Está en el sur de Vietnam a 169km de Ho Chi Minh, es la mayor ciudad del Delta del río Mekong y la cuarta más grande de Vietnam. Es famosa por sus mercados flotantes, embarcaciones llenas de vietnamitas comprando y vendiendo productos subidos a sus pequeñas barcas sobre las aguas marronosas del Mekong. Como todo el sur de Vietnam tiene un clima tropical con sólo dos estaciones: seca de diciembre a abril y de lluvias de Mayo a Noviembre.
Yo llegué a mediados de octubre cuando todavía era época de lluvias pero empezaban a desaparecer. Sobre las 15h con muchísimo calor y bastante cansada llego al hotel que había reservado. Coloco mis cosas en la habitación y aprovecho para lavar la ropa sabiendo que se secaría sin problemas. Sobre las 18h el sol casi ha desaparecido y empieza a oscurecer. Mientras froto la camiseta mojada contra el jabón oigo un ruido infernal que viene de fuera, me acerco a la ventana para descubrir que está cayendo la del pulpo, llueve a mares.
Tomo un par de fotos desde el balcón y sigo con la colada que todavía me llevará un rato más. A las 19h ha parado así que salgo a buscar la cena y a conocer los alrededores. Pregunto en recepción hacia donde tengo que ir para conseguir comida y me dije que camine hacia la derecha hasta que encuentre algo. Lo primero que veo es oscuridad, perfiles de un árbol y poco más. El hotel está a 5km del centro de la ciudad y 169km del Starbucks más cercano, en una calle que ahora mismo está totalmente embarrada pero por la que aún se puede caminar. Empiezo a caminar. Veo un grupo de mujeres rezando en voz alta frente a una virgen con una aureola de neón rosa y azul.
El resto sigue siendo oscuridad. Cruzo el primer puente, sigue estando oscuro y no tengo ni idea de qué están pisando mis pies pero al menos hay luces por los lados. A mi derecha queda el río y con él casas inundadas. Las puertas abiertas de par en par muestran familias subidas en hamacas mirando la televisión sin inmutarse. De vez en cuando alguna persona descalza con agua por encima de los tobillos aparta alguna cosa del curso del agua para volver a subir a zona seca. A mi izquierda gente sentada que me saluda a gritos de “Hello! Hello!” cuando me ve pasar. Veo un primer local iluminado pero al acercarme veo que venden ataúdes. Menuda suerte. Más oscuridad y niños pasando a mi lado que me gritan más “Hello! Hello!” mientras me saludan con la mano. Veo otro local pero cuando, emocionada, voy hacía él me doy cuenta que venden tarjetas de teléfono. Han pasado 15 minutos y todavía no he visto donde puedo comer. Más camino, más oscuridad, más “Hello! Hello!”, otro local de ataúdes. Para mejorar mi imagen visualizarme con una camiseta blanca con letras japonesas y con nada más que el Kindle en la mano. Ni siquiera se me ha ocurrido traer el chubasquero.
Al rato veo lo que puede ser una tienda local con bebidas y patatas fritas. Al menos tengo a donde comprar unas galletas, aunque el plátano que me espera en la habitación con aire acondicionado e iluminada se me hace super sabroso. Se ven relámpagos por el lado derecho. Un par de niñas sentadas frente a un puesto de sandías que parecen melones. Y unos metros hacia delante otro altar de neón parpadeante no apto para epilépticos donde parece que venden comida. Ha pasado media hora desde que dejé el hotel. Por suerte el tiempo decide mantenerse sin llover la siguiente hora y cuando vuelvo al hotel por la misma carretera veo como algunas personas han bajado de las hamacas y están barriendo el agua fue de sus casas.
El mercado flotante es sobre todo interesante de 6 a 8 de la mañana pero a pesar que está apenas a un km de mi hotel el madrugón y la lluvia no me convencen para ir a primera hora. A las 10h todavía quedan algunas barcas haciendo sus intercambios aunque la mayoría están recogiendo o se han ido. Después de echar un vistazo al mercado flotante camino los 5 kilómetros que me separan de la ciudad justo a tiempo para sentarme en un bar cuando caen las primeras gotas de lluvia. Me acabo un libro, me cuelo en Xuan Khanh, la zona universitaria, compro comida por 40 céntimos en los puestos de la calle. Me resguardo de otro chaparrón. Y a media tarde vuelvo a mi hotel. En los últimos kilómetros vuelve a llover así que me enfundo la chaqueta impermeable, el pantalón impermeable que me compré en Japón y la funda de la mochila. Diez segundos después estoy empapada, pero no de lluvia sino del sudor que sale de mi cuerpo. Con la chaqueta abierta sigo caminando entre la banda sonora ya conocida de “Hello! Hello!” hasta el hotel donde llego con el bajo del pantalón de color marrón y tan mojada por dentro como por fuera de la ropa.
Durante las tres noches y cuatro días que paso en Can Tho no veo un sólo occidental y sólo mi recepcionista habla un inglés aceptable. Además tengo la sensación de ser la única huésped de mi hotel. Can Tho me ha servido para desconectar de las caóticas ciudades de Hanoi y Ho Chi Minh (Saigon). La última noche ceno un calamar con cebolla tan tierno que literalmente se deshace en mi boca. Mañana me espera un viaje de 12 horas para llegar a Hoi An.