Si hay alguien que puede cambiar tu vida, ese alguien eres tú.
Una bonita frase, ¿verdad? Pues además de ser bonita, es completamente cierta y, por desgracia, me tocó aprenderla por la fuerza.
Yo siempre fui una persona que confiaba en la gente, creía en todas las palabras bonitas que me decían, e incluso dejaba de hacer lo que yo quería o necesitaba porque me habían dicho que alguien lo haría por mi. ¡Qué ingenua!
Me tocó quedarme sin eso que necesitaba porque nadie lo hizo por mi, me quedé sin ver a personas que creía que me querían porque no me vinieron a ver a mi, y ¿sabéis qué? Que en el fondo, a día de hoy, me alegro.
Me alegro porque me di cuenta de quien me hacía bien y de quien estaba mejor cerca y quien estaba mejor lejos. Pero, sobre todo, me di cuenta que nadie haría nada por mi.
Aprendí a luchar por lo que yo quería, aprendí a levantarme cada vez que caía y aprendí a secarme las lágrimas y a volverlo a intentar.
A veces la vida nos obliga a tomar decisiones duras, decisiones que piensas que todas las opciones que te ofrece no son buenas para ti... Pero también te enseña a pensar fríamente en que es lo mejor para ti, te enseña a conseguir lo que necesitas, y te enseña a disfrutar la vida a pesar de las luchas y de las caídas.
Y ¿sabéis qué? Que aprender a disfrutar de tu vida, con la gente que te demuestra que quiere estar a tu lado y aprendiendo de cada lágrima y de cada caída, es la mejor forma que tienes de vivir.
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