Revista Psicología

Caminar sobre el puente / Del tiempo largo

Por Yanquiel Barrios @her_barrios
Caminar sobre el puente / Del tiempo largo

Caminar sobre el puente

con los ojos cerrados

y el temor en las puntas

de los dedos de los pies

caminar por la calle

con un bastón de ciego

golpear el cordón

de la esquina

y la pared

caminar por la cuerda

en la cima de un acto

len ta men te

c

a

e

r

caminar por la orilla

podrida

de una manzana

y mirar hacia adentro sin querer

caminar por las nubes

caminar por los pies

Caminar por la espalda

de un gigante

dormido

y meterle una pluma en la nariz

caminar de la mano

de puntillas

de los patos

caminar de algodón

caminar por los techos

espiando los patios

caminar por las vías

caminar tacos altos

caminar los dados las lluvias los tres

caminar los dedos las uñas la piel

caminar de revés

con las manos

caminar la piel con piernitas de dedos

sin camino

pasar

Salirse del mapa

Llegar al mar

Adentro

llorar rugir tragar

sin mirar atrás

dar un paso más

Por: Anahi Correa

Caminar sobre el puente / Del tiempo largo

A veces, en raros
instantes, se abre, talud
real y enorme, el tiempo
transcurrido.
Y no es entonces
breve el tiempo. Como el pájaro
al elevarse abarca con sus alas
un diminuto pueblo o costerío,
la inmensidad de lo vivido arrecia,
y se mira remoto el ayer próximo,
en que el pico ávido bajaba
en busca de alimento.
¡Qué eternidad
de soles ya vividos! ¡Y qué completa
ausencia de nostalgia! Para crecer
se vive. Para nacer de nuevo
y rehacer la mala copia original.
Para crecer, se sufre. No se quiere
volver atrás, ni tan siquiera al tiempo
rumoreante de la juventud.
Que no para que el rostro
luzca lozano y terso se ha vivido.
No para atraer por siempre con el fuego
de la mirada, no con el alma en vilo,
por siempre se ha de estar.
De cierto modo
la juventud es también como una cierta
decrepitud: un ser informe,
larva, debatíase, qué peligrosamente
amenazado. Se vivió. se salió,
quién sabe cómo, del hueco,
de la trampa:
valió el otro
del bosque de la vida, el pleno encanto
de los claros del sol entre lo umbrío
para pagar su precio: lo tanto
costó poco; poco el sufrir inmenso
para esta dádiva: al rostro
orne la arruga como el pecho la cinta coloreada
de un guerrero
o como al niño la medalla premia
por la humilde labor.
Como el avaro
el peso de un tesoro, encorva
la espalda anciana el peso
del vivir.
Mas ya, arriba,
a la salida, ya, se mira
hacia atrás sonriendo, renacido,
como agrietada cáscara el polluelo,
ya se van desligando las amarras,
del extraño navío, y como novio trémulo
locamente lo incierto hace señales.

costó dolor, muerte costó, la vida.
Y al tiempo, breve o largo, siempre corto,
como el relámpago del amor, se le mira
ya sin recelo ni amargura
como a las heridas de la mano, en el arduo
aprender de su oficio,
contempla el aprendiz.

Bella es toda partida.

Por: Fina García Marruz


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