Recientemente César Rendueles consiguió una hazaña que está al alcance de muy pocos escritores en nuestro país: conseguir que su ensayo Sociofobia fuera un éxito de ventas y que su interesántisimo y original contenido generara cierto debate en ambientes académicos y culturales. En él se cuestionaba el ciberfetichismo propio de nuestra época, se analizaba el verdadero valor de internet y las redes sociales y se criticaba una sociedad entregada a la banalidad del consumo permanente.
En esta nuevo ensayo Rendueles se propone analizar el devenir del capitalismo pasado y presente, sirviéndose por el camino de algunas obras literarias representativas de algún momento histórico y que nos hablan mejor que muchos tratados de las motivaciones de las clases dominantes y de los padecimientos de la mayoría trabajadora. El autor quiere llamar la atención acerca de un discurso que, a base de haber sido infinitamente repetido, ha ido calando en buena parte de la ciudadanía: que no existen alternativas a las políticas económicas y sociales que se han ido aplicando en los últimos años y que cualquier otra disyuntiva provocaría un desastre sin precedentes. No sabemos si nuestros políticos mantienen esto por inoperancia o porque los intereses de sus auténticos valedores están muy lejos de los de sus votantes, pero no se trata de un argumento nuevo, sino que ha estado muy presente en el pasado:
"A lo largo de la historia, las clases dominantes se han distinguido por su paupérrima imaginación política. Los miembros de las élites siempre han estado plenamente convencidos de que el sistema político cuya cúspide ocupaban —ya fuera el esclavismo, el feudalismo o la tiranía— era inconmovible y la única alternativa al caos.
(...) Hemos entregado el control de nuestras vidas a fanáticos del libre mercado con una visión delirante de la realidad social, que nos dicen que nada es posible salvo el mayor enriquecimiento de los más ricos: ni profundizar en la democracia, ni aumentar la igualdad, ni limitar la alienación laboral, ni preservar los bienes comunes"
Según Rendueles los Parlamentos actuales se asemejan más a una cámara de comercio que al lugar donde se reúnen los representantes elegidos por el pueblo. ¿Por qué muchos diputados, senadores y miembros del gobierno acaban formando parte de los consejos de administración de las mayores empresas del país? El ciudadano tiene derecho a sospechar que se trata de una recompensa por los servicios prestados. Los programas con los que los partidos se presentan a las elecciones pronto pasan a ser papel mojado y los recortes y medidas draconianas son justificadas como mandatos impuestos por Europa o por la gravedad de la situación. Una situación tan grave que jamás justifica un aumento de la carga impositiva por parte de los que más tienen, una clase social minoritaria que cuenta con el privilegio de poder beneficiarse de amnistías fiscales.
Mientras tanto el trabajo asalariado se convierte en un bien escaso, en un lujo que conviene no perder, porque es difícilmente recuperable. Los contratos se precarizan, los sindicatos se vuelven irrelevantes y los trabajadores tienen miedo. El miedo a estar un poco peor, a acabar como los vecinos que fueron desahuciados enmudece cualquier atisbo de protesta. El trabajo se convierte en un mal menor, un espacio en el que las libertades y los derechos menguan y se supeditan a la consecución de un fin estrictamente económico, que no tiene por qué ser beneficioso para la sociedad en su conjunto. Para el empresario es el lucro, para empleado la supervivencia. Y para los que no tienen trabajo, aunque sea precario, intentar llevar una vida corriente, basada simplemente en poseer una vivienda, tener hijos, comer todos los días y gozar de un mes de vacaciones pagadas se ha convertido en un sueño utópico. La tragedia de todo esto es que nuestras sociedades son cada vez más ricas (en este sentido, el capitalismo funciona extraordinariamente bien), pero esta riqueza se encuentra cada vez peor más repartida y los daños que se le está infligiendo al medio ambiente puede ser irreservesible. En nuestro sistema no es la ética lo que hace ganar dinero.
Si hubo un momento de esperanza para el Viejo Continente, este llegó con el final de la Segunda Guerra Mundial. Contra todo pronóstico, en Gran Bretaña ganó las elecciones un laborismo que, con imaginación, entusiasmo y audacia, sentó las bases de un Estado del bienestar que solo unos años antes se decía que era de imposible construcción, que provocaría la bancarrota del país. Este es el espíritu, ambicioso y con los pies en la tierra, que deberían tomar como ejemplo las nuevas generaciones de políticos. Se habla mucho de reformar la Constitución, pero sería mejor leer con atención su contenido y pasar a aplicarlo, algo que, en buena parte, no se ha hecho todavía en este país. Hasta que la idea de la democracia es un debate de ideas alternativas y no la imposición de un pensamiento único inamovible no se instale en la ciudadanía (ya lo ha hecho en parte) será difícil sacudirse el miedo generalizado al cambio:
"En cierta ocasión, le preguntaron a Margaret Thatcher cuál había sido su principal logro político. Respondió: «Tony Blair y el nuevo laborismo». Tenía toda la razón. El neoliberalismo transformó el contrato social vigente desde la Segunda Guerra Mundial. Redefinió completamente lo que se consideraba políticamente posible, imposible o deseable. Así, millones de personas empezaron a sentirse más identificadas con los estilos de vida y las preocupaciones de unas élites inalcanzables que con vecinos de los que apenas les separaban un puñado de puntos porcentuales en la escala de ingresos."
Es indudable que en ciertas áreas existe mayor bienestar hoy que en décadas pasadas, consecuencia del avance científico y tecnico, aunque la otra cara de la moneda sea una acusada dependencia a las nuevas tecnologías, objeto de un desmesurado consumismo y fetichismo. En nuestra sociedad se valora menos el valor de uso de las cosas y más la capacidad de adquirirlas. Lo importante es que sean el reflejo del estatus social del propietario de las mismas. No queremos que los ricos se bajen del pedestal, que paguen más impuestos y contribuyan al bienestar de la mayoría, sino que queremos parecernos a ellos, consumir como ellos. Y la frustración que genera la imposibilidad de llegar a sus niveles se palia a través de compras compulsivas e inútiles, aunque sea acudiendo al Tiger o al Chino de la esquina. ¿Cómo querer cambiar el sistema, si lo que verdaderamente se desea es formar parte de sus clases privilegiadas?
"A ellos les entregamos el poder… y la gloria. No sólo dejamos que controlaran el mundo personas que mantenían una relación patológica con la realidad social. Hicimos lo imposible por vivir como ellos. El consumo de masas es una pálida imitación aspiracional del estilo de vida de los ricos tal y como lo imaginan para nosotros los suplementos dominicales de los diarios."
Capitalismo canalla es un ensayo modélico, por cuanto habla directamente al lector con un lenguaje cristalino y le expone con claridad la realidad de la sociedad donde habita. Lo verdaderamente original de Rendueles es haber sabido escoger grandes obras literarias y analizarlas desde una perspectiva muy concreta. Así Robinson Crusoe, de Daniel Defoe, El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad u Oliver Twist, de Charles Dickens, se convierten en espejos de sus respectivas épocas. Esperemos que nosotros no vayamos hacia la distopía que predijeron Pohl y Kornbluth en Mercaderes del espacio, un planeta dominado por las leyes de las grandes multinacionales, que tienen capacidad de insertar publicidad corporativa hasta en los sueños del consumidor. Todavía estamos a tiempo de evitarlo.