Revista Psicología

Camila en la calle y Nicolás en casa

Por Yanquiel Barrios @her_barrios

Seguimos viaje. Sigue lloviendo y seguimos a media luz. No vuelve a hablarme por un rato. Observo entonces cómo con un algodón se va quitando la pintura de la cara y del cuello. Se saca los aros y los guarda en el bolso. Ahí también va a parar la peluca con sus puntas enruladas castaño claro. El pelo original, negro, cortito, modifica sus facciones. Noto que también se cambia el calzado: los zapatos taco alto son reemplazados por unas zapatillas oscuras de lona. Veinticinco kilómetros más tarde, cuando el micro entra en el pueblo siguiente y las luces vuelven a encenderse, la chica que estaba a mi lado, si haberse movido del asiento, ha desaparecido. Nadie parece haberse dado cuenta.

Minutos después volvemos a la ruta y a su penumbra de noche y llovizna.

- Vuelvo a casa -me dice como dando una explicación- si llego vestida de chica duermo afuera... y ya ve cómo llueve...

Me cuenta que trabaja en la calle hace unos meses, que ahí es 'Camila', que a veces hace unos buenos pesos y entonces le lleva algo de regalo a su mamá. Pero que antes de llegar a casa debe volver a ser Nicolás si quiere que la dejen entrar.

Su familia está avergonzada. Solo su mamá, a escondidas, la escucha. Y es por ella que va de visita de noche. A estas horas las chismosas del barrio duermen junto a los machitos que cumplen la función de maridos, aunque sea esporádicamente.

La escucho y se me aprieta la garganta.

Me cuenta que a veces, con suerte, la llevan tipos 'bien': profesionales y políticos de abultada billetera y buena posición en su mayoría. Pero en otras termina golpeada en el parque, sin un centavo. Entonces busca refugio en lo de alguna compañera, en esa fraternidad que crea las vivencias de la noche.

La escucho en silencio. A su edad sabe más de la vida, de la calle y de la noche, que yo a mis treinta, con mis libros y mis andanzas.

Llego a destino. También se baja. 'Hago trasbordo... todavía tengo una hora más de viaje', me explica mientras luchamos entre el gentío que sale como vomitada del ómnibus.

Hace frío. Ya no llueve. Solo quedan los charcos y el barro. La plaza está oscura. Del otro lado, se alcanza a ver la garita desierta, apenas iluminada bajo un farol de luz amarillenta. Y hacia allá se dirige, a esperar otro bus. Nos despedimos. Cada cual de regreso a su mundo tan opuesto.

Camino un par de pasos, alejándome. Entonces siento el grito: "¡¡¡Morite, puto!!!", seguido por el sonido de una botella de vidrio haciéndose añicos en la vereda.

Y ahí la veo. Corriendo a defenderse por cometer la transgresión de no ser como el montón. Un montón de porquería, seamos francos.

Vuelvo. Corro por la plaza hasta que la alcanzo. 'No sea tonto' me dice, casi sin aire. '¿O quiere que lo odien también?'.

Buscamos otra garita donde esperar el ómnibus. No sé por qué vuelvo. Tal vez porque me indigna la idiotez humana que pretende encajarlo todo en un molde cuadrado y cercenar lo que sobra. O pintarlo todo de blanco o negro, persignándose escandalizada al descubrir toda la variedad de grises que puede existir.


Volver a la Portada de Logo Paperblog