
Recientemente, y en plena sequía de series, han llegado a mis manos un par de documentales interesantes sobre un tema común: las relaciones de pareja. Uno de ellos “La gran historia de la pareja” repasa el proceso de formación de la pareja hasta llegar al concepto actual de la misma, el otro “Hasta que el hogar nos separe” estudia las relaciones de pareja, una vez que estas pasan a convivir y compartir techo, que no labores. Por supuesto el último extrae las conclusiones esperadas: la mayor (mayorísima) parte de las ocupaciones domésticas son llevadas a cabo por la mujer, y solo hay un 0,5% de hombres amos de casa. Lo cierto es que mientras el primero de ello resalta los avances de la mujer alcanzados en este último siglo, y también por el hombre en ciertos aspectos, el otro nos muestra el nuevo sometimiento del sexo femenino. Lo que ocurre básicamente es que frente al nulo sentimiento de culpa por parte del hombre que no colabora en casa está el reconcomio femenino del hay que hacer esto y prefiero hacerlo yo. En este documental hablan sociólogos, psicólogos, terapeutas… un grupo de especialistas que analizan el porqué de esta realidad. Obviamente una de las causas es la distinta educación recibida por niños-niñas en el seno del hogar. La reflexión que yo extraje fue bien distinta. Mi caso personal es similar al de muchos niños de mi generación, incluso podría decir que es igual al de los varones de generaciones anteriores a la mía: nunca he hecho nada en casa. En mi casa se repartían las labores del hogar padre y madre casi al 50% y siempre sin acuerdo previo, ya que dudo que tuviesen que sentarse a debatirlo y llegar a un punto común, creo que simplemente fue algo natural para ellos. Lo cierto es que pienso que mi caso no es muy distinto del de otros compañeros de generación aunque les cueste reconocerlo, a ellas sobre todo, y lo nieguen. Ahora ya no existe diferenciación en la educación doméstica de niños y niñas y hemos pasado, nosotras, porque ellos ya estaban en ese lado, a la orilla del no participar en las tareas de nuestra casa que, mágicamente, aparece impoluta y ordenada cadavez que entramos en ella. Y ¿cuál es entonces el resultado en una pareja que estrena convivencia cuando se parte de iguales posiciones frente a la dirección del hogar? No lo sé. Quizás sea esta la generación que lo escriba y tal vez sean otros nuevos los problemas que surjan de este hecho. Del que ya no nos sintamos nosotras culpables por no llevar al día los quehaceres de la casa, del que ya no queramos cargar con el peso de la organización de la familia en general., del hecho de que ya no encontremos ni una sola escusa o razón para la pasividad masculina ante los deberes domésticos. Repito que no sé cuál será el resultado de todo esto. En mi caso personal, el resultado ha sido el caos absoluto.
