevar esterilla, y un buen palo para defenderse de los perros ¡y de los pastores!
Uno de los primeros inventos para sacarle los cuartos al peregrino consistió en editar Guías del Camino de Santiago. Algunas resultaron ser fabulosas, la de Everest, y se vendían como churros todos los veranos. ¿El pero? que pesaban un kilo como mínimo, yo de la que ven en la foto tan solo conservo las tapas; iba arrancando las hojas según pasaban las etapas. El caso era quitarse peso de encima, ¿se lo imaginan?
Los peregrinos, en especial los españoles y los portugueses, caminaban con ropa de calle, todo lo más se utilizaba ropa deportiva o calzado de montaña. No había prisa alguna para llegar a un albergue, apenas había tal cosa en el Camino Real Francés y prácticamente ninguno en los demás.
Pero vayamos al principio, donde nos decían que teníamos que comenzar el Camino de Santiago: la Colegiata de Roncesvalles.
Al llegar y para poder pernoctar en ella tenías que rellenar una Certificación de Paso, lo que vulgarmente se llamaría: La Credencial. Con la credencial en la mano ya podías caminar por todo el norte de España; eso sí cumpliendo con la obligación de sellar en cada lugar donde pernoctaras.
Todo funcionaba por la impagable entrega y labor diaria de personas como don Santiago Zubiri, al que yo tuve la suerte de conocer ejerciendo labores de hospitalero en Larrasoaña. Con tu credencial en la mano no tenías que darle más explicaciones, a ducharse y comer algo.
Con el paso de los años todo fue paulatinamente cambiando, una de las primeras cosas en que se notó es que redujeron el tamaño de las credenciales, por lo cual también tuvieron que cambiar muchos sellos, pues sencillamente no entraban.
De la credencial del año 90 a la del 97 cambiaron a un tamaño más pequeño y cuadriculado por lo cual lentamente se pasó a sellos más pequeños. En Logroño por poner un ejemplo se sellaba en el local de La Juventud Católica en el año 90 pero en el 97 ya había un albergue municipal. Se iba notando la mayor afluencia de peregrinos.
Al pasar a un formato más reducido se cambiaron algunas cosas para que con menos se llegara a más. Ya había un albergue de donativo en Hontanas, y se construían en los pueblos como El Burgo Ranero y Molinaseca estupendos refugios gracias a los fondos europeos de ayuda al desarrollo rural; se inauguró el Refugio Gaucelmo en Rabanal del Camino y muchas cosas más.
En la primera década de este siglo se volvió a reducir otro poco el tamaño de las credenciales así como fue aumentando la información que en ellos se ilustraba, pero claro, tuvieron que quitarse cosas.
Algo que distinguía a aquellas primeras credenciales era la Oración del Peregrino en su parte posterior.
Se pasó a una serie de consideraciones generales y una bendición.
Cuando volvieron a cambiar las credenciales ya ni bendición ni gaitas, son dos euros por ella y caminando...
No obstante en muchos albergues de hospitaleros voluntarios se realizaba la Bendición y Oración al peregrino allá por el 2005; yo conservo un ejemplar de cuando hice de hospitalero. Incluso en muchos sitios se tenía versiones en varios idiomas para que todos fueran a dormir bien contentos y confiados.
Otra cosa que apareció fue una profusión de credenciales de todo tipo, tamaño y formato. No solo en cada país, en cada Comunidad Autónoma, te daban una credencial diferente. La monda.
El jubileo del año 1999 convirtió el Camino de Santiago en una fiesta maravillosa, y las gentes se echaron en tropel a caminar y conocer una serie de personajes maravillosos que por la ruta te encontrabas.
El peregrino se convirtió en una suerte de coleccionista de sellos. ¿Quién tiene una credencial firmada por el propio Monseñor? El pintor romántico de Villar de Mazarife, el menda. Parabas a dormir en Samos y te marchabas con tres sellos a cuestas, se añadían hojas en blanco para poder poner más sellos, más sellos, a mogollón. Sellabas en los bares, en las gasolineras, incluso en locales con luces de colores y chicas alegres y divertidas vestidas de ciclistas, ¡gua...!
Como consecuencia cada uno te ponía el sello por donde cupiera y cuando miras los papeles décadas después parece que viajaras más en el tiempo que en el espacio.
Una suerte de idea romántica parecía animarnos a intentar imitar a los peregrinos medievales. Ver años después esas fotos, peregrino con ropa de algodón, bordón y colchoneta, paraguas y mascota. Alguno parecía que se mudaba de casa con lo que cargaba a cuestas.
Recordar a Felisa, siempre presente a la entrada de Logroño, con su lema: higos, agua y amor sentada debajo del árbol y siempre dispuesta a compartir un rato de charla. ¿Alguien recuerda a Marcelino Lobato? El peregrino riojano pasante, resultó que era de León y habíamos estudiado en los mismos colegios. El hospital de San Bol, ¿había un hospital allí? un pilón para lavarte los pies y gracias. Era algo diferente ya el Camino de Santiago con el cambio de siglo y milenio y más que cambiaría.
Cuando uno ve a diario el gran negocio que es en estos días el Camino de Santiago pues se pone a pensar que tal vez los jóvenes anden un poco equivocados; que los más de 300.000 peregrinos anuales que pasan por caja a pedir el papelín con su nombre en latín no necesitan ir equipados como si España fuera Nepal, ¿o sí? Yo no quiero que sufran que ya bastante penitencia es escuchar conciertos de ronquidos cada noche.
El Camino no es un lugar, son las personas, los peregrinos y los hospitaleros, las gentes acogedoras que no preguntan de dónde viene uno ni el porqué camina a Compostela. La Ruta de las estrellas os espera, ¡qué hacéis en casa!
Daniel Paniagua Díez