Esta semana empiezo dando las gracias. Gracias a María de Álvaro, por concederme la cubierta y dos páginas interiores en el suplemento Culturas de el diario El Comercio de este pasado sábado. Gracias a Vanessa Gutiérrez por el reportaje sobre mi poesía, sobre El lenguaje de los puños en concreto, que ha escrito bajo el título general de Poesías movedizas. Y gracias también a Joaquín Pañeda, el fotógrafo. El reportaje se completa, además, con 8 poemas, 2 por cada uno de los 4 volúmenes de que constará El lenguaje de los puños. Como mi escáner se me ha jodido precisamente cuando estaba escaneando las páginas interiores, lo que haré será transcribirlo aquí.
"LO MÁS IMPORTANTE ES NO HACERSE TRAMPAS A UNO MISMO"DAVID GONZÁLEZ, EL POETA QUE "UTILIZA SU POESÍA COMO QUIEN GOLPEA CONTRA UN SACO DE TIERRA" PRESENTA LA PRÓXIMA SEMANA UNA ANTOLOGÍA DE SU OBRA CONFECCIONADA "SIN SABERLO" POR QUIENES LE HAN PRESTADO ATENCIÓN CRÍTICA. ÉSTE ES UN ADELANTO.
No fracasó la hipótesis. A principios de 1997, Alberto Piquero conocía a un joven poeta gijonés que, en su percepción de lector, había "decidido poner sus renglones en las orillas habitadas". En carne y hueso, corroboraba sus impresiones: "Este hombre de treinta y poco años, educado en la infancia en un colegio jesuítico, adolescente al borde de un baúl repleto de historietas que le enseñaron a descifrar el mar, inadaptado en las cuestas del puerto gijonés y tras rejas pedagógicas de Pravia, resuelto a buscarse a sí mismo (lo que, por cierto, es el peaje que casi nadie está dispuesto a pagar últimamente, en la deriva de la masificación), explorador de las razones que no contesta el viento, incurso en la marejada juvenil que le arrastró tres años a la cárcel, superviviente, al fin, enamorado de Jack London, alguna ja, Giacometti, la libertad y Johan Cruyff (lo más imperdonable), poeta del frío, verdadero, un punto arrogante y probablemente tímido, también sabe reconocer a sus lectores". Ce por be, diecisiete años más tarde, se mantiene cada palabra de su esmerada descripción, publicada en El Comercio un día de febrero de aquel 1997. Especialmente esa incurable timidez que aveza a ruborizar a las inteligencias sensibles.
Si no fuese por la intensidad de la conversación, lamentaría haber arrancado a David González (San Andrés de los Tacones, 1964) de su rutina literaria. Esto es, de su metódica vida de poeta sereno y consciente de cuál es su lugar y cuántas sus razones. Ante la mesa del café, las armaduras de las que todos nos proveemos se deshacen cómplices. Charla con un entusiasmo que contagia de lo mucho que tiene por decir; de las obras en marcha; de las lecturas que le acompañan y que recomienda. Explica sus motivos: "la verdad ante cada palabra escrita"; "ser poeta" como se está vivo y en el mundo. Porque lo importante, para él, es "no hacerse trampas a uno mismo". Y de tal manera defiende "poesía, veracidad y credibilidad" que, sin llegar a pronunciar términos como honestidad o coherencia, es imposible no añadirlos tras la deducción.
Quien ha tenido oportundad de ver a David recitando sabe que tiene la capacidad de transmitir la fuerza de sus imágenes, dejando ojipláticos, convencidos y emocionados a sus espectadores. Otro tanto sucede cuando expresa sus convicciones literarias, al comentar su preferencia por beber en vaso de tubo una caña de cerveza o mientras confiesa los hábitos cotidianos. Porque lo que quizá la gente no imagina, condicionados posiblemente por ese collage de versiones con que todos conformamos la idea de otros, es que el David de 2014 es un hombre consagrado a la literatura. Hace tiempo que lo es, bien es verdad. Pero ese mismo tiempo, a medida que la madurez va imponiendo su gravedad, es cada vez más apremiante. De ahí unas rutinas condicionadas por el tratamiento de la enfermedad de la diabetes y la vocación de la escritura. Si las mañanas, desde las siete cuando se levanta, mide su glucosa y desayuna, están dedicadas a la actualización de su blog, del correo y de los apuntes que va tomando para nuevos poemas, las tardes, después de la acostumbrada atención a los informativos, también están ocupadas por la redacción. Con la única compañía de una selección musical cuidadosamente escogida y utilizada a modo de colchón para liberar las "cápsulas de recuerdos" a las que va asociada y que pretende evocar con palabras. Un bucle de melodías y sentimientos que "puede estar repitiéndose durante días". Las noches, sin embargo, con el televisor como ruido de fondo, se diluyen entre lecturas diversas que nutren unas referencias muy alejadas de tendencias y estereotipos. Porque él también se aleja. Ha vivido, e intensamente. Y ha escogido siempre ponerse en el lugar del otro para poner su voz ronca al servicio de la realidad inmediata.
Poco importa (y menos a él) que, cual producto que han decidido vender engañosamente, contradiga esas etiquetas con que avezamos a simplificarnos. Al contrario. Siempre es una sorpresa grata sobrevolar términos como marginalidad o malditismo, para descender a las inquietudes de quién lee desprejuiciadamente, valora desde el respeto y tiende a empatizar con todos, incluidos aquellos con quienes en principio no comparte. Quizás sea esa madurez la que le ha animado, de la mano del editor José Ángel Barrueco, a recopilar "El lenguaje de los puños". Una antología crítica sobre su poesía donde se reúne la pluralidad de voces que, a lo largo de estos años, se han pronunciado tanto en prensa como en internet manifestando diversidad de versiones y dictámenes. Por eso habrá cuatro volúmenes, con tramos comprendidos entre 1997-2000, 2001-2003, 2004-2007 y 2008-2013. Sobre la mesa, el primero de ellos; en la motivación de la cita, el conjunto; en la charla, la vida.
La obra, en la que, como destaca la Editorial Origami, "no solo cabe el elogio, sino también el agravio", se presenta el próximo jueves en la librería La buena letra de Gijón. A su singularidad hay que añadir el hecho de que, tras cada reseña, el lector va a encontrar uno o varios poemas que han sido mencionados en dicho artículo. Con lo que estamos ante una "antología" de sus poemas, confeccionada esta vez, "y sin saberlo", por quienes le han prestado atención crítica. Y si a este atractivo le añadimos el hecho de que también se recogen diversos textos en que, mencionando a David, se analiza y contextualiza la producción poética del momento, estamos ante una crónica de la poesía española contemporánea que, sin duda, será de interés tanto para los propios críticos como para sus lectores. Por esta razón, al observarlo y valorar el paso de los años, se hace inevitable pensar que lo que al final nos iguala a todos (lectores, poetas, críticos, periodistas, ciudadanos) es que, más allá de la irrefutable condición de mortales, lo único que poseemos como individuos es nuestra firma. Ella nos acusa y ella nos defiende. Y en este caso concreto, unos y otros lo hacen a su manera: desde el juicio y a través de los versos. El acierto, desacierto o las cuestiones evolutivas, quedan "al sabio criterio del lector".
Ese rastro del tiempo que persiguen estos libros en particular, y que condiciona nuestra existencia en general, en algunos va dejando pequeñas huellas casi imperceptibles mientras que en otros sus señales son tan devastadoras como el paso destructivo de una máquina de apisonar. A David parece ir respetándolo sin haber dejado especial mácula. O acaso es él quien ha sabido oponer las condiciones propias de quien elige su vida y se ha ganado el respeto. Por mucho que quede de aquel treintañero de 1997 y sin él no pueda explicarse el escritor de hoy.
"Poeta y narrador autobiográfico, singular, radical y marginal, con una conciencia social muy acentuada. Su lenguaje es directo, de argot callejero, casi desnudo de imágenes poéticas y adjetivos inútiles para él, consiguiendo con ello un alto grado de veracidad impactante. Golpea como un puñetazo en el estómago, en la cara y en el corazón". Así se refería a él Isla Correyero para presentarlo en la antología "Feroces: radicales, marginales y heterodoxos en la última poesía española" que en 1998 preparó para DVD Ediciones. Y de esta manera lo descubrió buena parte del público. Dos años más tarde, ante la salida del poemario "Sparrings", Salustiano Martín le interpretaba: "El poeta que ha escrito este libro utiliza la poesía para descargar el fardo de su dolor, el puño de su ira, el rictus seco de la amargura: utiliza su poesía como quien golpea contra un saco de tierra". Los puños en el imaginario de todos. Los puños en la portada de esta singular antología que, como los textos de David, tampoco dejará a nadie indiferente. Como no lo hizo en aquel primer encuentro con Alberto Piquero, que quedaría recogido en el artículo publicado en este periódico con el título de "Descubrimiento poético". Entonces el periodista terminaba con una recomendación que, como esos poemas que nos impactan y aquellas personas que se resisten a los golpes, sobrevive en el tiempo: "Lean a David González". Reconózcanle.
Vanessa Gutiérrez.Culturas, El Comercio, sábado, 3 de mayo de 2014.
REPITO: MUCHAS GRACIAS.