Revista América Latina
Escribe: Guillermo Peña H.Dicen que las grandes pasiones son enfermedades incurables, y que lo que único podría curarlas las haría verdaderamente peligrosas. Pero, pregunto, ¿qué sería del hombre si no tuviera esa nobleza en el alma por reivindicarse, por la búsqueda inacabable de la perfección, por la lucha constante para igualarse a otras almas más grandes que la propia? Sería nada, simplemente. Hace unas semanas (fines de octubre) escuchaba atentamente un programa de radio en el cual entrevistaban a los principales representantes de una directiva llamada CAÑETE AL GRONE, fundada recientemente e integrada por más de ochenta hinchas blanquiazules amantes del club victoriano. Mientras estos personajes respondían a las interrogantes del entrevistador y director de dicho espacio (un hincha crema) y enfatizaban su objetivo principal centrado en convertir la suya en una institución que promueve la responsabilidad social y la lucha por la erradicación de la violencia en todas sus formas y manifestaciones, por interno esperaba pacientemente un hincha del eterno rival del Alianza Lima, un fanático dispuesto a desbaratar con una sola llamada telefónica la utopía futbolística y social que los blanquiazules estaban (están) dispuestos a alcanzar a toda costa e ir en contra de sus propias pasiones para conseguirlo.El entrevistador ordena a su operador de radio poner la llamada al aire para oír y compartir la opinión del oyente con respecto al tema en mención. El hincha opositor, con un discurso ordinario, procaz, abundante en resentimiento y evidentemente nutrido de odio, devalúa con sus comentarios excluyentes y retrógradas las buenas intenciones y proyectos ya encaminados por los entrevistados, asegurando que todo acto de amor en contraposición de ese odio que consume las mentes de los indigentes de afecto, de familia, de buena educación y de corazón que se adhieren por estas mismas razones a las barras bravas/delincuenciales/salvajes es inservible, argumentando que ya todo está podrido, descompuesto y sin esperanza en hallar cura alguna. El entrevistador intenta apaciguar al exaltado hincha y no puede. Los entrevistados prefieren no responder a las bajezas.Conforme avanza en su diálogo perverso, el fanático del club rival va adoptando una actitud envalentonada y provocadora en contra de los directivos de CAÑETE AL GRONE, “invitándolos” a (en el acto) medirse en un encuentro brutal de puños, piedras y demás implementos para demostrar su superioridad y primacía en cuanto a violencia (algo así como la ley natural donde sobrevive el más fuerte: el depredador) y dejar —según su propia concepción sobre el hombre/mundo— de esforzarse por gestionar civilidad, respeto mutuo y solidaridad innecesarias para el fútbol peruano, desperdiciar actos y voluntades que en nada cambiarían nuestra realidad social abundante de lacras (como él). Es decir, para el hincha primitivo, lo que promueve CAÑETE AL GRONE es una gran cojudez, una gran pérdida de tiempo, una gran huevada (empleando sus propias palabras); y, por el contrario, niega la existencia de la reivindicación del hombre, de la consciencia, de “la utilidad del vació” (Lao Tse), esa que nos dice que del ser provienen las cosas, y del no ser (alma) su utilidad. No se le puede pedir peras al olmo. El hincha iracundo cuelga el teléfono, pero antes les recuerda la madre a cada uno de los presentes en la cabina.Todos en el estudio de la radio se quedaron sin palabras, estupefactos, indignados y confundidos por no comprender cómo es que un ser humano puede caer tan bajo y llegar tan lejos en el desprecio hacia su misma especie, hacia su misma gente, hacia sí mismo, definiéndose/definiendo a todos de acuerdo a sus propias características, creando un estereotipo completamente distorsionado y lejano al ser humano, difundiendo a la violencia como axioma, como principio único y fundamental para la supervivencia del “comando”. Sin embargo, los directivos e hinchas de CAÑETE AL GRONE, luego de asimilar y aceptar el encuentro cercano con la estupidez, sintieron que hay mucho trabajo por hacer y un compromiso que deberán reforzar y renovar cada día, en cada partido, en cada clásico. Se despiden anunciando su participación en la procesión del Señor de los Milagros. P.D. Debo aclarar que también soy ateo de la religión llamada fútbol.