El Capitán América es, a priori, uno de los superhéroes que más rechazo provocan fuera de su país. Eso de ir vestido con la bandera estadounidense no resulta precisamente simpático, sobre todo a los que han sido víctimas del agresivo imperialismo de esta potencia en los últimos cien años. Quizá para contrarrestar este hecho, las mejores historias del Capitán América son aquellas en las que el llamado centinela de la libertad pone en duda el sistema estadounidense e incluso se niega a colaborar con su propio gobierno. Porque se supone que Steve Rogers es un hombre que realizó el mayor de los sacrificios por su país - servir de conejillo de indias en el experimento que lo transformaría en un supersoldado - y este país respondió explotando publicitariamente su imagen como símbolo de unos valores que no siempre son los más éticos.
Después de una película de presentación no especialmente afortunada, aunque con algunas buenas ideas y de su intervención en Los Vengadores, Capitán América, el Soldado de invierno, sirve por fin para dar la auténtica medida cinematográfica de las posibilidades del personaje. Aunque en este tipo de obras no cabe esperar una profundidad shakesperiana en las motivaciones del protagonista, los hermanos Russo han aprovechado para trazar un retrato mucho más complejo de lo que podría esperarse, dibujando a un hombre que reniega profundamente de la época en la que le ha tocado vivir (o mejor sería decir revivir, en este caso). Porque esta película se sale bastante del guión superheroíco al uso para contarnos una historia de conspiraciones al máximo nivel que recuerda muchísimo a la magnífica Los tres días del Cóndor (1975, de Sydney Pollack), el gran clásico de este subgénero cinematográfico. Desde luego, la presencia de Robert Redford, que fue protagonista de aquella película, no hace sino dar lustre a la propuesta y reforzando la calidad del producto.
Capitán América, el Soldado de invierno se basa en un arco argumental escrito por uno de los mejores guionistas de cómic de la actualidad: Ed Brubaker. La historia es una inteligente puesta al día de un personaje tan vetusto como el Capitán América. Y lo consigue haciendo que el protagonista se cuestione los valores por los que pelea a través de una brillante conexión entre el pasado y el presente (recordemos que el Capi luchó en la Segunda Guerra Mundial), donde se nos muestra el contraste entre la realidad del día a día de la guerra y las edulcorados reportajes publicitarios que se mostraban en los cines estadounidenses durante la contienda. Además tenemos incursiones en el frente ruso y algo sumamente interesado: una versión alternativa de la historia de un Capitán América que sobrevive a la guerra, captura a Hitler y vive las posteriores décadas de Estados Unidos teniendo que declarar ante el Comité de Actividades Antiamericanas del Senador McCarthy en los años cincuenta, para acabar desencantado con la realidad de su país. Evidentemente, dos horas de película no dan para tanto, pero los hermanos Russo han logrado condensar la esencia de la historia de Brubaker ofreciéndonos un espectáculo muy medido, con escenas de acción muy planificadas y dirigidas con solvencia (el asalto al barco del principio o la magnífica persecución y acoso al coche de Nick Fury por las calles de Washington).
Así pues, Chris Evans puede estar agradecido por tener la oportunidad de interpretar a un personaje al que se le han desarrollado buena parte de sus posibilidades, un hombre al constantemente se nombra como garante de unas libertades que en realidad están desapareciendo a pasos agigantados con la excusa de la guerra contra el terrorismo, en la que su papel no es otro que el de peón de lujo. Su otra cara es la de leyenda viva, un personaje que sigue sirviendo a su país (cada vez con más desencanto) pero cuya verdadera condición es la de pieza de museo, representante de unos tiempos más ingenuos, en los que no era tan difícil saber donde había que colocarse para luchar en el bando de los buenos. Donde podía haberse filmado el ridículo más espantoso protagonizado por un tipo disfrazado con barras y estrellas, los hermanos Russo han seguido la estela de los mejores cómics del personaje y se han centrado inteligentemente en sus contradicciones. Claro está que este no es más que un producto palomitero, pero al menos cuenta con un buen guión y trata al espectador con un mínimo de inteligencia, teniendo, eso sí, en cuenta, que estamos hablando del género de superhéroes.