Aquello no iba bien, algo no iba bien. Su instinto le gritaba que dejara de cumplir lo "correcto" e hiciera lo que su locura o su buen juicio le exigian.
Recordaba la última vez que había visto a Marigem con toda la claridad, como si estuviera viviéndolo en ese mismo instante. Seguía notando las palabras luchar por salir de su boca y cómo se las había tragado antes de darles aire. Quería decirle: "Quédate conmigo" y en cambio le ofreció unos besos rabiosos teñidos de silencio.
Se estremeció rememorando el cuerpo cálido de ella sobre su pecho fornido. Sus manos sedientas apartando el pelo de su boca para cubrirla de esos besos que no tenían fin y que se deslizaban despacio por su cuello adivinado la curva de unos hombros rendidos. Las respiraciones agitadas y la risa pícara y nerviosa. Y el deseo irrefrenable de estar pegado al otro, de no permitir que el aire tuviera cabida entre los dos. Para qué hace falta el aire cuando vives de la piel del otro. Para qué pensar cuando crees que es eterno.
Sin embargo la había dejado sin explicaciones, no era eso lo que su corazón ansiaba pero lo había hecho, y ahora esos recuerdos eran jirones de viento que le perseguian, le torturaban.
Sintió la presencia de sus hombres a su espalda, eran para él fantasmas. Él mismo se veía como un espectro, un hombre sin fortuna.
-Principe Ethan..- se aventuró a decir uno de ellos- Qué hacemos con el prisionero?
No se giró para ver a sir Henry, necesitaba tomar distancia, necesitaba escapar de esas redes o enmarañarse en ellas hasta que le ahogaran. Libertad o sacrificio.
-Llevadlo a mi barco. A mi camarote
-Pero señor! es un prisionero
Ethan se volvió para clavarle una mirada de acero.
-Acaso me cuestionas?
El otro bajó la vista y se encogió
-Haremos lo que ordenáis, sire
De soslayo comprobó que Henry parecía aturdido pero en buen estado en general
-Proporcionadle agua y los cuidados que necesite- les dijo mientras les daba la espalda
Ellos asintieron y cargaron con el Guardián.
Calculó que las ladys ya habrían llegado al Pabellón, quería darles ventaja. No iba a ser él quien iniciara el combate, se lo debía. El aire era fresco y se sentía revitalizado por él. Agradeció ese cambio de temperatura. Mente fría.
Se despojó de la capa, de la espada, del largo chaleco ribeteado de pelo, de la amplia camisa blanca y permitió que el aire golpeara su pecho con los brazos abiertos, dispuesto a recibirlo.
Sabía que estaba expuesto y casi deseaba ser descubierto. Hasta dónde iba a ser capaz de llegar? y en qué bando? se conocía a sí mismo?
Gritó desgarrándose la garganta.
To be continued.....
Rosemunde Lovelace