Revista Opinión

Cambiar de opinión

Publicado el 01 agosto 2016 por Jcromero

Con frecuencia utilizamos argumentos, frases y tópicos mil veces dichos. Repetimos lo que hemos escuchado, lo que otros han dicho o escrito. Como necesitamos certezas; consolidar lo que ya pensamos, leemos la prensa más afín y buscamos referentes políticos o intelectuales para que actúen o piensen por nosotros, para que nos suministren argumentos y seguridad. Sin embargo, habría que leer y escuchar a quienes no pensando como nosotros fueran capaces de hacernos dudar. ¿Pensar por nosotros mismos? ¿Para qué? Resulta más cómodo mirar de lejos; con la distancia todo se distorsiona mejor.

Hubo un tiempo en el que la Iglesia tenía, por decirlo de alguna manera, el monopolio de la difusión de las ideas y del conocimiento gracias a sus magníficos amanuenses. En la actualidad el acceso al saber y a la información se ha democratizado. Todo parece más accesible, pero sería necesario volver, por ejemplo, a cuando desde la observación se interpretaba la realidad vaticinando riesgos y peligros. El hombre evolucionó al descodificar las señales de la naturaleza, al interpretar los gestos y expresiones de sus semejantes y al adaptarse a una realidad en continuo cambio.

Hoy también es necesario leer la realidad, estar atentos, interesados; ser conscientes de lo que sucede a nuestro alrededor. Es necesario dudar de cuanto hacen o dicen hacer en nuestro nombre. Que actuemos como rebaño que obedece estúpidamente, que respondamos a toque de corneta o repitamos como autómatas las consignas elaboradas por los publicistas y estrategas, es intención de todo poder.

Solo avanzamos cuando pensamos. Pensar implica analizar la información, desbrozarla, no claudicar ni dejase arrastrar por el pensamiento dominante; significa también predisposición a modificar nuestra percepción inicial. Cambiar de opinión no está bien visto, supone una pérdida de crédito. Y sin embargo, habría que reivindicar el derecho a dudar de nuestras convicciones y a modificar nuestra visión de las cosas. Avanzamos porque pensamos, cuando somos flexibles y críticos; las contradicciones, las dudas o el reconocimiento de errores son saludables. No hay certezas inamovibles, nada más conservador que la resistencia al cambio. Ser coherente no significar sostener inalterada una idea.

Si la actualidad se muestra cada día más compleja, no parece aconsejable abonarse a los discursos simplistas que todo lo reducen al blanco o negro, ni sucumbir al secular pesimismo según el cual estamos predestinados a elegir entre lo malo y lo peor. Actuar bajo estos esquemas mentales equivale a una sumisión previa, una derrota por adelantado. Hay que dudar, profanar las verdades absolutas, profundizar en los asuntos; leer, aprender, contagiarse y, llegado el caso, corregir, rectificar, modificar. Nunca como ahora ha sido tan fácil el acceso a la información y a la difusión de las ideas; nunca como ahora la posibilidad de contraste y contagio.

¿Nos hacen más libres estas posibilidades? La saturación informativa es una trampa. Es necesaria la desconexión, la interrupción del canal informativo que no cesa de mandarnos datos y señales en ocasiones plagados de intenciones, virus y engaños. Es preciso mirar, observar y contrastar lo que sabemos o creemos saber. Necesitamos un tiempo para pensar, para desmenuzar la información sin miedo a cambiar de opinión. Mantener nuestras ideas intactas es una necedad. No se trata de hacer nuestra la frase de Groucho Marx y sus principios, pero tampoco tener miedo a cambiar de opinión. ¿Somos iguales a como éramos? Lo que vivimos, conversamos o leemos, ¿no nos influye?

Es lunes, escucho a Engelbert Wrobel's Swing Society con Scott Robinson:

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