Cangrejo ermitaño

Llega a la hora de siempre, aparca frente a la tienda clausurada y sube a casa. Coge cualquier cosa para cenar. En la tele dan un programa concurso. Interrogada por el presentador, la aspirante responde: "Mi afición es hablar. Hablo mucho". La confesión merece un gran aplauso del público en el plató, pero el jolgorio de la pantalla no prende su atención. Tiene la mente en otra cosa. Le da vueltas a las palabras de la poeta dirigiéndose a la amplia audiencia reunida para un acto político que promete el inicio algo nuevo. La poeta es joven y tiene una voz fuerte y bien timbrada. "El cangrejo ermitaño -dice la poeta joven con su hermosa y potente voz- sabe hallar un hogar en cada hueco de las rocas". La afirmación recibe una ovación del auditorio puesto en pie. Al programa concurso sigue una película de acción, es decir de persecuciones automovilísticas. No tarda en quedarse dormida. Cuando despierta, en la tele ya no queda ningún coche por estrellar y nota la boca pastosa. Va a lavarse los dientes. Mientras espera que el cepillo eléctrico haga su trabajo, piensa en un inicio: "Ella tenía los labios de color rojo violencia". Respira hondo, escupe los restos de pasta dentífrica y descarta poner la idea sobre papel. Recuerda que ha dejado de escribir. Ha dejado de escribir y ha dejado de publicar al amparo del sello editorial que ella misma ha creado. Se ha sumido en el silencio y sin embargo, por más atención que presta, ninguna queja alcanza sus oídos. Comprueba sin estupor que a nadie le falta su escritura. A nadie, salvo a ella.