Siempre ha habido mucha literatura sobre los cambios que experimentan los astronautas –esos elegidos- cuando regresan de sus viajes. No ya a nivel espiritual y cognitivo, sino meramente físico. Los exploradores del espacio –la conquista de la frontera definitiva- no solo han de ser unos genios matemáticos, técnicos y plurilingües sino que han de tener una fortaleza mental impresionante por no hablar de su condición física.
Siempre se ha dicho que los astronautas se juegan el pellejo ahí fuera, casi de un modo literal. Que si pierden volumen muscular, densidad ósea… Lo que desconocía era el motivo. Pues bien, la microgravedad espacial hace que la columna vertebral se estire mínimamente y, por regla general, crezcan momentáneamente unos centímetros. A cambio, los músculos se atrofian y se encogen ante la ausencia de gravedad. No hay peso ergo los músculos no pueden trabajar como en la Tierra.
Es por ello, que cuando Scott Kelly regresó tras una expedición de 340 días los investigadores no podían comprender por qué le dolían tanto las articulaciones. Y es que Kelly, de 52 años, se había sometido a un ejercicio físico extenuante para combatir la atrofia.
Por suerte, Scott tiene un hermano gemelo, Mark, también astronauta que se quedó en Tierra solo para participar en el denominado “Twin Study”. Un estudio para determinar cómo cambiamos después de un año en el espacio.
Lo novedoso es que ahora se dispone de un sujeto con un ADN muy similar con quien comparar sus cambios. Uno de los que más sorprendió a los investigadores es que Scott regresó con los telómeros –los extremos de los cromosomas- más largos. Curiosamente, estos suelen acortarse con la edad. Una investigación interesantísima que arrojará luz sobre si los valientes dispuestos a morir en Marte están preparados biológicamente, si quiera, para vivir allí.