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Cambios de nombre de las calles, un viejo juego

Por Manu Perez @revistadehisto

Cambios de nombre de las calles, un viejo juego

Durante las cuatro décadas de la Dictadura, varias generaciones crecieron familiarizadas con el nomenclátor callejero monocolor –o, como mucho, bicolor: azul y caqui-. Nombres de falangistas y militares coparon los nombres de nuestras vías urbanas, con el añadido del santoral católico. Poco espacio quedaba para el resto, compuesto –según los fascistas- de renegados, revolucionarios, ateos y masones. Por eso, tampoco podía esperarse demasiada comprensión y equidad cuando los otros mandaran. Aunque a años luz del posterior franquismo, la República “heredó” callejeros repletos de reyes, aristócratas, beatos y santos, que tardó apenas unas horas en mandar al trastero. Luego, esa febril actividad se calmaría un tanto hasta que la sublevación de julio del 36 provocó, de nuevo, otro seísmo de placas cambiadas, y –seguro- la pesadilla de los carteros. En efecto, durante la guerra y en la zona gobernada por el Frente Popular, nuestras calles recibieron el vuelco total en los titulares de sus nombres.

Cambios de nombre de las calles, un viejo juego

Además de la recuperación, o incorporación, de nombres de personajes (o personas) inmediatos, la “revolución” del callejero fue a veces doble, al añadir esa singularidad otra de género o sexo de los mismos, proliferando, novedosamente, algunas figuras femeninas con su placa reluciente en las calles de muchos lugares (obviamente, dentro del territorio gobernado por el Frente Popular). Eran algunos de esos otorgados nombres femeninos viales, impensables en otro tiempo, incluso en los años precedentes con la República en paz. He aquí algunas de aquellas mujeres recordadas en nuevas placas, aunque lo serían por muy breve espacio de tiempo (hasta el final de la guerra). Empezando por el nombre de aquella desgraciada muchacha gaditana de Casas Viejas, aquella “María Silva (Libertaria)”, que se sustituyó con su nombre y su alias, a la tradicional y castiza calle de Santa Isabel. O, como esa otra dirigente juvenil catalana muerta en tierras granadinas, “Lina Odena“, cuyo nombre ocultaría el anterior de la calle de San Cosme. O, en fin, la denominación de calle de “Juanita Rico, desgraciada víctima de los falangistas antes del estallido bélico, que sustituía la anterior del Cardenal Cisneros. En fin, el Camino Viejo de Vicálvaro pasó a llamarse de “Magdalena Fuente(un viejo “camino” para una moderna luchadora desde las letras). Y el Paseo de “Rosario Acuña” ocultó el anterior de los Jesuitas (sustitución de un extremo a otro: de los “soldados” del Papa, a una de las más madrugadoras feministas revolucionarias). En aquellos primeros meses de la guerra, las autoridades municipales quisieron homenajear de alguna forma a un grupo de mujeres (antiguas y modernas, vivas y muertas), unidas en la lucha común del feminismo y de los derechos políticos y sociales de las españolas, entre otras motivaciones dignas de mención.Cambios de nombre de las calles

Cambios de nombre de las calles

Todavía, en el transcurso de la guerra, aún habría cambios coyunturales poco significativos, aunque, vistos en la distancia, curiosos. Sea como fuere, lo cierto fue que, a la entrada de los franquistas en la capital, últimos días de marzo de 1939, una de sus prioridades fue el borrar –a veces de manera física, y de forma feroz- aquellas placas que les traían a la memoria nombres odiados por ellos hasta el frenesí. En ese destrozo y ese cambio compulsivo de nombres, cayeron “rojos” de peso pero también otros que no merecían aquél desmoche (ni que los incluyeran entre los más radicales). Unidos en la desgracia, he aquí una lista de nombres a destrozar –siquiera fuese en placa-, aproximativa e incompleta, de los que se encontraron los ocupantes, con su nomenclatura clásica o anterior:

“Milicias Marxistas Unificadas“, antes Antonio Maura.

“La Unión Proletaria”, Recoletos-Castellana.

“Buenaventura Durruti”, Miguel Ángel.

“18 de Julio”, Príncipe de Vergara.

“María Silva la Libertaria”, Santa Isabel.

“Javier Bueno”, Divino Pastor.

“Teniente Castillo”, Augusto Figueroa.

“Francisco Maciá”, Príncipe.

“Mateo Morral”, Mayor.

“Leopoldo Alas”, Conde de Romanones.

“Lina Odena”, San Cosme.

“Plaza de la Liberación”, Santa Cruz.

“Juanita Rico”, Cardenal Cisneros.

“Francisco Ferrer”, Felipe II.

“Luis Sirval”, Beata María Ana de Jesús.

“Mario Roso de Luna”, Buen Suceso.

“Paseo de Rosario Acuña”, de los Jesuitas.

“Reforma Agraria”, Alfonso XII y Niceto Alcalá-Zamora, sucesivamente.

Anotar que, dentro de la relativa “objetividad” del listado anterior, en algún momento álgido los concejales madrileños decidieron homenajearse a sí mismos (algunos eran sindicalistas) y, en esos mismos momentos, hubo nuevos “bailes” en el callejero, estos un poco forzados, la verdad: así, la calle de Sagasta pasó a ser de la “CNT”; la de Génova, de la “UGT”; y la plaza de Alonso Martínez, de la “Alianza Obrera”. Ignoradas por ahora algunas vías principales por ya conocidas, habrá que insistir en ello de manera que el lector se sitúe y conozca casi todas las variantes de aquel barullo parecía que inacabable.

Porque todo empezó –ya declaradas las hostilidades- con la emblemática Gran Vía, que sustituyó dos de sus tres nombres tradicionales. Así, la avenida del Conde de Peñalver fue oficialmente “avenida de Rusia” –en algún momento, “de la Unión Soviética”- (aunque también los madrileños la rebautizaron, junto a la de Pi y Margall, y por su cuenta, como “avenida del 15 y medio”, por el calibre de los cañones que la bombardeaban desde la Casa de Campo); la avenida de Eduardo Dato fue dedicada a la República amiga “de México”, y el segunda tramo quedó con el nombre original: de “Pi y Margall”.

En cuanto a otras vías, cambiaron en algún momento, la del General Arrando, de “Froilán Carvajal” (otro cambio intencionado que quitaba a esa calle el nombre del mismo general que había mandado ejecutar al periodista, poeta y revolucionario republicano del XIX, este mismo Froilán Carvajal, ahora sustituyendo más allá de la muerte, a su ejecutor); o la muy importante de la Carrera de San Jerónimo, que se llamaría de “Antonio Coll” (soldado que se había enfrentado en solitario a un tanque, y que alcanzaría caracteres de héroe popular, en paralelo –para los madrileños- al “Cascorro” del Rastro -Eloy Gonzalo-).

Autor: José María López Ruiz  para revistadehistoria.es

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Bibliografía: 

El Madrid de ayer…  24 láminas 40×10.  Grabados principios del XIX.  “La Información de Madrid”.  1994.

Madrid ayer y hoy.  Reyes García, Ana Mª Écija, Benjamín Larrea.  Madrid 1998. Ediciones La Librería.  128 págs. 21×30. Todo ilustrado.  

Vida cotidiana en Madrid. (Primer tercio del siglo a través de las fuentes orales.) Pilar Folguera.  Comunidad de Madrid.  252 págs. 21×28.  Madrid 1987.  Ilustrado.

La vida cotidiana en la España de los 40. Coleccionable. Ediciones del Prado. 156 págs. 20×30.  Ilustrado.

Madrid los hizo. Hicieron a Madrid.  Miner Otamendi.  191 págs.  Madrid 1954.

Madrid de corte a checa.  Agustín de Foxá.  Biblioteca El Mundo.  351 págs.  Madrid.

Madrid. El advenimiento de la República.  Josep Plá.  El País. Clásicos del Siglo XX.  173 págs.  .  

Así cayó Madrid.  Coronel Casado.  Ediciones 99.  286 págs.  Madrid 1977.

Materiales para escribir Madrid. Literatura y espacio urbano de Moratín a Galdós.  Edward BakerSiglo XXI Editores.  154 págs.  Madrid 1991.

Lo que tuvo y retuvo Madrid. Libro de amena y curiosa historia.  Antonio Velasco Zazo.  Librería General de Victoriano Suárez.  248 págs.

Urbanismo en Madrid durante la II República (1931-1939).  Aurora Fernández Polanco.  Ayuntº de Madrid/Ministerio Administraciones Públicas.  Madrid 1990.  310 págs. 20×30.  Ilustrado.

Historillas de Madrid y cosas en su punto.  Tomás Borrás.  Madrid 1968.  416 págs.

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