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Canibalismo económico familiar. Es un término abracadabrante. Por como suena. Pero, sobre todo, por su significado, por su trasfondo social. Según el economista más mediático, José María Gay de Liébana, la situación de paro será tal en unos meses –rondará el 27% de la población activa- que dos personas de la misma familia, un padre y un hijo, tendrán que competir por el mismo puesto de trabajo. Un puesto precario de 800 euros, a lo sumo. El desequilibrio radica en que las personas mayores de 45 años, con un valiosísimo bagaje profesional y vital, no se han reciclado y, sus hijos, que tienen todas las skills del mundo y formación para aburrir -pagada con el esfuerzo del trabajo de sus padres, ahora en paro- no tienen experiencia. En un mundo perfecto un padre y un hijo no deberían competir. Nunca. Y menos por un salario pírrico. Pero es lo que hay. En esto andaba,cuando en una cuña de una emisora de radiofórmula, escucha que una famosa discoteca convoca el enésimo cásting de camareras. Y se descubre pensando en el canibalismo económico mamario.
Ya saben, la cosa está dura. Siempre ha sido fundamental que las camareras estén buenas. Y ante la duda, ya saben, la más tetuda. Pero, ahora, en un mundo de competencia brutal, feroz y caníbal, tener unas tetas pluscuamperfectas resulta vital. Tatus y piercing, valorables. Que sepan servir bien una copa o que sean agradables
en lugar de perdonarle a una la vida cuando le atienden después de media hora, sólo por ser chica, es lo de menos. Es la técnica comercial más vieja del mundo: emplear personal atractivo para que los hombres acudan en tropel. Son así de básicos. Y de exigentes. Parafraseando a Hobbes, hoy está filosófica, la teta es un lobo para la teta.